Rolls-Royce Dawn
El último Rolls-Royce cabrio quiere gustarle a un público más joven. ¿Y a nosotros?
UUN DESCAPOTABLE de cuatro plazas, con dos toneladas y media de peso y que cuesta 350.000e no sería tu primera opción de cara a marcar un tiempo de vuelta rápida en circuito. Ni la nuestra. Y sin embargo, el RollsRoyce Dawn es un vehículo al que te acercas con cierta clase de respeto reverencial, como si se tratara de un McLaren P1. Ambos proporcionan una experiencia de conducción irrepetible, aunque las razones no podrían ser más diferentes.
El Dawn no es –y Rolls-Royce ha insistido con vehemencia en ello– una versión descapotable del Wraith. Más del 80% de los paneles de la carrocería son nuevos, y el chasis ha sido cuidadosamente revisado. Dicho esto, el Wraith incorporará un buen número de estos cambios y mejoras –incluidos el nuevo capó, que sitúa la estatuilla un centímetro más alta– con motivo del restyling que recibirá a finales de este año… convirtiéndose, en cierto sentido, en una versión coupé del Dawn.
En el interior, encontramos una fina selección de gadgets procedentes de BMW, como un Head Up Display, un sistema de visión perimétrica o una cámara infrarroja capaz de detectar peatones y animales en la oscuridad.
Una de las consignas que recibió Giles Taylor a la hora de diseñar el Dawn fue la de rejuvenecer la imagen de la marca, ya que Rolls-Royce ha decidido tratar de atraer a una clientela más joven, tanto con el Dawn como con el resto de sus productos. Para conseguirlo, Giles ha buscado inspiración en los hot rod norteamericanos de los años 50 y 60, y de ahí es donde ha sacado ideas como una línea de techo descendente, ventanillas con menos altura o un parabrisas más bajo y tendido.
Más tradicionales son las puertas de apertura suicida –con las bisagras en la parte de atrás, y apertura en el sentido de la marcha– y la suntuosa superficie de madera que hay tras los asientos traseros –una idea que inauguró el Drophead–. El resultado consigue que modelos como un Bentley Continental GT o el inminente Mercedes Clase S descapotable parezcan baratos –y lo son: la diferencia excede con creces los 100.000 euros–.
El motor 6.6 V12 biturbo entrega 571 CV –lo mismo que en la berlina Ghost, aunque 61 CV menos que en el Wraith–, y está conectado a una caja automática ZF de ocho velocidades que emplea información procedente del sistema de navegación para tomar sus propias decisiones. De hecho, Rolls-Royce considera la tarea demasiado banal como para encomendársela al conductor... así que el Dawn carece de levas en el volante –y ni siquiera existe un modo manual empleando la palanca–.
Las prestaciones son aún más sobresalientes de lo que cabría esperar. El Dawn tarda 5,0 segundos en acelerar hasta 100 km/h, y siempre que la aguja La implicación del conductor no es una prioridad. 780 Nm de 1.500 a 5.000 rpm del indicador de ‘reserva de potencia’ amenaza con acercarse al 0%, recibes un nítido empujón en los riñones.
La suspensión neumática ha sido mejorada, y ahora ofrece un tacto aún más ‘serenísimo’, y los movimientos de la carrocería están mejor controlados gracias a unas barras estabilizadoras activas y unas vías traseras 24 mm más anchas que las del Ghost. El chasis es tan rígido que es imposible detectar la más mínima tiritona en elementos como el retrovisor o el volante.
El límite de adherencia no es algo que el conductor de un Rolls vaya a poner a prueba de forma sistemática. Es posible llevar el coche por donde quieres, y las reacciones son bastante afiladas… aunque no se trata precisamente de un Lotus Elise. Ni tiene por qué serlo. La idea es subir a bordo y disfrutar de la experiencia rodante a cielo abierto más exquisita que el dinero puede comprar. El Dawn no es un superdeportivo, pero no cabe duda de que es un supercoche, y la prueba rodante de que la emoción de conducir puede adoptar diversas apariencias. 5,0 seg. (oficial) (@AlvSauras) 250 km/h (oficial)
L2.560kg (4,48 kg/CV) 350.000e