Nissan 370Z Nismo
Hay coches perfectos. Y, también, carreteras perfectas. Pero no siempre ambos coinciden. En este caso, sí se han alineado los astros...
HAY CARRETERAS que enganchan… La AS 238 asturiana es una de esas lenguas de asfalto que no importa las veces que se recorra, todas ellas resultan una experiencia emocionante, independientemente del automóvil que se conduzca. Hoy tenemos la suerte de estar al volante de uno de los últimos deportivos ‘poco intrusivos’ que existen: el Nissan 370 Z Nismo. Y la versión más deportiva del coupé nipón lo tiene todo para potenciar el disfrute al volante de un tramo como este.
Los 18 km de la AS 238 transcurren entre el Faro de Peñas y la ciudad de Avilés –Asturias–. El telón de fondo de esta ruta es el mar Cantábrico, que aparece y desaparece al capricho de las colinas y acantilados tan característicos de esta zona. Rodar con este 370Z por esta carretera es como un hacer un viaje directo a los años 90: su embrague es duro, las suspensiones tienen poco compromiso con el confort –son para lo que son– y la comodidad no fue, desde luego, un factor principal a la hora de desarrollar este deportivo. Además, su control de tracción funciona ‘a la antigua’; es decir, con él conectado, cualquier exceso con el pedal del acelerador es fulminantemente cortado por la acción de la electrónica. Pero, una vez decidimos desconectarlo, no hay medias tintas ni programa alguno que nos deje deslizar las ruedas traseras con cierto control por parte del vehículo. Aquí es el conductor el que toma las riendas y asume el riesgo.
El motor atmosférico V6 de 3.7 l y 344 CV del Nissan empuja con decisión, pero sólo sacamos lo mejor de él, cuando gira por encima de 4.500 rpm. Esto nos obliga a jugar constantemente con el cambio – una labor nada tediosa, por cierto–, ya que el tacto de la caja es simplemente sublime. Como contrapartida, la melodía ronca y sin filtro de este V6 resulta algo casi olvidado en estos tiempos de motores turbo y sonido de escape amplificado; pero aumenta nuestro grado de implicación en el pilotaje.
Mientras tanto, la sucesión de curvas y rectas de esta carretera es casi perfecta y el paisaje de costa verde y salvaje se va modificando al acercarnos a la ciudad de Avilés. El Cantábrico desaparece de nuestro campo de visión tras dos curvas de horquilla y otras dos enlazadas, que nos alejan definitivamente del acantilado. Tras superar una colina, un descenso entre árboles y con una sucesión de curvas enlazadas nos da acceso a la ría de Avilés, donde la AS 238 se funde con la industria, el agua del mar y los barcos.
El contraste paisajístico es absoluto y aumenta, para despedirnos de esta carretera, al aparecer la cúpula modernista del Centro cultural Niemeyer: lugar exacto donde este pedacito de asfalto asturiano pierde su nombre.