El negocio del pánico
En la península de Miami, junto a otros países del mar Caribe, hemos vivido el devastador paso del huracán Irma, uno de los peores y más destructores de la historia. Pero lo más penoso de esta catástrofe natural es el interés de muchos por hacer negocio de este tipo de situaciones. ¿Por qué digo esto? Os voy a contar mi experiencia, vivida en primera persona los días previos a la llegada del temido huracán.
Con el bagaje que da haber vivido anteriores huracanes, las autoridades comenzaron a alertar a la población una semana antes del posible efecto devastador que tendría Irma, para que fueran tomando medidas preventivas y así disminuir los posibles daños materiales y personales. Hasta ese momento, todo correcto. Nunca pensé que vería en directo un fenómeno natural de estas magnitudes pero, desde el aviso, entre incredulidad y buen humor, los días pasaron rápido y a veinte horas de que Irma entrara con toda su fuerza y malicia por las costas de Florida, el huracán ya estaba azotando a nuestra querida Cuba.
Durante esos días, viví en persona el miedo y el horror que provoca una noticia así entre la población, pero también experimenté situaciones impensables en momentos de pánico, no sé si a causa de la irresponsabilidad de la gente o del afán de beneficiarse del mal ajeno para sacar partido.
Yo no sé si es parte de mi personalidad, pero siempre intento hacer las cosas bien y ayudar a los demás en la medida de mis posibilidades sin buscar beneficio extra, pero hay cosas que se me van de las manos como las que he vivido aquí. Os voy a poner algunos ejemplos.
Mi moto de agua está en una marina, de las muchas que hay por estos lares, cerca de casa, y tengo muy buena relación con todas las personas que trabajan allí (marineros, mecánicos, técnicos...). Pues bien, me llamaron para decirme si podía sacar la moto y llevarla a un sitio donde estuviera más protegida, pues el seguro no cubre daños por huracanes, así que me puse manos a la obra y llamé a la persona que se encarga de llevar la moto al taller para que fuera a buscarla y transportarla a un sitio seguro. Normalmente, pago la cantidad de 50 $ por llevarla y traerla.
Tras contactar con él me dijo que estaba liado pero que me contestaba en breve. A los cinco minutos recibí su llamada indicándome que por lo que antes me cobraba 50 ahora son 1.000 $. Mil dólares por traerme la moto y, después, llevarla otra vez a la marina… lo que supone un máximo de 10 kilómetros. Se me paró hasta el reloj. No os tengo que decir que le pedí a un amigo el coche con bola de remolque, enganché el carro y yo mismo fui a buscar la moto para guardarla en el garaje de casa.
Otro ejemplo se produjo en la isla de Key Biscayne, una zona residencial de reconocido prestigio en Miami. Hubo que evacuar la isla, y bastante gente buscó sitios en garajes cubiertos para dejar sus vehículos, y el caso es que muchos lugares subieron sus precios de estancia diaria hasta los 300 $ por día. Además, otras tantas estaciones de combustible incrementaron más de un dólar el precio por galón.
Cierto es que en USA el mercado es libre, pero lo peor es que el miedo y el pánico que estas situaciones genera hace que la gente pague cantidades desorbitadas por servicios que no lo valen, y menos en momentos en los que todos nos tendríamos que ayudar de manera altruista.
El pánico ha terminado con la gasolina, el agua envasada es escasa y está por las nubes… y así muchas más cosas, pero lo triste es que estas situaciones son habituales en muchos sitios del mundo donde hay personas sin escrúpulos que abusan de otras que están necesitadas, por lo que no me extraña que en las guerras se hagan verdaderas fortunas. En Estados Unidos está muy penado todo este tipo de conductas, y si demuestras que alguien se beneficia por este tipo de mala praxis, puede tener un gran problema; a pesar de ello, siguen haciéndolo, increíble pero cierto.
No digo que cuando hay una catástrofe de tales magnitudes los medios y los servicios del gobierno no se pongan en marcha rápidamente junto a multitud de voluntarios para que todo y todos estén a salvo, al contrario, hacen una labor encomiable y digna de alabar. Lo que quiero plasmar aquí es la bajeza de aquellos que, cuando sienten que estás necesitado, abusan de ti y te hacen pagar cantidades inaceptables de dinero por cosas que no lo valen.
Justo ahora me acaban de comunicar que tienen que desconectar los ascensores, así que no puedo salir del edificio. La verdad, cómo somos los humanos, me dicen que no puedo salir y ahora tengo más ganas que nunca de irme a dar una vuelta… jajajaja. A pesar de todo, puedo asegurar que existe mucha más gente solidaria que interesada y contar que “yo sobreviví al huracán Irma”.