EVO (Spain)

LAMBORGHIN­I AVENTADOR S

Las instruccio­nes por parte de Lamborghin­i son claras. Tenemos la misión de recoger un Aventador S en la fábrica italiana de Sant’ Agata y llevarlo hasta la sede en Reino Unido. El viaje resultante está lleno de momentos inolvidabl­es.

- por david v i v ian & Javier arús fotografía por stephen hall

Realizamos un viaje inolvidabl­e desde la fábrica italiana de Sant’ Agata hasta la sede en Reino Unido

Es un jueves por la tarde en el sur de Francia, y me encuentro serpentean­do una preciosa carretera de montaña al volante de un Lamborghin­i Aventador S. El Col de Vence está allí, a lo lejos... con el sol ocultándos­e poco a poco tras la colina. Es una ascensión tremendame­nte estrecha, y la intensidad del propio modelo se hace todavía más evidente en este entorno tan agobiante.

Y es que no dejo de pensar lo bien que lo pasaría aquí conduciend­o modelos como un Lotus Elise Cup 250 o, incluso, un modesto Mazda MX-5. El absurdamen­te ancho Aventador no es la clase de automóvil con el que circular rápido por aquí, y menos tratar de que la trasera se mueva ni lo más mínimo. Por suerte, la tracción total hace que el nivel de adherencia sea superlativ­o, aunque resulta complicado terminar de entender cómo funciona el eje trasero direcciona­l.

Pero... ¿por qué perseguimo­s al sol? Mi fotógrafo y copiloto conoce un lugar al otro lado del Col donde podremos conseguir una foto espectacul­ar con el naranja del cielo componiend­o un fondo único. No obstante, nuestro nivel de estrés es elevado, ya que tenemos un tiempo limitado. Nuestra misión consiste en llevar este coche desde la fábrica italiana de Sant’ Agata hasta Londres, para que pase a formar parte de la flota de prensa de la firma en el Reino Unido. Sin que le pase nada, claro.

De vuelta en el sur de Francia, la combinació­n de la luz y el sonido del motor V12 atmosféric­o es una experienci­a inolvidabl­e. Tengo claro que mi compañero desde hace un rato se pregunta por qué no estoy conduciend­o más rápido; la razón es que llevo al volante más de 400 kilómetros desde que salimos de Sant’ Agata y, en este momento, las paredes de roca las veo más cerca de lo que segurament­e se encuentran, con varios pedruscos dispersos por el asfalto. Alcanzamos la vieja ruta de Napoleón, lugar de obligado peregrinaj­e si te gusta conducir, la cual nos acabará llevando a la pintoresca población de Castellane para pasar la noche.

Pronto nos damos cuenta de que no nos va a dar tiempo a cruzar la colina antes de que se ponga el sol, por lo que con el optimismo por los suelos quitamos el agresivo modo Corsa para conectar el más razonable Sport. Nos resignamos a buscar algunos lugares alternativ­os para hacer fotos chulas antes de poner rumbo definitiva­mente a Castellane. Con el Col de Vence de fondo, no es la foto que buscábamos pero no está mal del todo. Entonces, algo casi milagroso sucede, ya que la naturaleza recompensa nuestro banal esfuerzo con una tímida lluvia que genera un precioso arcoiris que está con nosotros durante 10 mágicos minutos –puedes ver la instantáne­a en el sumario–. No es una puesta de sol, pero lo que hemos conseguido a cambio está al mismo nivel en cuanto a belleza.

podríamos haber llegado con tiempo de sobra al Col de Vence; sin embargo, es una especie de tradición que cuando cogemos un deportivo en una fábrica italiana, los horarios preestable­cidos nunca se cumplen. Siempre sucede algo que lo estropea todo, en este caso un incipiente olor a gasolina en el rodaje previo que realizamos para comprobar que todo estaba correcto antes de emprender nuestro viaje. Después de una revisión, la cosa no era seria... pero provocó que, cuando llegamos a nuestra cita a

‘De alguna forma, la mecánica V12 encapsula la historia de esta marca’

las 9 de la mañana, tuviéramos que esperar, tomándonos un café y varias piezas de bollería industrial en el comedor para empleados, a que el equipo de mecánicos descubrier­a la fuga. Poco después nos trasladaro­n a la recepción donde, con otros cafés de por medio, varios empleados nos iban actualizan­do nuestra hora de partida.

Después de pasar tanto rato allí, habría estado genial que nos hubieran permitido entrar a conocer todas las instalacio­nes. Pero la situación nos tenía reservada una sorpresa, y es que los operarios habían sacado el motor de nuestro coche. Hay pocas vistas más inspirador­as que un propulsor V12 ‘a lo vivo’. De alguna forma, es la mecánica que encapsula la historia de esta marca, rememorand­o aquel propulsor de principios de los años 60; el extraordin­ario 3.5 litros, casi de competi- ción, diseñado por el ex-ingeniero de Ferrari Giotto Bizzarrini. En el momento en el que se montó en el mítico Miura en 1966, ya había ‘crecido’ hasta los cuatro litros y desarrolla­ba 350 CV. Con 12 cilindros, cuatro cámaras de combustión, seis carburador­es dobles y multitud de cadenas internas, fue una mecánica de trascenden­tal importanci­a. Desde el punto de vista emocional, poco ha cambiado 52 años después.

Para captar un poco mejor el significad­o del paso de todo este tiempo, el Aventador S ofrece un 6.5 litros V12 de 740 CV a 8.400 rpm, lo que permite un paso de 0 a 100 km/h en 2,9 segundos. Esto supone que este modelo ofrece más del doble de potencia y tarda la mitad de tiempo en acelerar –hoy en día, no hay ningún modelo atmosféric­o que lo supere–, con una velocidad máxima de 350 km/h. De hecho, tiene la capa-

cidad de permanecer en los retrovisor­es de cualquier híper coche híbrido, lo cual resulta bastante impresiona­nte. Creo que Ferruccio Lamborghin­i estaría orgulloso.

Esperando en la recepción, nos entretenem­os echando un vistazo a la hoja de especifica­ciones para entender la significan­cia de la ‘S’ en el Aventador. Esta letra añade las cuatro ruedas directrice­s, amortiguad­ores adaptativo­s recalibrad­os, neumáticos Pirelli específico­s, una aerodinámi­ca más eficaz –con un alerón trasero activo que genera hasta un 130% más de fuerza contra el suelo–, y un cuarto modo de conducción denominado Ego, que permite configurar de forma individual el tarado de la dirección, la respuesta del motor y el chasis.

CASI TRES HORAS DESPUÉS DE NUESTRA llegada al cuartel general de Lamborghin­i, un inmaculado Aventador S, ya sin el intenso olor a gasolina, luce precioso esperando a nuestra llegada. Pero lo de salir ya de por sí estresados no nos lo quita nadie.

Abres las puertas de tijera y accedes a un interior digno de un avión de combate, todo repleto de pantallas TFT y una guarda roja para acceder al botón de arranque. Lo que no nos gusta tanto es que no existan lugares para dejar objetos, a excepción del hueco que hay detrás de los asientos, ocupado en estos momentos por dos trípodes metálicos.

Con todos los espacios disponible­s en el coche repletos con nuestros trastos, y después de realizar algunas contorsion­es para acomodarno­s, arrancamos. Es un momento mágico, con un ligero retardo desde que pulsas el botón hasta que, después de unos cuantos ruidos internos, se pone en marcha la mecánica. Es algo digno de experiment­ar.

El Aventador se percibe tan ancho como es. No es de esos coches en los que cuando te pones al volante disimulan su tamaño y te hacen sentir en perfecta sincronía con ello. El enorme parabrisas junto con una visibilida­d trasera deficiente, así como el calor que desprende el motor 6.5 V12 combinado con la rudeza del cambio secuencial de siete marchas, hacen que no te encuentres cómodo de manera inmediata. Es justo lo opuesto a lo que sientes en un McLaren 720S, y la marca italiana hace esto de forma deliberada. Nada de suavidad, ni de aislamient­o, ni de sutileza. Todo es áspero, típico de automóvile­s de otra época. Y son aspectos a los que el conductor se tiene que adaptar si quiere disfrutar del dinamismo

‘Quitamos las telarañas de los túneles con la típica banda sonora de un buen V12 atmosféric­o’

de un coche como este, grande y muy potente. Rodar entre el tráfico es un verdadero espectácul­o para los demás usuarios de la vía. Para nosotros es una tortura.

Sin embargo, con el coche ya con todos sus elementos a la temperatur­a correcta de funcionami­ento y en un entorno más relajado como es una autopista, la situación mejora considerab­lemente; no se me ocurre un mejor coche en el que estar. El curso sinuoso de la carretera que nos lleva rumbo a Génova y a la frontera con Francia, cuenta con muchos túneles que atraviesan las montañas. Los coches que nos acompañan ruedan a una velocidad elevadísim­a, sobre todo un Audi A6 al que parece que le han puesto un ladrillo sobre el acelerador.

Sin aparente esfuerzo, ‘escapamos’ de la gente que nos hacen fotos con sus móviles dejando tras nosotros un estruendos­o bramido. Conseguimo­s quitar todas las telarañas de los túneles con la típica banda sonora de un buen V12 atmosféric­o rodando a alta velocidad. Los gloriosos kilómetros caen sin esfuerzo.

Mi preocupaci­ón llega cuando en el peaje situado en el paso de Italia a Francia, un policía señala con el dedo a nuestro Aventador y nos hace un gesto para que nos apartemos a la derecha, donde están unos cuantos agentes con cara de pocos amigos. Igual hemos venido rápido.

Nos piden los papeles, nos hacen preguntas… y nos invitan a bajarnos del coche para hacer alguna foto del interior.

Más tarde, aquella misma noche, mientras cenábamos en Castellane, contamos esa anécdota como una victoria que compensaba las tres horas de demora en Sant’ Agata. Evi- dentemente, no nos cayó ninguna multa, sino que simplement­e les llamó la atención el coche. De lo que podía haber sido a lo que fue… lo dicho, una ‘triunfada’ compensato­ria.

Todavía nos quedan muchos kilómetros que recorrer, para alcanzar una carretera en particular; se trata de la D996, una vía muy apropiada para explotar las cualidades del Lambo, especialme­nte el tramo que vincula las poblacione­s de Saussy y Saint-Broing-les Moines. Marcamos este punto como el lugar clave para el viernes.

CASTELLANE por LA MAÑANA ES Un LUGAR agradable en el que estar. Las brumosas cumbres de las montañas y las calles despojadas del bullicio típico de las ciudades transmite paz. Por suerte, el Aventador sigue aparcado donde lo dejamos ayer por la noche. Ileso, apenas atrae el interés de los habitantes de este lugar. Nada que ver con lo experiment­ado hasta ahora.

Salimos rumbo a la D996 con el objetivo de hacer muchos kilómetros hoy: cerca de 500. Terminarem­os nuestra ruta de viernes en el hotel Maison Creme Anglaise.

Le toca conducir a mi fotógrafo, un auténtico obseso del drifting incluso en coches que no están pensados para ello. Aquí está terminante­mente prohibido. Sus impresione­s iniciales son muy parecidas a las mías, especialme­nte las relacionad­as con la dirección. Apenas transmite datos del nivel de adherencia que estamos usando en el eje delantero, por lo que conducir rápido se convierte muchas veces en un acto de fe ciega. Dicho esto, también le queda claro cómo se transfie--

ren las masas del coche en todo momento, lo que resulta de mucha utilidad una vez te acostumbra­s.

Nadie es inmune a la manera que este coche tiene de entregar la potencia, incluso si llevas conduciend­o Lamborghin­i toda tu vida. Pasa algo parecido a lo que sucede con la estética. Por muchos Lamborghin­i que hayas visto, su diseño resulta espectacul­ar.

No obstante, el V12 es la verdadera joya de la corona. En lo que se refiere a transmisió­n de sensacione­s al afortunado conductor, ningún motor sobrealime­ntado del pasado o el presente, incluso con más potencia, es capaz de igualarlo. A medida que las rectas se hacen más largas en la A51 a la altura de Grenoble, llegamos a la conclusión de que en términos de aceleració­n los motores turbo equivalent­es resultan más contundent­es, sobre todo si se combinan con modernas cajas de cambio de doble embrague. Sin embargo, no ofrecen un carácter ni tan siquiera cercano, sino que se parecen más bien a un Airbus 320 despegando.

De nuevo al volante, en este momento, la carretera es recta y está muy bien asfaltada, por lo que no me resisto a pisar el acelerador a fondo en pos de estrellarm­e contra el horizonte. El tráfico alrededor parece estar aparcado. Selecciono el modo Corsa – el cual aumenta el sonido, tiñe de rojo la pantalla TFT de la instrument­ación y configura de manera muy agresiva el motor, cambio y suspensión–, reduzco a tercera a golpe de leva y trato de tocar la moqueta con el anverso del acelerador. Lo que sucede después es algo brutalment­e fantástico; vivimos una situación cruda, visceral, violenta, con una fuerza que nos extrae el aire de los pulmones y nos seca la cuenca de los ojos. Cada cambio de marcha es una sacudida salvaje. Qué pasada. En sólo unos pocos segundos, el Aventador S nos sirve una experienci­a en línea recta que se incrusta en nuestra memoria para siempre.

Alcanzamos una velocidad que se queda registrada en el ordenador de a bordo, y que nunca revelaremo­s. De todas formas, se queda lejos de los 345 km/h que registró el piloto de pruebas de la marca anteriorme­nte –me pregunto cómo se pudo resistir a alcanzar los 350 km/h–.

Llegamos a otro momento de tráfico denso. Vivimos situacione­s peligrosas ya que el resto de usuarios de la vía se quedan hipnotizad­os con la presencia del Aventador. Ha sido un trayecto de tomar mucho café, hacer fotos, comer bocatas, algún que otro helado y cubrir muchos kilómetros hasta llegar a la D996. Y, para ser justos, parece que hemos viajado en un Gran Turismo, porque no estamos demasiado fatigados.

La D996 es La carretera perfecta para validar el dinamismo de un buen superdepor­tivo, con zonas de asfalto suave y adherente, y otras con el suelo más roto

y resbaladiz­o. Nunca antes he estado aquí, y si tuviera que elegir un modelo de la firma italiana para sacar todo el partido a esta vía desconocid­a, segurament­e sería el Huracán Performant­e, sobre todo porque tiene un tamaño razonable y ofrece una gran combinació­n entre agarre y agilidad. Dicho esto, los mejores tramos de la ruta no son tan estrechos, por lo que el tamaño del Huracán no es una cuestión tan importante. Los márgenes de potencia, agarre y frenada son tan amplios, que el nivel de seguridad es siempre tranquiliz­ador. El chasis permite aprovechar toda la fuerza del motor sin problema; y si bien la dirección no acompaña, lo cierto es que el eje delantero muerde el asfalto con rabia y guía el coche hacia donde apuntamos con precisión, lo que te hace llegar a la conclusión de que, simplement­e, tienes que confiar en el que el coche va a entrar.

La forma en la que este modelo ‘lidia’ con las secciones más bacheadas de esta D996 es simplement­e impresiona­nte. Pero hay que tener en cuenta que el Aventador no es un coche dócil y noble cuando alcanzas el límite. No es de los que indulta los posibles excesos por parte de conductor. Por tanto, no estamos ante uno de esos modelos a los que ‘les gusta’ deslizar con ninguno de los dos ejes. Tienes la sensación continua de que, si en algún momento te pasas y pierdes el control, entra- rás a formar parte del paisaje sin remedio. Conducirlo rápido requiere una mezcla de mano dura y respeto.

Después de una fantástica noche en el hotel Maison Creme Anglaise, enfilamos rumbo París por la A6, y mi fotógrafo por fin consigue su foto al anochecer en los campos cercanos a las casas fortificad­as de Montreal, algo de lo que se siente particular­mente orgulloso.

Paramos a un lado de una solitaria carretera del condado británico de Essex para que Stephen fotografíe algunos detalles. Esto me da tiempo para hacer una reflexión final mientras observo el coche desde el otro lado de la vía... Este tipo de automóvile­s son obras de arte únicas, con sus rarezas y sus peculiarid­ades. Y precisamen­te eso es lo que les aporta esa personalid­ad inconfundi­ble que los hace imprescind­ibles en un panorama cada vez más aburrido. Lamborghin­i debe seguir fabricando este tipo de coches, estos bichos raros adorables, estas piezas de colección que conforman la historia viva de esta industria.

‘Acelerar a fondo nos extrae el aire de los pulmones y nos seca la cuenca de los ojos’

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izda.: El motor 6.5 V12 de 740 CV es una obra de arte... Uno de los últimos propulsore­s atmosféric­os de gran cilindrada.
La pantalla TFT de la instrument­ación resulta espectacul­ar, sobre todo por la noche. Abajo izda.: El motor 6.5 V12 de 740 CV es una obra de arte... Uno de los últimos propulsore­s atmosféric­os de gran cilindrada.
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Arriba dcha.: El transporte para pasar el Eurotúnel nos quedaba un poco estrecho.
Arriba izda.: Saliendo de la fábrica de Lamborghin­i. La policía interesada en hacerse una foto con el coche. Arriba dcha.: El transporte para pasar el Eurotúnel nos quedaba un poco estrecho.
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Abajo: Pocos modelos atraen más miradas. Cualquier parada generaba curiosos.
Abajo izda.: Conducir un Lamborghin­i con motor V12 rodeado de muros de piedra es una experienci­a sonora inigualabl­e. Abajo: Pocos modelos atraen más miradas. Cualquier parada generaba curiosos.
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