áLVARO SAURAS
Corre el verano de 2004, y estamos en la presentación del Porsche 911 996 Turbo Cabrio. Estamos en julio, y padecemos la típica temperatura asfixiante de la Toscana – Italia–, aunque la enorme cantidad de sudor que baña mi espalda y cala mi camisa no esta del todo relacionada con el calor. Acabo de completar uno de los 'bucles' de prueba con el 911 Turbo, y he bajado del coche severamente trastornado. Es comprensible, si lo analizamos en retrospectiva. Por aquel entonces yo era un joven impresionante y algo irresponsable que acababa de recorrer los 50 kilómetros más rápidos de su maldita vida, acelerando a fondo por sistema en un coche con un motor biturbo dotado de un sistema de distribución variable llamado Variocam Plus, pero que a mí me gustaba llamar Radicam: a la izquierda de la vertical del cuentavueltas apenas había motor... mientras que en el sector de la derecha solamente existía paisaje borroso. En cualquier caso, la cuestión es que bajé del coche y me encaminé hacia August Atchleiner. "¿Tienes alguna pregunta?", me dijo. "Sí", le contesté, "solamente tengo una. Si este coche es así de rematadamente bueno... podría usted explicarme cómo va a ser la próxima generación". "Sí que puedo", me respondió. "Quiero que pienses en el mejor 911 que seas capaz de imaginarte. Pues bien: la próxima generación va a ser una pizca mejor que eso".
Y en ese instante comprendí cuál es el ingrediente mágico que Porsche pone en todos sus coches: siempre superan tus mejores expectativas. MI PORSCHE FAVORITO DE TODOS LOS TIEMPOS El 911 (997) GT3 Mk. 1; nunca me he sentido tan conectado con la carretera.