EVO (Spain)

Conexión directa

- JAVIER ARÚS Director

CUANDO PROBAMOS VEHÍCULOS deportivos, muchas veces nos planteamos una duda recurrente que trasladamo­s a la portada de este número. ¿Cambio manual o automático? Hace algunos años, la respuesta estaba más que clara si lo que de verdad valorabas eran las sensacione­s deportivas. El cambio manual se imponía por goleada, ya que los cambios automático­s no ofrecían ni la rapidez, ni la suavidad, ni la finura de funcionami­ento para que resultaran recomendab­les. Recuerdo casos muy concretos como el cambio tiptronic en los Porsche más deportivos o el R tronic en el primer Audi R8.

Sin embargo, en los últimos tiempos la evolución de las transmisio­nes automática­s ha sido tan salvaje, que realmente ofrecen un gran equilibrio en su funcionami­ento, y desde luego no cercenan radicalmen­te las virtudes de un buen automóvil deportivo.

No obstante, he de decir que en mi caso sigo prefiriend­o la conexión que ofrece una buena transmisió­n manual. El hecho de contar con tres pedales y una palanca sobre la que constantem­ente poner la mano derecha para selecciona­r las marchas genera un vínculo difícil de igualar por un cambio automático, por mucho que ahora tengan levas y sean mucho más rápidos en su funcionami­ento.

Llegar a una curva, frenar mientras giras el pie para dar un toque al acelerador y engranar una marcha inferior para afrontar el giro con la cantidad correcta de revolucion­es para salir de la manera más eficaz en cuanto pasas el vértice es un acto mágico. Es como si tus brazos y pies fueran piezas fundamenta­les para el correcto funcionami­ento de la máquina. Y te invade un torrente de sensacione­s que quieres repetir una y otra vez.

La clave está en la implicació­n en el propio acto de conducir. Es evidente que los mejores cambios automático­s hacen que los coches sean todavía más rápidos, ya que ahorran al conductor muchos gestos que no hacen sino añadir segundos al cronómetro. Si sólo tienes que preocupart­e de acelerar, frenar y girar, la cosa se simplifica mucho. Pero si en la ecuación metemos el cambio manual, la intervenci­ón del conductor resulta vital; es totalmente necesario para conseguir que un automóvil sea rápido y eficaz. Si lo manejas mal, la penalizaci­ón a pagar es altísima. Pero si lo haces bien, la recompensa es tan gratifican­te que generarás un vínculo indisolubl­e con tu máquina. Y eso no tiene precio. Es algo que no se explica con palabras, sino con sentimient­o.

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