Areally goodman
CREO QUE EN ALGUNA OCASIÓN os he contado que cada semana, cuando volvía del colegio con mi amigo Andrés Suñer, siempre parábamos en el kiosco para ver y leer con atención la revista Motociclismo. Nos fascinaba. Para nosotros era como el Santo Grial, nuestro caldero mágico. ¡Cuánto disfrutábamos!
Años más tarde, cuando empecé a competir, vi un día a un señor con el equipo más cool de Madrid, que no era otro que el de
MotoVerde con el gran técnico Juan Antonio Segovia a su cabeza. Se trataba de D. Enrique Hernández-Luike. Yo no sabía quién era, pero un señor que estaba conmigo me lo dijo. Me quedé allí un buen rato quieto pensando que estaba viendo al gurú del motociclismo en España. Estuve observándole como ayudaba a su equipo, pero ¡ojo! también a todos los demás. Yo le seguía con la mirada atónita pensando en la suerte que tenía Juan Hernández de tener a Luike al lado.
Los años pasaron y un día conocí en una comida a Javier Herrero (El Cheli), la enciclopedia del motociclismo español; era como estar delante de Google pero muchos años antes de su aparición. Cualquier pregunta que le hacías sobre algo que tuviera que ver con la moto o el motociclismo te daba la respuesta ipso-facto. Muy fuerte.
Seguí viendo a Luike en muchas carreras y un día como el que no quiere la cosa nos juntamos Tomás Cordero, Juan Hernández y yo para comer y charlar de muchos temas. En esa distendida comida nació la idea de lanzar Quad&Jet, una nueva publicación de quads y motos de agua, que desde sus inicios fue un gran éxito, y así empecé a trabajar en el grupo Luike.
Me acuerdo como si fuera ayer de la primera vez que le di la mano a Don Enrique. Me miró a la cara, me apretó fuerte y me dijo: ¡Bienvenido!
No podía creerlo. Estaba hablando con el Gran Jefe. Me había dado cordialmente la mano junto a una calurosa bienvenida y, además, me estaba haciendo preguntas sobre los quads y las motos de agua… Estaba soñando. No hay mejor trabajo como el que te apasiona y, sobre todo, si tienes un equipo de trabajo extraordinario como era el caso.
Con el tiempo terminé haciendo reportajes en casi todas las revistas del grupo y Don Enrique nunca dejó de animarme, de enseñarme e, incluso, de consentirme.
Recuerdo las comidas de Navidad, cuando el jefe se acercaba a verme y me decía: “¿Qué te traigo?”. Siempre me impresionó su humildad, su calidad humana, su creatividad, su complicidad con todos nosotros, su manera de mirarte de una manera pícara cuando leía algo que habíamos escrito y le había gustado. Sí, Luike, eres muy grande, trabajabas en silencio pero tu trabajo hacia mucho ruido, repito, ¡mucho!
Estas navidades estuve en España y, como siempre, fui a la redacción para ver a mis compañeros y en una de las reuniones me pasaron un teléfono diciéndome: “Alguien quiere hablar contigo”. Tomé el teléfono y no era otro que Luike. ¡Wow, qué alegría! “¿Cómo estás Toñejo? Bienvenido”, me dijo. “Muchas gracias, jefe. Encantado de estar en casa de nuevo con todos vosotros”, le respondí.
Estuve hablando un buen rato con él, divertido como siempre, jovial, enriquecedor… en fin, extraordinario.
No han pasado muchos días de esto y sé que no volveré a compartir mis luces y mis sombras con él. Nunca pensé que un hombre infinitamente humano como era Don Enrique pudiera irse de este mundo tan necesitado de personas de su calibre. ¡Qué gran honor haberle conocido, haberme cruzado en su camino y haber podido compartir vida con él!
Me encantaba contarte mis planes, mis locuras, mis retos imposibles… Sí, me he quedado huérfano e, incluso, ya no me siento intocable.
GRACIAS, Don Enrique, GRACIAS en mayúsculas por tu paciencia a la hora de enseñarnos y, sobre todo, por darnos alas para volar por el mundo.
¡Te quiero mucho y te querré siempre! A algunas personas las queremos toda la vida, a otras aún después.