Excelencias Turísticas del caribe y las Américas

Turismo y cultura, alianza imprescind­ible.

LA SINERGIA ENTRE CULTURA Y TURISMO REVITALIZA EL INTERÉS DE LOS CIUDADANOS POR SUS COSTUMBRES, TRADICIONE­S, GASTRONOMÍ­A, ARTESANÍA Y PATRIMONIO ARQUITECTÓ­NICO Y ARTÍSTICO

- PEDRO DE LA HOZ RUBÉN AJA Y ARCHIVO EXCELENCIA­S

Playas y cocoteros, arenas blancas y aguas transparen­tes. Todo muy bien, pero las hay en muchas partes de los trópicos, en costas e islas bañadas por los océanos. Hoteles de cinco estrellas y cabañas modestas pero confortabl­es, tiendas de campaña y campamento­s de verano, según el gusto y las posibilida­des. Todo a la medida, pero también los hay en uno u otro confín del planeta.

La diferencia está en la singularid­ad apreciable en el contacto vivo con los valores patrimonia­les y la palpitante trama espiritual del entorno que se visita. En los saberes y aportes de la gente que se encuentra. En la experienci­a del otro, de los otros, que se lleva de vuelta a casa, ya sea en imágenes registrada­s o recuerdos materiales evocadores, pero sobre todo en la memoria.

Esa diferencia se llama cultura. Turismo y cultura no solo son nociones complement­arias, sino armónicame­nte necesarias. Se nutren y potencian entre sí, siempre que los gestores de ambas actividade­s entiendan la importanci­a de esos vasos comunicant­es.

De ello se debate en Cuba casi desde el mismo momento en que el turismo pasó a ocupar un papel prepondera­nte en las estrategia­s de desarrollo de la nación, durante la última década del siglo pasado.

El atractivo cultural de Cuba puede parecer para algunos un elemento tópico.

Maracas y guitarras, claves y bongoes, orishas y tambores. Pero esa es la superficie, no el fondo. La identidad más profunda de la nación cubana se halla en la matriz de los encuentros, mezclas, asentamien­tos y clarificac­iones de raíces que provienen de Europa –varias Europas, no solo la hispana– y África –varias Áfricas, de acuerdo con la procedenci­a étnica de los hombres y mujeres esclavizad­os en la etapa colonial.

Esa identidad trasciende los límites del folclor congelado y estéril, y se proyecta como una sustancia que palpita en la vida cotidiana. En los sones y las canciones trovadores­cas, en los toques rituales y las congas y comparsas, en la rumba levantisca y desenfadad­a que atraviesa de lado a lado el territorio –rumba reconocida por la UNESCO en la exigente lista del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad– se perfilan estampas de legítima seducción para la memoria de los visitantes. También vibra en las parrandas campesinas, las canturías y juegos tradiciona­les.

No deben olvidarse otras instancias artísticas que se presentan como singularid­ades en la agenda insular. Nos referimos al interés por el ballet clásico y la danza contemporá­nea, las temporadas de música de concierto, las exposicion­es de artistas visuales de la vanguardia y los festivales de cine en La Habana y la ciudad nororienta­l de Gibara.

La sinergia entre cultura y turismo, como se ha demostrado muchas veces en el caso cubano, revitaliza el interés de los ciudadanos por sus costumbres, artesanías, fiestas, gastronomí­a, tradicione­s, así como en la protección del patrimonio arquitectó­nico y artístico. Es además un valor añadido o de diferencia­ción en los destinos turísticos ya desarrolla­dos o maduros; al mismo tiempo que contribuye a movilizar al turista hacia la búsqueda de aristas particular­es en cada destino local.

Ahora bien, entre el deber y el ser, se abren, por momentos, hiatos indeseable­s. De tal modo el antropólog­o Jesús Guanche con toda razón alerta: «Los riesgos y aspectos nocivos se identifica­n cada vez que la implementa­ción de proyectos de turismo se encuentra mal encaminada, o se provoca un proceso de deculturac­ión del destino, incluso de banalizaci­ón o de autenticid­ad escenifica­da, como artesanía reproducid­as en serie sin empleo de técnicas y materiales originales; fiestas o celebracio­nes

En Cuba, turismo y cultura no solo son nociones complement­arias, sino armónicame­nte necesarias

que constituye­n una puesta en escena solo para los turistas».

Y añade: «El impulso de la mercantili­zación extrema de las tradicione­s locales, las despoja de su verdadero significad­o, convierte la cultura local en un mero objeto de consumo y propicia, en ciertos destinos, un mercado ilícito de antigüedad­es o de bienes del patrimonio artístico».

Esa preocupaci­ón ha sido insistente­mente expresada por el movimiento artístico e intelectua­l cubano, en diálogos con las autoridade­s de los ministerio­s de Turismo y Cultura. Sumamente provechoso­s han resultado los encuentros auspiciado­s por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba sobre el tema, los cuales han tenido expresión en ajustes sistemátic­os y periódicos de los programas turísticos.

Sobre todo impera una perspectiv­a, subrayada por el poeta Miguel Barnet: «Todo hecho turístico es cultural». Es decir, no se puede enajenar el turismo de su dimensión cultural, de su sedimento espiritual, de su impacto en la sensibilid­ad del viajero.

El gran reto consiste en lograr que esa huella sea permanente.

La identidad más profunda de la nación cubana trasciende los límites del folclor y se proyecta como

una sustancia que palpita en la vida cotidiana

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Viengsay Valdés y Rómel Frómeta en Espartaco.
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