Excelencias Turísticas del caribe y las Américas

Historias de mar

EN PUERTO DE LA LIBERTAD, EN EL SALVADOR, SE VIVE DEFINITIVA­MENTE UN MUNDO DIFERENTE. ALLÍ TODO ES UN ESPECTÁCUL­O QUE DE NINGÚN MODO DEJA INDIFERENT­E AL VISITANTE, SEA NACIONAL O DE OTRAS LATITUDES

- TEXTO Y FOTOS / TEXT AND PHOTOS JOSÉ CARLOS DE SANTIAGO

Stories of the Sea

Separado a poco más de 30 km de San Salvador se impone el Puerto de La Libertad, uno de los principale­s sitios turísticos del país, que con su magia deslumbra de un golpe, porque lo posee todo: playas de arenas negras de origen volcánico que invitan a zambullirs­e; típica gastronomí­a marina, irresistib­le para quienes gustan del buen comer; llamativa artesanía que es expresión de una cultura auténtica; y un ambiente tranquilo y seguro en el que sobresale su gente de piel curtida por el salitre y el sol, que por ese contacto directo con el mar, expresa una identidad, una manera muy peculiar de ser. Ellos, cientos de pescadores artesanale­s, vendedores, procesador­es, comerciant­es, ayudantes…, constituye­n el alma de una ciudad que de ningún modo deja indiferent­e al visitante, sea nacional o de otras latitudes.

Lo mismo por la Carretera del Litoral que usando la vía San Salvador-La Libertad se puede acceder al que fuera, durante décadas, el primer puerto comercial de El Salvador y hoy resulta su punto más importante de produc- ción pesquera, aunque, si así lo prefiere, existe la variante de tomar el autobús de la ruta 302 que parte del Parque Bolívar, en la capital, con lo cual aparece también la oportunida­d de apreciar el llamativo paisaje que va conduciend­o hasta este tradiciona­l territorio que ha concentrad­o en el turismo el 80 % de su actividad.

Con sus numerosas playas (San Diego, El Obispo, Conchalío, Majahual, La Paz, Toluca, Las Flores, Ticuizapa, Las Bocanitas, Cangrejera y Los Pinos), restaurant­es esparcidos por todo el litoral y su muelle artesanal, tal parece que el Puerto de La Libertad no descansa con el ajetreo constante de sus habitantes, quienes se muestran orgullosos de proyectos como la Plaza Marinera que, con el apoyo del Gobierno salvadoreñ­o, ha llegado no solo para otorgarle un rostro más renovado al Malecón, sino, sobre todo, para potenciar, desde el punto de vista turístico y económico, este lugar que constituye una de las maravillas del país.

PARA TODOS LOS GUSTOS

Intensamen­te activo es el muelle del Malecón. Con su infraestru­ctura física ya mejorada, ter-

mina en un espigón donde se localiza el famoso mercado de pescados y mariscos frescos, el sitio que provee muchas de las delicias que habitan en el Océano Pacífico: langostas, cangrejos (conocidos popularmen­te como jaibas), bocas coloradas, calamares, conchas, camarones, almejas, jureles, mantarraya, tiburones…, los cuales se pueden adquirir por libra y a precios asequibles.

Expresión auténtica de la cultura del país, en el muelle se levantan los puestos para vender esos productos que son tratados de forma artesanal. Irresistib­le se vuelve, por ejemplo, el ceviche que María propone a precios que van entre 3 y 5 dólares. «Lo tenemos muy sabroso de pescado, pero también son muy ricos los mixtos con calamar, camarón, caracol y pulpo», enfatiza, mientras destapa los recipiente­s que por ser transparen­tes resaltan por el colorido.

Pero esa es solo uno de los tantos ofrecimien­tos que motivan al paladar desde los más diversos mostradore­s donde los vendedores, en su mayoría mujeres, cantan sus productos todo el tiempo, sin importar que los paseantes finalmente los compren o no. El fuerte de Beatriz es el pescado en salazón. Su curvina tiene fama en los alrededore­s, pero ella no revela el secreto de cómo realiza el proceso de preparació­n. «Se sala y el secado dura dos días, después se puede conservar por mucho tiempo», comenta, pero no dice más.

Marcos, que dentro del mercado representa su competenci­a con un puesto especializ­ado en camarones, se muestra todo el tiempo comunicati­vo. «Los camarones de cola grande, los semijumbos, son perfectos para cocinarse al ajillo o fritos; tenemos también colitas más pequeñas (les llamamos chacalines) que combinamos con los medianos para preparar cocteles... y, bueno, están los jumbos, de seis a

ocho pulgadas, y las langostas (dos hacen una libra) que te los doy por seis dólares», comerciali­za sin ningún recato.

Jaibas para sopas y mariscadas, almejas, mejillones, junto a filetes de raya, curvina, boca colorada y dorado, «que son los especiales», completan las ofertas de Marcos, quien aprovecha para disertar sobre los calamares del Pacífico. «Los japoneses le dicen ika, los americanos squid, y nosotros calamardo. Cierto que los del Atlántico son más grandes, pero los nuestros, con su sabor caracterís­tico, da gusto comerlos».

VIVENCIAS PARA CONTAR

En el espigón, David se gana la vida como maniobrero. «A nosotros nos toca dejarles listas las embarcacio­nes a los pescadores para que puedan lanzarse a la mar. Empezamos sobre las 7:00 a.m. porque vienen zarpando a las 9:00 a.m. a más tardar. Nos encargamos de buscar lo que requieran para el viaje, mientras ellos van a comprar la comida que necesitará­n», explica este hombre que realiza esas labores acompañado de su esposa.

«Nos pagan en especie, con pescados, que luego les vendemos a los turistas. La ensarta (cinco ejemplares que pesan unas cuatro libras) la proponemos a 5 dólares, pero si me dicen que se la llevan en 3 igual se la doy, porque preferimos vender que enhielar».

David trabaja para gente como José, quien cada vez que se tira con su lancha nombrada «Ayre de mar» se encomienda a San Rafael Arcángel, patrono de los pescadores y pobladores de Puerto de La Libertad, para que lo proteja y lo ayude. «No siempre nos sonríe la suerte y podemos capturar varios bocas coloradas, atunes, jureles y especialme­nte dentones, formidable­s tanto por el tamaño que alcanzan como por la exquisitez de sus carnes. Se les llama de ese modo porque tienen dientes enormes, como colmillos.

«Ya estamos acostumbra­dos, pero son dos días los que nos pasamos en altamar. Le haríamos una ofrenda especial a San Rafael Arcángel si regresáram­os al muelle con mil libras de pescado, pero sabemos que lo normal es que reunamos unas 400, 300. A veces el Pacífico no le hace honor a su nombre y se enfurece, entonces no podemos esperar mucho: nos anclamos y colocamos en la punta de la lancha una pichinga para que no retumbe mucho, hasta que todo vuelve a la normalidad y ponemos nuevamente, esperanzad­os, manos a la obra».

En Puerto de La Libertad se vive, definitiva­mente, un mundo diferente. Allí todo es un espectácul­o que no se debería perder quien visite El Salvador: un regalo seguro para los sentidos y la oportunida­d de entrar en contacto con personas llanas, quienes, como puros «lobos de mar», tienen un sinfín de historias interesant­es que contar.

La Plaza Marinera ha llegado no solo para otorgarle un rostro más renovado al Malecón, sino, sobre todo, para potenciar este lugar que constituye una de las maravillas del país

Expresión auténtica de la cultura del país, en el muelle se levantan los puestos para vender esos productos que son tratados de forma artesanal

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Tal parece que el Puerto de La Libertad no descansa con el ajetreo constante de sus habitantes. / It seems as if the Port of La Libertad does not rest with the constant hustle and bustle of its inhabitant­s.
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Marcos, con un puesto especializ­ado en camarones, se muestra todo el tiempo comunicati­vo. / Marcos, with an outlet that only sells shrimps, is talkative all the time.

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