Excelencias Turísticas del caribe y las Américas

Luz que vuela

DE MATANZAS, PROVINCIA DE ENCANTOS Y PUENTES, NO SE PUEDE HABLAR SIN MENCIONAR A SU «NOVIA», UNA MUJER TODA POESÍA, POETISA TODA MUJER, QUE PERMANECE PARA SIEMPRE CON UN BESO A FLOR DE LABIOS Y EL ALMA EN UN ABRAZO

- TEXTO / REDACCIÓN EXCELENCIA­S FOTO / ARCHIVO EXCELENCIA­S

Ciudad bendecida por ríos y acariciada por puentes es Matanzas. Formidable en la majestuosi­dad de sus contruccio­nes, portentosa por sus cantores y única en sus paisajes de cuevas y valles es la Atenas de Cuba. El 12 de octubre cumplirá unos vitales 325 años, desde su fundación en 1693. Mucho podría contarse de la urbe, de su rica historia y del legado de sus hijos ilustres.

Sin embargo, sería impensable hablar de la Venecia Americana sin mencionar a una mujer toda poesía, a una poetisa toda mujer, que para siempre será la «Novia» amorosa, que aguarda con un beso a flor de labios y el alma en un abrazo: Carilda Oliver Labra.

Ella fue, sobre todas las cosas, cubana y matancera de la raíz a la flor. Y es que en su entrañable Calzada de Tirry 81, la Premio Nacional de Literatura tenía no solo su casa, sino también su país, su patria, su planeta, su universo legendario de amores, soledades, gatos y letras. Allí se consagró para la posteridad, allí se hizo luz que vuela.

La fidelidad de la autora de Canto a Matanzas por la ciudad que la viera nacer, en 1922, fue probada en disímiles ocasiones, mediante experienci­as que pudieran quebrar el aliento de no pocos. No abandonó cuando acompañó a sus padres al aeropuerto, cuando vio despegar el avión que se los llevaba al exilio en busca de hijos y nietos, cuando la impresión de la partida la dejó sin habla y sin oír.

No abandonó cuando el silencio levantó fríos muros que embargaron su domicilio, cuando tuvo que «arrancar las puertas grandes de Tirry 81, que están detrás de las ventanas, para un guajiro que las compró, y con eso comer como seis meses. ¡Ay, pero no soy ninguna víctima»! Así lo confesaba en una entrevista ofrecida a Amaury Pérez en el programa televisivo Con dos que se quieran. Y para espantar cualquier fantasma de la duda, aseguraba: «Soy una palma, nací aquí y aquí tengo la raíz y no me podía, de ningún modo cortar las raíces, me quedé, eso fue todo».

Aunque en su domicilio no hay ecos de niños nacidos de su vientre, Carilda alumbró. Concibió con amor de felicidad y nostalgia. Parió con dolores de carne y espíritu. Ahí estan sus hijos, libros de su sangre: Preludio lírico, Al Sur de mi garganta, Se me ha perdido un hombre, Los huesos alumbrados, Memoria de la fiebre, Tú eres mañana, Discurso de Eva, Libreta de la recién casada, Desnuda y para siempre… Con el tiempo y la vida le nacieron más retoños: los lectores, los enamorados, los hombres de Revolución, los cubanos todos, sus coterráneo­s. Hasta el más sencillo de los caminantes puede recitar algún que otro verso «desordenad­o».

Es por eso que en toda su obra está presente su insumisa «matancerid­ad». Fue esa indefinibl­e cualidad el motivo para nunca abandonar su terruño. En una entrevista concedida en 2007 rememoraba: «Entre los primeros países que visité se encuentra la República de Bulgaria. A los días de estar allí, sentí una angustia especial, una nostalgia. Escribí un soneto, no me quedó bien. Me preguntaba qué le faltaba. La respuesta era muy simple, le faltaba lo más importante: “poesía”. Sencillame­nte le faltaba Matanzas (…) ¿Qué puede tener para preferirla con respecto a otras partes del mundo?, tampoco lo puedo discernir. Porque en Matanzas faltan muchas cosas que sí existen en otras partes del mundo. Sin embargo, yo no las reclamo. Lo que me es vital lo tengo aquí».

Su amor fue ampliament­e reconocido y valorado. Al cumplir ocho décadas de vida, Fidel le escribió una carta de felicitaci­ón y en ella le decía: «Si alguna vez Matanzas olvidara nombrar las siluetas de los puentes, las olas de la bahía, los bancos del parque Libertad, el viejo teatro Sauto, las galerías y los patios coloniales, los antiguos y nuevos edificios, las plazas, las gentes, las calles, los ríos y hasta la misma vida de la ciudad, con solo decir Carilda todo fuera poética y maravillos­a- mente reconocido sin decir absolutame­nte nada más».

La poesía dio forma a su amor, y el amor a su poesía. Testimonio de esa certeza son los versos contenidos en La tierra: «Cuando vino mi abuela/ trajo un poco de tierra española,/ cuando se fue mi madre/ llevó un poco de tierra cubana./ Yo no guardaré conmigo ningún poco de patria:/ la quiero toda/ sobre mi tumba».

Sus 96 años fueron breves: hay seres que no debieran estar sujetos a las leyes inclemente­s del tiempo. Nos dejó una deuda de afecto por su querida Atenas de Cuba: «Te debo la luz que vuela,/ una cita en el recuerdo». Nosotros, los que encontramo­s esperanza, camino y consuelo en sus palabras, honraremos esa promesa de alabanza.

Carilda fue, es, la hondura de la palabra, misterio compartido, milagro en una acera, el verso auténtico en su permanenci­a. Carilda es Matanzas, seducción de un paisaje acuático, velo sanador. Es la sempiterna luz en su impenitent­e cubanía, desnuda y para siempre.

Si alguna vez Matanzas olvidara nombrar las siluetas de los puentes, las olas de la bahía, los bancos del parque Libertad, el viejo teatro Sauto, las galerías y los patios coloniales, los antiguos y

nuevos edificios, las plazas, las gentes, las calles, los ríos y hasta la misma vida de la ciudad, con solo decir Carilda todo fuera poética y maravillos­amente reconocido sin decir absolutame­nte nada más.

Fidel Castro Ruz En toda su obra está presente su insumisa «matancerid­ad». Fue esa indefinibl­e cualidad el motivo

para nunca abandonar su terruño

Aunque en su domicilio no hay ecos de niños nacidos de su vientre, Carilda alumbró. Concibió con amor de felicidad

y nostalgia. Parió con dolores de carne y espíritu. Ahí estan sus hijos, libros de

su sangre

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