Excelencias Turísticas del caribe y las Américas

Somos un continente en una isla

SE TITULA LA EXTRAORDIN­ARIA EXPOSICIÓN CON LA QUE EDUARDO ROCA «CHOCO» EXPRESA A LAS CLARAS LAS RAZONES POR LAS CUALES SE LE OTORGÓ EN 2017, EL PREMIO NACIONAL DE ARTES PLÁSTICAS

- Obra: Abrazos, 0000. Escultura en bronce. TEXTOS: REDACCIÓN EXCELENCIA­S FOTOS: CORTESÍA DEL ARTISTA

Con los pies en la tierra. Así nombró Eduardo Roca «Choco» la extraordin­aria exposición que aún se puede apreciar en el Edificio Arte Cubano del Museo Nacional de Bellas Artes y que expresa a las claras las razones por las cuales se le otorgó en 2017, el Premio Nacional de Artes Plásticas. Un título que caracteriz­a a la perfección a quien naciera en La Manzana de Gómez, en Santiago de Cuba, «un barrio marginal, pobre, lleno de necesidade­s pero también de unas ganas de vivir impresiona­ntes. Aquel matorral con una zanja por el medio, todavía se encuentra al lado del lugar desde donde nos custodia Fidel Castro, en el Cementerio de Santa Ifigenia. Un lugar que no olvidaré jamás, ahí pasé mi infancia y tuve mis primeros amigos, muchos de los cuales pudieron salir adelante, darle otra visión a la vida.

«Soy de los que piensan que todo ser humano tiene a un artista dentro. La cuestión es cómo ese creador toma forma, ya esas son palabras mayores. Es una carrera de élites en el mundo, que cuesta mucho dinero. Pero yo tuve la fortuna de que llegara la Revolución en 1959. Por eso pude desarrolla­rme, porque de lo contrario hubiera sido una quimera, mis padres nunca hubieran podido. ¿Un negro como yo artista? Algo impensable.

«La Revolución nos salvó y nos está salvando. Como se dice popularmen­te: nos tiró la soga. A nosotros nos tocaba ser consecuent­es y sacarle el máximo partido a esa gran oportunida­d, coger la sartén por el mango. Hoy soy un artista que he podido expresar ideas, sentimient­os con absoluta libertad; un privilegio que nos ofrece el arte: defender por medio de tu obra a los tuyos, a la humanidad, darles voz.

«En el año 1962 salió una convocator­ia para el Primer Curso Emergente Nacional de Instructor­es de Arte, que no miraba sexo, color de la piel, estrato social ni lugar de procedenci­a. Lo principal era tener esa vocación de servicio, ansias de ayudar a los demás. Se trataba de darnos las herramient­as para acercar el arte a los más desposeído­s, de modo que pudieran disfrutarl­o y enriquecer su espiritual­idad como una manera de vivir más inspirados. Esta fue una gran obra de la Revolución al igual que la Campaña de Alfabetiza­ción.

«Como muchos otros: Francisco Paneca, Raimundo Orozco, Ernesto García Peña..., estuvimos en el curso, pero nuestra edad no era suficiente para desempeñar ese tipo de labor, así que nos dieron la posibilida­d de continuar en la Escuela Nacional de Arte (ENA), sin siquiera saber que queríamos ser artistas», reconoce quien de pronto, en esas circunstan­cias, «perdió» su nombre pues el «Chocolate» con el que empezaron a apodarlo tomó una popularida­d inusitada.

«Te imaginarás que entré a la ENA con un miedo tremendo porque no fue difícil entender que estábamos accediendo un escaño muy superior, donde había no pocos con un nivel intelectua­l elevado, con un bagaje cultural que yo ni podía soñar. Nosotros éramos unos guajiritos intentando dar los primeros pasos en un mundo lleno de misterios. Por suerte recibimos el apoyo de maestros maravillos­os: Fernando Luis, Antonia Eiriz, Portocarre­ro, Servando Cabrera..., quienes lograron no solo apasionarn­os sino también hacernos sentir como una gran familia. Nos formaron y lo hicieron requetebié­n, nos incubaron el virus del arte que te lleva a luchar contigo mismo, a alimentart­e de todo lo que te rodea; es muy difícil, a veces traumático, pero cuando se apodera de ti se convierte en lo más bello que ojos humanos han visto, como dijo el poeta de la navegación. Fue una maravilla estudiar al lado de grandes músicos, actores, bailarines... Cuando uno se unía a ellos era como si se hubiera leído diez libros en una noche».

Grabador, pintor, dibujante, escultor... No sé si se me queda algo más...

«No, y si queda ¡le meto también! (sonríe)».

¿Cómo mejor se definiría?

«Soy un artista. Si quieres: un artista de las artes visuales. El grabado, la pintura, el dibujo, la escultura… no han sido más que medios para expresarme de la mejor manera posible, para comunicarm­e con mi gente. El arte es una vivencia profunda, misteriosa, difícil, solitaria. Un artista realiza su obra solo, la piensa, la sufre, pero con la esperanza de que cuando la exponga le pertenezca a muchos, de que la gente la haga suya, la traduzca a su forma, se disfrute en ella, la goce».

¿Cuál fue la primera exposición en que sintió que había triunfado?

«Todavía no le he dado la patá a la lata. Siempre se lo digo a mis colegas: si te ganas un premio, sigue trabajando; si te otorgan una condecorac­ión, no te confíes y sigue trabajando, porque de lo contrario puedes empezar a creerte que eres grande, que llegaste y te perderás en la curvita. Para mí un premio no es el fin. Este jurado decidió por mí, pero si hubiera sido otro, segurament­e su veredicto hubiera sido distinto, porque todo es muy subjetivo. ¿Te das cuenta?».

¿Entonces no se cree lo del Premio Nacional?

«Sí me lo creo, y lo agradezco de corazón, sin embargo, mi obra no será mejor o peor por ello. A lo largo de mi carrera he recibido importante­s premios en Japón, España..., pero “se me olvidan”, aunque la gente insiste en recordárme­los: “Oye, Choco, felicidade­s”, me refresca la mente, pero yo hago todo para seguir “fajao”».

Con los pies en la tierra…

«Es una exposición que pensé mucho, con la ayuda de mi familia; de Laura Arañó Arencibia, la impresiona­nte curadora del Museo, mis asistentes... Considero que si el Premio Nacional se otorga por la obra de la vida, debía preparar una muestra bajo ese mismo concepto, máxime cuando se realiza en el Bellas Artes, la institució­n de su tipo más importante del país.

«Claro, era un gran reto, porque es una exhibición que no estaba planeada. Entonces decidí hacer un recorrido y tomar algunas piezas significat­ivas y restaurarl­as, retitularl­as, manipularl­as, modernizar­las; quitarles los años de envejecimi­ento que tenían encima. Con los

pies en la tierra ha sido pensada para todos los gustos, colores y sabores, porque nosotros los cubanos somos un continente en una isla. En estas obras están toda esa alegría y armonía que nos han identifica­do. Eso no hay Dios que no los quite. Somos especiales».

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 ??  ?? Obra: Título Falso, 1978. Tinta sobre cartulina. Obra: Rogación de cabeza, 0000. Colagrafía.
Obra: Título Falso, 1978. Tinta sobre cartulina. Obra: Rogación de cabeza, 0000. Colagrafía.

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