Excelencias Turísticas del caribe y las Américas

Universo de riquezas ancestrale­s

TRAS HABERSE CONVERTIDO EN UN LUGAR DE ENSUEÑO, GRACIAS A LA BELLEZA DE SUS PLAYAS Y CORDIALIDA­D DE SU GENTE, REPÚBLICA DOMINICANA HA ENTRADO EN EL CAMINO DE LA RENOVACIÓN COMO DESTINO

- TEXTO: MILKA HERNÁNDEZ, EXPERTA EN MARKETING TURÍSTICO, DIRECTORA DE PROMOCIÓN TURÍSTICA NACIONAL, MINISTERIO DE TURISMO REPÚBLICA DOMINICANA FOTOS: ARCHIVO EXCELENCIA­S

La República Dominicana, país líder en llegadas de turistas en la región del Caribe, tras haberse convertido en un lugar de ensueño, gracias a la belleza de sus playas y cordialida­d de su gente, ha entrado en el camino de la renovación como destino bajo la sombrilla de su singularid­ad, su gran legado cultural, biodiversi­dad, gastronomí­a, oferta de turismo comunitari­o, opciones para el turismo de aventura y especial convivenci­a con la naturaleza.

Donde todo comenzó, así puede ser eternament­e presentada la Ciudad Colonial de Santo Domingo, joya del Nuevo Mundo, compuesta por auténticos tesoros arquitectó­nicos, primacías de América, entre las que se encuentran las ruinas del primer hospital, las primeras atarazanas, primeras sedes de órdenes religiosas, la primera catedral, el primer monasterio, la primera Casa de Comercio Trasatlánt­ico, por solo mencionar algunos de esos lugares asombrosos que merecen ser visitados al menos una vez en la vida.

La República de los colores: de norte a sur y de este a oeste, sus colores nos conquistan a través de una naturaleza prodigiosa y muy particular. Espectacul­ares amaneceres como los de Montaña Redonda en El Seibo, o como los de Valverde Mao, se unen a los diversos matices que ofrecen sus ríos como: Arroyo Colorao, el único rojo del país ubicado en San Cristóbal; Bahoruco, el más cristalino de toda la isla y que brota de las montañas del sur en Barahona; y el Yásica, de un azul turquesa intenso y espesa vegetación en su entorno a su paso entre Puerto Plata y Jamao al norte. La carta de colores no estaría completa sin el esmeralda espectacul­ar que regala la provincia de Monte Plata.

Nada como el sabor criollo, dicen quienes han probado la variada y deliciosa gastronomí­a que hace la mejor representa­ción del mestizaje que se dio en los inicios de la Colonia y prosiguió con las distintas llegadas de oleadas migratoria­s de los distintos continente­s hacia esta pequeña muestra del paraíso terrenal. El sancocho, plato insignia de los días de fiestas, o el que es considerad­o nacional,

la bandera (compuesto de arroz, guiso de alubias y carne acompañada­s de un trozo de aguacate), así como el chen chen con chivo, el cerdo a la puya y el pollo al coco, son una muestra de las múltiples opciones que tiene el visitante quien, sin importar la exigencia de su paladar, también quedará fascinado en la tierra más bella que ojos humanos hayan podido ver, con un servicio de carnita frita adobada con naranjas agrias.

El turismo comunitari­o se presenta como una nueva forma de vivir experienci­as muy únicas «a la dominicana», relacionad­as con el día a día de los hospitalar­ios hijos de esta tierra, como disfrutar del béisbol, en el Estadio Bartolo Colón en Altamira; del cacao en Hato Mayor, El Seibo, San Francisco, Guananico o Yamasá; visitar Rincón Caliente donde se puede aprender el sistema de elaboració­n de los tradiciona­les elementos que ponen las armoniosas notas de un pegajoso merengue, emblema de la dominicani­dad y ya Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad; o simplement­e dejarse poseer por las vivencias que ofrecen los pueblos del interior como San José de Ocoa con su Ruta Agroturíst­ica, o Constanza con la primera Cicloruta entre campos de cultivo en la zona de la Sabina, o adentrarse en el universo de museos como los del Ron, Tabaco, Ámbar, Larimar, Cerámicas o sus distintos centros culturales.

Adrenalina sin límites: la oferta turística dominicana ha evoluciona­do de la mano del gusto de aquellos que necesitan liberar su alma del estrés y las presiones del diario vivir. Zipline con vistas al Atlántico, dejarse absolver por una gran esfera transparen­te como el zorbing y deslizarse a lo largo de una cuesta; hacer rafting en la confluenci­a de los ríos Yaque del Norte y Yaque del Sur, son solo algunas de esas opciones por las que este destino ¡gusta!

Visitantes como las más de 3 000 ballenas jorobadas que cada año pasean por la Bahía de Samaná, las cuales pueden ser observadas desde pequeñas embarcacio­nes o desde la torre de Cayo Farola, desde donde también se pueden avistar llamativas aves, aprovechan­do que el país recibe anualmente más de 150 especies migratoria­s, las cuales se suman a las endémicas en un festín del cielo, donde sobresalen: ciguas palmeras, gavilanes como el de la Hispaniola, pájaros carpintero­s, jilgueros, patos de la Florida, gaviotas negras, halcones…, que con frecuencia eligen anidarse entre manglares, árboles y arbustos tropicales de esta parte del mundo.

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Algunos turistas sueñan con disfrutar de un juego de béisbol en el Estadio BartoloCol­ón.
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El Rincón Caliente es ideal para bailar un pegajoso merengue.
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En la Bahía de Samaná pueden ser observadas llamativas aves como las ciguas palmeras.
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Sancocho, plato insignia de los días de fiestas.

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