Excelencias Turísticas del caribe y las Américas
El sonido de las piedras
DESDE SU CARÁCTER DE CAPITAL, LA HABANA HA ESTADO ESTRECHAMENTE LIGADA A MUCHOS DE LOS GRANDES MOMENTOS DE LA HISTORIA DEPORTIVA DE LA NACIÓN
Me gustan las piedras. Contemplarlas mientras camino a un sitio escogido o no. Deambular supone un gusto por los escenarios y los objetos que los circundan. «Miras una piedra y recibes, sin que te des cuenta, su mirada. Es la piedra la que te escoge a ti, no tú a ella», me decía Pablo Armando Fernández porque le había confesado ese gusto, esa preferencia, mientras andábamos en la provincia cubana en una guagüita Girón para ir a leer poemas a algún lugar que no conocíamos.
Andar La Habana, para mí, supone mirar los cielos y las piedras, a la vez. No importa el resentimiento del cuello septuagenario o joven, cuando lo fue.
La Habana cumple en noviembre sus primeros cinco siglos de existencia. La publicidad, como corresponde, ha sido un acierto de la Oficina del Historiador: bien diseñada, con un gusto innegable, ordenada en función de llamar la atención sobre la belleza física de nuestra ciudad. Sin embargo, a veces –implicados en ese amor que comparto– solo atinamos a contemplar los monumentos, las construcciones, incluso las proverbiales fortalezas militares, ejemplo de una arquitectura mundialmente reconocida por sus virtudes y hermosura.
No es que, de súbito, me haya poseído el espíritu de Bertolt Brecht pero ¿quiénes construyeron esa pléyade de bellas fachadas? ¿Esos parques y alamedas frente al puerto que lo circundan de forma magistral? ¿Quiénes? ¿En qué época? De acuerdo a nuestra historia, esos grandes monumentos fueron construidos durante la Colonia. No importa su identidad. A partir del apogeo del azúcar cubano, bajo el mandato de Don Luis de las Casas, alrededor de 1791 se creó, no por azar, un esplendor incalculable. La sacarocracia sabía lo que hacía y a lo que aspiraba. Construyeron para su solaz esparcimiento, para que permaneciera el consumo de objetos bellos a costa del sudor y el doloroso abatimiento de esclavas y esclavos traídos a la fuerza de África; trasplantados de modo violento a estas tierras, a estas islas, para con su sangre, sudor y lágrimas, como bien dice la canción, construir la base de una pirámide desigual, casi al estilo de Brecht.
Durante sus cinco siglos de historia, la otrora San Cristóbal de La Habana ha sido protagonista de muchas historias. Privilegiada por su posición geográfica, la que fuera una de las primeras villas fundadas por la Corona Española pronto se convirtió en referencia para el comercio, lugar de concentración de la Flota de Indias y, por tanto, codiciado enclave para piratas y corsarios.
No tardaría la ciudad -categoría que le fue conferida por Felipe II en 1592- en tornarse epicentro político y económico de la
Isla. Y es partir de ese carácter de capital que La Habana se erigió como pilar fundamental en la formación de la nacionalidad cubana, en la que el deporte ha jugado un papel trascendental.
Si bien es cierto que los conquistadores encontraron a su arribo una población nativa con tradiciones y juegos propios, muchos aportes al proceso de creación identitaria recibieron notables influencias externas. Primero, de los colonizadores españoles y luego de todo el influjo anglosajón proveniente del norte, a partir de la intervención norteamericana.
Desde la Madre Patria apareció la temprana afición por el fútbol, pero también a principios del siglo XX la explosión del Jai-Alai (o cesta punta), la modalidad más popular de la pelota vasca. La huella más notable de aquella pasión quedó marcada en la confluencia de la calles Concordia y Lucena, donde en marzo de 1903 se levantó el Frontón Jai-Alai, bautizado por los aficionados como el «Palacio de los Gritos» y que consiguió ser, en su momento, una de las principales plazas de ese deporte en el mundo.
Sin embargo, nada caló más profundo en el gusto de los cubanos que el béisbol, el juego que estudiantes criollos trajeron desde las universidades estadounidenses sin sospechar que, con el tiempo, sería parte indisoluble de la cultura nacional.
Aunque con cierta polémica la historia recoge como el primer partido de béisbol en Cuba el jugado el 27 de diciembre de 1874 en el matancero Palmar de Junco, La Habana tuvo su cuota de protagonismo en aquel hecho, pues uno de los equipos contendientes representaba los colores de la capital.
La fiebre generada por el béisbol –o el juego de pelota como se bautizó popularmente- legó a la capital sitios cargados de grandes historias, aunque algunos de ellos han sucumbido al paso del tiempo. Entre estos está el terreno de la barriada de Tulipán, que el 29 de diciembre de 1878 sirvió como escenario del primer partido de la Liga Profesional cubana, o el Almendares Park, enclavado en lo que es hoy la Terminal de Ómnibus, donde se lució el legendario Babe Ruth, cuando los Gigantes de New York visitaron La Habana en 1920.
No obstante, ninguno ha gozado de tanta relevancia como el Gran Stadium del Cerro –rebautizado después como Latinoamericano-, que a partir de su inauguración en 1946 se transformó en la catedral del béisbol cubano. Sobre su grama nació la Serie del Caribe y fue testigo de enconadas rivalidades como la que sostuvieron los clubes Habana y Almendares, los más ganadores de la liga profesional.
En sus graderíos nunca se dejó de vivir esa intensa pasión. Ahora, como el cuartel de los Industriales –herederos del azul del Almendares-, que además de ubicarse como el que más veces ha conquistado el título de la Serie Nacional, es el equipo que divide, entre el amor y el odio, a todos los aficionados del país.
Mas no solo el béisbol ha marcado la trayectoria deportiva de la principal urbe cubana, entre las únicas tres que en la región
ha organizado en par de ocasiones los Juegos Centroamericanos y del Caribe (1930 y 1982) y que fue sede de los Juegos Panamericanos de 1991, certámenes que además de dotar a la ciudad de una notable infraestructura, confirmaron a la nación como una de las grandes potencias deportivas del planeta.
Por su magnitud, han sido estas las citas deportivas más importantes abrazadas por una ciudad que también puede presumir de la organización, en 1974, del primer Campeonato Mundial de Boxeo –único disputado en un país latinoamericano-, o de reunir a legendarias figuras del ajedrez mundial en la
Olimpiada de 1966; también de cobijar una instalación de tanto prestigio internacional como un Laboratorio Antidoping al que nunca han quitado la acreditación desde su apertura en 2001, o de celebrar anualmente una carrera de largo aliento de carácter popular como el Marabana, que lleva más de dos décadas gozando de una notable convocatoria internacional y que el presente año tendrá una edición especial en saludo al 500 Aniversario de la fundación de La Habana.
En fin, que existen razones suficientes para afirmar que la ciudad llega a sus primeros cinco siglos activa, atlética… saludable.•