Excelencias Turísticas del caribe y las Américas

El sonido de las piedras

DESDE SU CARÁCTER DE CAPITAL, LA HABANA HA ESTADO ESTRECHAME­NTE LIGADA A MUCHOS DE LOS GRANDES MOMENTOS DE LA HISTORIA DEPORTIVA DE LA NACIÓN

- TEXTO / FABIO MARTÍN FOTOS / RICARDO LÓPEZ / CALIXTO N. LLANES

Me gustan las piedras. Contemplar­las mientras camino a un sitio escogido o no. Deambular supone un gusto por los escenarios y los objetos que los circundan. «Miras una piedra y recibes, sin que te des cuenta, su mirada. Es la piedra la que te escoge a ti, no tú a ella», me decía Pablo Armando Fernández porque le había confesado ese gusto, esa preferenci­a, mientras andábamos en la provincia cubana en una guagüita Girón para ir a leer poemas a algún lugar que no conocíamos.

Andar La Habana, para mí, supone mirar los cielos y las piedras, a la vez. No importa el resentimie­nto del cuello septuagena­rio o joven, cuando lo fue.

La Habana cumple en noviembre sus primeros cinco siglos de existencia. La publicidad, como correspond­e, ha sido un acierto de la Oficina del Historiado­r: bien diseñada, con un gusto innegable, ordenada en función de llamar la atención sobre la belleza física de nuestra ciudad. Sin embargo, a veces –implicados en ese amor que comparto– solo atinamos a contemplar los monumentos, las construcci­ones, incluso las proverbial­es fortalezas militares, ejemplo de una arquitectu­ra mundialmen­te reconocida por sus virtudes y hermosura.

No es que, de súbito, me haya poseído el espíritu de Bertolt Brecht pero ¿quiénes construyer­on esa pléyade de bellas fachadas? ¿Esos parques y alamedas frente al puerto que lo circundan de forma magistral? ¿Quiénes? ¿En qué época? De acuerdo a nuestra historia, esos grandes monumentos fueron construido­s durante la Colonia. No importa su identidad. A partir del apogeo del azúcar cubano, bajo el mandato de Don Luis de las Casas, alrededor de 1791 se creó, no por azar, un esplendor incalculab­le. La sacarocrac­ia sabía lo que hacía y a lo que aspiraba. Construyer­on para su solaz esparcimie­nto, para que permanecie­ra el consumo de objetos bellos a costa del sudor y el doloroso abatimient­o de esclavas y esclavos traídos a la fuerza de África; trasplanta­dos de modo violento a estas tierras, a estas islas, para con su sangre, sudor y lágrimas, como bien dice la canción, construir la base de una pirámide desigual, casi al estilo de Brecht.

Durante sus cinco siglos de historia, la otrora San Cristóbal de La Habana ha sido protagonis­ta de muchas historias. Privilegia­da por su posición geográfica, la que fuera una de las primeras villas fundadas por la Corona Española pronto se convirtió en referencia para el comercio, lugar de concentrac­ión de la Flota de Indias y, por tanto, codiciado enclave para piratas y corsarios.

No tardaría la ciudad -categoría que le fue conferida por Felipe II en 1592- en tornarse epicentro político y económico de la

Isla. Y es partir de ese carácter de capital que La Habana se erigió como pilar fundamenta­l en la formación de la nacionalid­ad cubana, en la que el deporte ha jugado un papel trascenden­tal.

Si bien es cierto que los conquistad­ores encontraro­n a su arribo una población nativa con tradicione­s y juegos propios, muchos aportes al proceso de creación identitari­a recibieron notables influencia­s externas. Primero, de los colonizado­res españoles y luego de todo el influjo anglosajón provenient­e del norte, a partir de la intervenci­ón norteameri­cana.

Desde la Madre Patria apareció la temprana afición por el fútbol, pero también a principios del siglo XX la explosión del Jai-Alai (o cesta punta), la modalidad más popular de la pelota vasca. La huella más notable de aquella pasión quedó marcada en la confluenci­a de la calles Concordia y Lucena, donde en marzo de 1903 se levantó el Frontón Jai-Alai, bautizado por los aficionado­s como el «Palacio de los Gritos» y que consiguió ser, en su momento, una de las principale­s plazas de ese deporte en el mundo.

Sin embargo, nada caló más profundo en el gusto de los cubanos que el béisbol, el juego que estudiante­s criollos trajeron desde las universida­des estadounid­enses sin sospechar que, con el tiempo, sería parte indisolubl­e de la cultura nacional.

Aunque con cierta polémica la historia recoge como el primer partido de béisbol en Cuba el jugado el 27 de diciembre de 1874 en el matancero Palmar de Junco, La Habana tuvo su cuota de protagonis­mo en aquel hecho, pues uno de los equipos contendien­tes representa­ba los colores de la capital.

La fiebre generada por el béisbol –o el juego de pelota como se bautizó popularmen­te- legó a la capital sitios cargados de grandes historias, aunque algunos de ellos han sucumbido al paso del tiempo. Entre estos está el terreno de la barriada de Tulipán, que el 29 de diciembre de 1878 sirvió como escenario del primer partido de la Liga Profesiona­l cubana, o el Almendares Park, enclavado en lo que es hoy la Terminal de Ómnibus, donde se lució el legendario Babe Ruth, cuando los Gigantes de New York visitaron La Habana en 1920.

No obstante, ninguno ha gozado de tanta relevancia como el Gran Stadium del Cerro –rebautizad­o después como Latinoamer­icano-, que a partir de su inauguraci­ón en 1946 se transformó en la catedral del béisbol cubano. Sobre su grama nació la Serie del Caribe y fue testigo de enconadas rivalidade­s como la que sostuviero­n los clubes Habana y Almendares, los más ganadores de la liga profesiona­l.

En sus graderíos nunca se dejó de vivir esa intensa pasión. Ahora, como el cuartel de los Industrial­es –herederos del azul del Almendares-, que además de ubicarse como el que más veces ha conquistad­o el título de la Serie Nacional, es el equipo que divide, entre el amor y el odio, a todos los aficionado­s del país.

Mas no solo el béisbol ha marcado la trayectori­a deportiva de la principal urbe cubana, entre las únicas tres que en la región

ha organizado en par de ocasiones los Juegos Centroamer­icanos y del Caribe (1930 y 1982) y que fue sede de los Juegos Panamerica­nos de 1991, certámenes que además de dotar a la ciudad de una notable infraestru­ctura, confirmaro­n a la nación como una de las grandes potencias deportivas del planeta.

Por su magnitud, han sido estas las citas deportivas más importante­s abrazadas por una ciudad que también puede presumir de la organizaci­ón, en 1974, del primer Campeonato Mundial de Boxeo –único disputado en un país latinoamer­icano-, o de reunir a legendaria­s figuras del ajedrez mundial en la

Olimpiada de 1966; también de cobijar una instalació­n de tanto prestigio internacio­nal como un Laboratori­o Antidoping al que nunca han quitado la acreditaci­ón desde su apertura en 2001, o de celebrar anualmente una carrera de largo aliento de carácter popular como el Marabana, que lleva más de dos décadas gozando de una notable convocator­ia internacio­nal y que el presente año tendrá una edición especial en saludo al 500 Aniversari­o de la fundación de La Habana.

En fin, que existen razones suficiente­s para afirmar que la ciudad llega a sus primeros cinco siglos activa, atlética… saludable.•

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Nada caló más profundo en el gusto de los cubanos que el béisbol, el juego que estudiante­s criollos trajeron desde las universida­des estadounid­enses sin sospechar que sería parte indisolubl­e de la cultura nacional.
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Anualmente se celebra una carrera de largo aliento de carácter popular denominada Marabana, que lleva más de dos décadas gozando de una notable convocator­ia internacio­nal y que el presente este 2019 celebra una edición especial en saludo al aniversari­o 500 de la fundación de La Habana
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Además de dotar a la ciudad de una notable infraestru­ctura, los Juegos Panamerica­nos de 1991 confirmaro­n a la nación como una de las grandes potencias deportivas del planeta
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La gran Ciudad Deportiva.

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