Excelencias Turísticas del caribe y las Américas
El agua y su suministro un desafío de cinco siglos
DESDE QUE LA VILLA QUEDÓ DEFINITIVAMENTE UBICADA EN EL PUERTO DE CARENAS, EN 1519, SUS HABITANTES TUVIERON QUE INGENIÁRSELAS PARA PROCURARSE QUE EL VITAL LÍQUIDO LES LLEGARA Y CON CALIDAD
En La Habana, ya cinco veces centenaria, el suministro de agua a sus habitantes, que en la actualidad rondan los 2 millones y medio (con población flotante incluida), siempre ha sido un desafío. Si bien sus dos primeros asentamientos fundacionales en el siglo XVI se situaron junto a ríos cercanos, al quedar definitivamente ubicada la villa en el puerto de Carenas, en 1519, pronto se dieron cuenta de que tenían que ingeniárselas para procurarse agua de calidad.
Osados aguadores comenzaron a traerla desde el río Almendares, en botes y tinajas, realizando una peligrosa travesía ribereña de más de 7 km, que muchas veces terminaba en desastres cuando el oleaje echaba a pique las frágiles y sobrecargadas embarcaciones.
Otra solución buscando paliar la situación fue idear la construcción de un cercado pétreo para acopiar las aguas de lluvia que bajaban por las peñas de La Cabaña y traerla hasta la villa, también en botes y tinajas.
Pero con el arribo a La Habana de decenas de buques de la Flota de Indias, la necesidad de agua se hizo más perentoria, por lo que se emprendió la construcción, en 1592, de la llamada Zanja Real, en la cual se invirtieron 30 años de trabajo, para traer el líquido vital desde un recodo del río Almendares, distante 13 km, donde se construyó la represa de El Husillo.
A pesar de que la zanja suministraba un agua de pésima calidad, debido a que llegaba a su destino muy contaminada, esta resultó la única fuente de abasto durante casi 3 siglos.
Fue a mediados del siglo XIX que, contando con mayores recursos, se levató el Acueducto de Fernando VII, el cual, por errores de diseño, se quedó muy por debajo del caudal que debía aportar, obligando a mantener funcionando el insalubre canal.
Hubo que aguardar hasta 1858, cuando el Ingeniero cubano Francisco de Albear, comenzó a edificar del acueducto que hoy lleva su nombre, considerado entre las Siete Maravillas de la Ingeniería Cubana y una obra hidráulica de importancia universal por las soluciones técnicas que aportó su construcción.
Con el acelerado crecimiento urbanístico y poblacional de la capital cubana que trajo consigo el siglo XX, se incrementó exponencialmente la demanda de agua, lo que provocó nuevamente el estrés hidráulico que soportó con dignidad durante años el añejo acueducto de Albear.
En nuestro tiempo, Aguas de La Habana, empresa mixta cubano-española, trabaja en la renovación de las viejas tuberías, sustituyéndolas por otras de poliuretano de alta densidad. La obra más importante que se acometió en el 2019 corresponde al nuevo ramal Palatino-Prado-Malecón, con el que quedará definitivamente renovado el abastecimiento en La Habana Vieja y Centro Habana, capaz de sostener el futuro de su crecimiento urbanístico.
El agua que se suministraba era de pésima calidad, pues llegaba muy contaminada, pero resultó la única fuente de abasto durante casi 3 siglos