Excelencias Turísticas del caribe y las Américas
Breves e incompletos apuntes para una historia
CONVERTIDA EN CIUDAD MARAVILLA POR LA VOLUNTAD DE MILLONES DE PARTICIPANTES EN UN AMPLIO CONCURSO INTERNACIONAL, LA HABANA HACE GALA DE UNA HISTORIA DE 500 AÑOS QUE SUBYUGA A PROPIOS Y AJENOS
San Cristóbal de La Habana fue fundada por las huestes del conquistador Pánfilo de Narváez en el año 1514, en la costa sur de la actual provincia de Mayabeque. Este asentamiento primario –cuya precisa localización aún no se ha establecido– no logró despegar como centro urbano, y a los pocos años quedó opacado por la conformación de un núcleo poblacional en la costa norte, en la desembocadura de río Casiguaguas, hoy Almendares.
Tampoco resultó La Chorrera el punto definitivo para la estructuración de la villa: para 1519 esta se trasladó hacia el llamado puerto Carenas, unos kilómetros hacia el este y en los márgenes de una formidable bahía de bolsa. Nacía así una ciudad, cuyo signo mestizo corporiza en su propio nombre, donde un
El cruce de la Corriente del Golfo por el Estrecho de la Florida creó condiciones
para que La Habana adquiriese gran importancia. Al establecerse en 1561 el Sistema de Flotas se decidió qué urbe en gestación fungiese locación donde debían reunirse todas las embarcaciones antes de emprender el siempre azaroso viaje a
través del Atlántico
referente del santoral católico fusionaba su ser con un topónimo
de origen aborigen alusivo al cacique Habaguanex, supuesto regidor de la comarca con anterioridad al arribo ibérico.
El progresivo despunte de la villa a lo largo del siglo XVI debe conectarse con la ruta de navegación definida por los marinos españoles como vía expedita para el regreso a Europa de los bajeles que circulaban por el ámbito antillano. El cruce de la Corriente del Golfo por el Estrecho de la Florida creó condiciones para que La Habana adquiriese gran importancia dentro el imperio de los Habsburgos. Al establecerse en 1561 el Sistema de Flotas –mecanismo que garantizaba el retorno conjunto a la Península de las naves que transportaban las riquezas del Nuevo Mundo– se decidió qué urbe en gestación fungiese como puerto-escala, es decir, locación donde debían reunirse todas las embarcaciones antes de emprender el siempre azaroso viaje a través del Atlántico. Vale apuntar que la espera por los buques retrasados o la presencia de condiciones de diverso signo hostiles a la navegación provocó frecuentemente que la estancia de la Flota en la rada habanera se extendiera por largos períodos, los cuales, en muchas ocasiones, llegaron a abarcar más de seis meses.
De tal suerte se conformó en la ciudad lo que Manuel Moreno Fraginals definiera como una economía de servicios-producción. Por un lado, floreció una infraestructura destinada a satisfacer las necesidades de la Flota y sus marinos, en un amplio arco que iba desde la reparación de los buques hasta el alojamiento de los tripulantes. En paralelo, se incentivó la actividad productiva en el hinterland agrícola que rodeaba a la villa, ante la posibilidad de dar eficiente salida a los rubros de la región, en especial a los cueros, el azúcar y el tabaco.
La relevancia de La Habana como puerto-escala de la Flota determinó el interés español por defender al asentamiento de los ataques de corsarios y piratas. Tal realidad motivó que se destinarán a la protección de la ciudad amplias sumas de dinero, que sufragaron tanto la construcción de un potente sistema de fortificaciones como el asiento de una importante guarnición. El paisaje de la urbe ha estado marcado hasta hoy por la presencia de este primer sistema defensivo. Los castillos de la Real Fuerza, San Salvador de La Punta y los Tres Reyes del Morro constituyen evidencia física del flujo monetario que el Imperio español invirtió en La Habana, dentro
de una dinámica que también repercutió favorablemente en el desarrollo económico de la villa de San Cristóbal.
La creciente prosperidad habanera trajo como resultado la conversión de la ciudad en la capital administrativa de la colonia. En tal condición llegó la pujante metrópoli al siglo XVII, centuria que vio el crecimiento paralelo de su población y su planta urbanística. Junto a las modestas y perecederas viviendas de las clases populares emergieron las sólidas edificaciones que todavía permiten al transeúnte sumergirse en los tiempos pasados. Iglesias, conventos y mansiones son el símbolo de esa Habana que con su esplendor alcanzó a convertirse en una de las ciudades más cosmopolitas del Nuevo Mundo.
Al ritmo de la trepidante actividad comercial se vertebró el crecimiento de una urbe transformada en crisol de un mestizaje cultural que incluyó en simultáneo la fusión de componentes étnicos diversos, la criolla apropiación del universo constructivo mudéjar y el surgimiento de un panteón religioso propio hijo del sincretismo. Era esta una ciudad de bullicio, riqueza y explotación cuyo dinámico ritmo inundaba cada día sus calles y plazas; una urbe que con rapidez veía cómo su pujanza propiciaba el desbordamiento de las murallas que pretendían defenderla.
INFLUJO DEL SIGLO DE LAS LUCES
El influjo del llamado Siglo de las Luces también conmovió a la ya por entonces llamada Llave del Nuevo Mundo y Antemural de las Indias Occidentales. La política reformista de la recién instaurada dinastía borbónica creó condiciones para un aprovechamiento más eficiente de las riquezas cubanas, que implicó el despegue vigoroso de las potencialidades habaneras.
La creación de la Real Compañía de Comercio de La Habana reforzó los privilegios de la ciudad y contribuyó a atenuar los costos derivados del declive del Sistema de Flotas. A lo largo de la centuria, el avance de la agricultura comercial movilizó la economía de la mano de la exportación de azúcar y tabaco. El sostenido adelanto de estos rubros no estuvo ajeno a la agudización de los conflictos sociales, tal y como expresan la intensificación de la explotación de la fuerza de trabajo esclava con los primeros pasos de la plantación como estructura productiva y la pugna dirimida entre las élites terratenientes, el campesinado y el Estado español en torno al control del negocio tabacalero, cuestión esta que derivó en la sangrienta represión a la tercera sublevación de los vegueros en 1723.
Un momento significativo en el decurso de la urbe durante el siglo XVIII fue su toma y ocupación por Gran Bretaña. En 1762 se vio consumada la histórica pretensión británica de hacerse con el control de este territorio. La heroica resistencia de las milicias criollas no logró impedir la victoria de los agresores, quienes supieron aprovechar las brechas estructurales que existían en el sistema defensivo capitalino. Iniciaron así once meses de dominio inglés que repercutieron favorablemente sobre La Habana, en tanto catalizaron líneas de desarrollo que venían ya en despliegue. El incremento de las exportaciones y de la entrada de esclavos contribuyó al florecimiento y prefiguró el auge económico finisecular.
El retorno de la ciudad a manos españolas en 1763 reactivó los planes reformistas de los Borbones respecto a su principal enclave caribeño. Bajo el mando del Conde de Ricla y su equipo de gobierno se implementaron diferentes disposiciones que reforzaron el rol de La Habana como emporio agroexportador. Al
A lo largo de la centuria dieciochesca la capital cubana vivió importantes acontecimientos que resultaron prueba explícita de la consolidación del
universo criollo en la Isla
mismo tiempo se remodeló el sistema defensivo a partir de la construcción de nuevas fortalezas dentro de las que destaca el imponente Castillo de San Carlos de La Cabaña.
Durante el último tercio del setecientos, la planta urbanística habanera fue testigo del impacto en la Isla de los conceptos ilustrados, proceso dentro del que jugaron un rol importante funcionarios españoles como el Marqués de la Torre, gobernador de Cuba entre 1771 y 1777.
El inicio del empedrado de las calles, la construcción de grandes edificaciones como el Palacio de los Capitanes Generales y el esplendor de la mansión señorial son muestra elocuente de los nuevos aires que recorrían La Habana. Los estertores del barroco y el afianzamiento del neoclásico definieron, en el plano estilístico, el momento que se vivía en la confluencia de los siglos XVIII y XIX.
No puede olvidarse, además, que a lo largo de la centuria dieciochesca la capital cubana vivió importantes acontecimientos que resultaron prueba explícita de la consolidación del universo criollo en la Isla. El surgimiento de instituciones educativas como el Colegio San José, la Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo de La Habana y el Real y Conciliar Colegio Seminario de San Carlos y San Ambrosio marcaron pautas dentro de un camino ascendente que desencadenó, ya para finales de siglo, toda una revolución intelectual que representó el correlato cultural del ascenso de la plantación en el ámbito socioeconómico.
METRÓPOLI DE LUZ Y SOMBRA
El siglo XIX resultó, sin duda alguna, determinante en la configuración de La Habana. El derribo de las ya inoperantes murallas y la expansión de ciudad hacia barrios como El Cerro y el Vedado sentaron las pautas de los tiempos por venir. La construcción de los cementerios de Espada y Colón, así como la puesta en marcha del todavía operativo Acueducto de Albear constituyen signos del arraigo de la modernidad.
Fue esta una centuria de embellecimiento para la metrópoli a partir del adoquinado de sus calles, la generalización del alumbrado público, la irrupción de las bellas artes en el tejido urbano y la creación de un entramado de instalaciones culturales que hicieron de La Habana un componente esencial del circuito de presentaciones que debía cumplimentar cualquier artista o compañía escénica empeñada en hacer las Américas. Asimismo, la centuria decimonónica marcó la entrada de los adelantos técnicos generados por la revolución industrial y científico-técnica que acompañó el afianzamiento del capitalismo a nivel mundial. El ferrocarril, la telefonía y la electricidad irrumpieron como símbolos del progreso material que llegaba a la Isla.
En paralelo, La Habana mantuvo su posición como uno de los epicentros de la vida política colonial. Por sus calles transitaron las principales corrientes ideológicas de la época. El reformismo, el anexionismo, el abolicionismo, el independentismo y el autonomismo chocaron y convergieron en una ciudad que atestiguó el progresivo desgaste de la dominación española sobre Cuba. Buena parte de los grandes protagonistas del turbulento ochocientos cubano tuvieron a la urbe como escenario de pasajes determinantes de su vida. La ciudad que vio morir a José Antonio Aponte tuvo el privilegio de acoger el nacimiento y temprana juventud de José Martí, de contemplar la formación como abogado de Ignacio Agramonte, de deslumbrarse con la apostura de Antonio Maceo paseando por la Acera de Louvre y de recibir la apoteósica entrada de Máximo Gómez y su caballería mambisa.
Con la llegada del siglo XX, la ciudad no perdió en lo más mínimo su protagonismo en la vida insular. Su condición de capital de la naciente República de Cuba se sumó a la preservación de
su papel como centro económico del país. El lustre y la miseria del período neocolonial alcanzaron explícita manifestación.
El influjo norteamericano impulsó un proceso de modernización urbano donde confluyeron el mimetismo frente a un paradigma cultural dominante y la reapropiación creadora del referente foráneo.
A lo largo de las primeras seis décadas de la pasada centuria, La Habana consolidó su carácter ecléctico, al convertirse en punto de interacción de los más diversos estilos. Los viejos presupuestos de la arquitectura colonial cedieron espacio, sin desaparecer del todo, a códigos estéticos más modernos. El art noveau, el art decó y el funcionalismo norteamericano, por solo citar algunos ejemplos puntuales, se engarzaron en el corazón de la ciudad y ayudaron a dotar de magia a un entramado urbano ya desde antes singular. Así alcanzó una nueva fisonomía al compás de construcciones devenidas hoy íconos. La Universidad de La Habana, el Malecón, el Palacio Presidencial, el Capitolio, el Hotel Nacional, Miramar, La Rampa y el Túnel de la Bahía constituyen muestras elocuentes de un esplendor capaz de emular con las grandes capitales del mundo.
Empero, no todo era brillo en La Habana. Junto a esa metrópoli de luz se erigía otra de sombra. Esa urbe de pobreza, desamparo y marginalidad que crecía no solo en barrios periféricos como Las Yaguas, sino también en el mismo corazón de la ciudad, en los tristemente célebres solares o cuarterías que encontraban espacio –en muchas ocasiones– en las antiguas residencias de una élite en continuo movimiento centrífugo. Fue esa ciudad de los de abajo la que incubó los grandes movimientos políticos que sacudieron a la República, desde las huelgas obreras de los primeros años del siglo hasta las movilizaciones populares que desembocaron en la caída de los regímenes dictatoriales de Gerardo Machado y Fulgencio Batista.
LA HUELLA DE UNA REVOLUCIÓN
El triunfo de la Revolución Cubana representó para La Habana un giro de 180 grados. Al ritmo de un proceso de ascendente radicalización, la ciudad atestiguó los estertores del capitalismo cubano. Como capital de la nación, tuvo el privilegio de ser sede de acontecimientos decisivos dentro del nacimiento de una nueva época en la historia de la nación.
La entrada triunfal de Fidel el 8 de enero de 1959, la masiva concentración que dio lugar Declaración de La Habana el 1ro. de septiembre de 1960, el multitudinario entierro de las víctimas causadas por los bombardeos que antecedieron a la invasión de Girón el 16 de abril de 1961 y la efervescente movilización popular dispuesta a defender la Revolución, incluso frente al peligro nuclear durante las jornadas de tensión vividas en octubre de 1962, son evidencias del escenario de ebullición que cambió la cotidianidad de los habaneros. Vale resaltar que esa Habana en movilización no es simplemente un recuerdo del pasado, sino realidad viva en estos tiempos desde el lógico acomodo a las circunstancias del presente.
Como en otros períodos, el rumbo asumido por la ciudad se ha expresado en su planta arquitectónica. La Revolución también dejó su huella en La Habana a través de obras como el Pabellón Cuba, la heladería Coppelia, las Escuelas de Arte de Cubanacán, el Palacio de las Convenciones y los repartos que en la periferia de la urbe contribuyeron a aliviar la tensa situación que en el plano de la vivienda encontró el gobierno revolucionario. Asimismo, merece destacarse la refuncionalización que hallaron espacios heredados del pasado republicano, fenómeno este dentro del que sobresale la conversión de la poco angelada Plaza Cívica en la vibrante Plaza de la Revolución.
Empero, no puede negarse que las complejas circunstancias de un país en permanente agresión, la herencia de décadas de deterioro material, conductas ajenas al más primario civismo e incorrectas políticas de planificación urbanística han dañado a la
ciudad a lo largo de seis décadas marcadas también por la proliferación de centros docentes, instalaciones de salud pública e instituciones culturales.
A luchar contra los males que aquejan a La Habana ha consagrado sus esfuerzos la Oficina del Historiador de la Ciudad, entidad que en los últimos cuatro decenios y como continuidad de las iniciativas gestadas desde su fundación en 1938 ha capitaneado –con el sostén del liderazgo político nacional– el proceso de recuperación de muchos de los valores patrimoniales de la capital cubana, a partir de una ingente labor que ha sido ampliamente reconocida a nivel internacional.
Convertida en ciudad maravilla por la voluntad de millones de participantes en un amplio concurso internacional, La Habana espera su aniversario 500. Orgullosa, hace gala de una historia que subyuga a propios y ajenos. La modesta villa que encontrara asiento en los márgenes de puerto Carenas a inicios del siglo XVI es hoy una de las grandes capitales del mundo. Es sin duda universal, mas al mismo tiempo expresión excelsa de los singulares procesos históricos que han dado origen a lo cubano.