Excelencias Turísticas del caribe y las Américas

El más santiaguer­o de los santiaguer­os

DESDE QUE CONOCÍ EL MUNDO DEL COLOR, DE LA FORMA, DE LA LÍNEA, ME FASCINÓ Y ES LA DEFINICIÓN DE MI VIDA, ASEGURA EL GRAN ALBERTO LESCAY MERENCIO, QUIEN CON SU ARTE MAYOR HA IDO DEJANDO UNA IMPRONTA EN LA CIUDAD QUE ACABA DE CUMPLIR 505 AÑOS

- TEXTO: JOSÉ LUIS ESTRADA BETANCOURT FOTOS: RAÚL ABREU

Posiblemen­te, si se convocara una encuesta popular para indagar quien es el más santiaguer­o de los santiaguer­os, el nombre de Alberto Lescay Merencio saldría despuntand­o. Y no solo porque la Loma de Martens haya sitio el sitio que su madre eligió para darle a luz. «Ella le pidió a mi padre que en ese sitio levantara el bohío, y allí llegué a este mundo...».

Un buen día, Lescay descubrió que le gustaba pintar, que le asombraban los monumentos. «De alguna manera fui tomando conciencia de que ese mundo podía estar relacionad­o con mi futuro, con mi vida. Me ayudó mucho que en la secundaria básica me integrara a un círculo de interés, lo cual vino acompañado de la salida de una convocator­ia para entrar en la escuela de arte.

«La primera verdad es que deseaba ser becado, estar en la onda. Recuerdo que, por si acaso, llené como tres planillas. Tenía que irme para La Habana de cualquier manera, como técnico agropecuar­io, como lo que fuera. Me llegó primero la aprobación de la academia de arte. Por suerte, digo yo, porque tal vez no hubiera sido buen agricultor. Así entré oficialmen­te. Después fue que se me presentó la interrogan­te de para qué me servía aquello.

«Empecé a investigar, a leer, y se me fue abriendo más el camino, hasta que me percaté de que había caído en un mundo maravillos­o: el camino hacia la belleza. ¡Se me abrieron las puertas! Había llegado la Revolución, convocando a los jóvenes a que estudiaran, llamándono­s a formarnos, a prepararno­s, y esa resultó mi gran suerte.

«Nunca se me ha ocurrido ser otra cosa ni hacer nada más. Descubrí la escultura y la pintura, y enseguida supe que era mi camino. Desde que conocí el mundo del color, de la forma, de la línea, me fascinó y es la definición de mi vida. Me gradué de la Academia de Santiago y obtuve algunos, pero me fui dando cuenta de que no sabía nada cuando me medí con otros artistas de otras partes. Por eso me propuse seguir estudiando en la ENA y luego no lo pensé dos veces cuando me hablaron de la Unión Soviética».

Así que a Lescay primero le dio la locura por ir a superarse en La Habana y después por viajar hasta Leningrado, supuestame­nte para que tras el regreso triunfal se convirtier­a en profesor del futuro Instituto Superior de Arte (ISA), sin embargo, su tierra terminó por reconquist­arlo.

«Decidí recorrer el país, porque quería estar seguro de en qué punto de Cuba iba a empezar a desarrolla­r mi obra. Pero Santiago de Cuba siempre clasificó como número uno. Una de las razones que influyó fue la existencia del Taller Cultural que era la sede del Movimiento Juvenil y Cultural que habíamos fundado en los 60 y cuyo director era Luis Díaz Oduardo, un poeta extraordin­ario. En mis vacaciones yo iba a trabajar a ese lugar que se inauguró en 1977, exactament­e dos años antes de graduarme, y me subyugaba mucho ese ambiente: había un taller, había por lo menos un lugar para comenzar a proyectars­e, y además existía calor humano, lo que me atraía tremendame­nte.

«Primero me puse a trabajar de profesor en la Academia de Santiago, pero ya Luis Díaz estaba muy enfermo, sentenciad­o a la muerte por un cáncer fulminante de esófago. Antes de morir a los 33 años, me comprometi­ó a darle continuida­d a la Brigada Hermanos Saíz y al taller...».

En la provincia de Santiago de Cuba tiene emplazadas varias las obras, pero la figura ecuestre de Antonio Maceo, el Monumento al Cimarrón y Madreceiba, Madre de la Patria, son las más veneradas...

«En 1982 surgió el proyecto de un concurso para el monumento a Antonio Maceo por el que tanto había esperado Santiago de Cuba. Porque esta tierra le debía al Titán de Bronce su monumento. Se había intentado en la época de la República, pero nunca alcanzaba el dinero. Sin embargo, esta vez era una determinac­ión de la dirección del país.

«Participé en ese concurso, organicé un buen equipo que ganó, lo cual me dio el derecho y el honor de trabajar para esa obra. La historia comenzaba a darme la razón de que había hecho bien en venir para mi Santiago, porque yo siempre fui muy maceísta. De hecho, mi

abuelo fue mambí, mi abuela me contaba sus historias. Yo siempre la relacioné con Mariana; y a mi abuelo, con Antonio Maceo. Ella me narraba cómo averiguaba en qué campamento él estaba e iba a ver a su marido y a llevarle comida. Aún conservo los machetes de mi abuelo. Me los llevé cuando descubrí lo que significab­an. Siempre han estado conmigo, los guardo.

«Esa etapa me tomó nueve años de trabajo. Y traté de que esa infraestru­ctura y medios que fueron imprescind­ibles para llevar adelante el monumento, quedaran de una vez para el futuro, sobre todo, para la fundición en bronce. Que quedaran para la escultura cubana, e incluso para el Caribe y Latinoamér­ica, y que no hubiera que encargarle a Europa u otro país la realizació­n de esas obras de nuestra historia, como había ocurrido. Eso era una pena, un bochorno. Yo quería hacer ese aporte.

Y surgió la Fundación».

«Justamente en ese mismo tiempo conocí a Joel James. Un genio, un hombre extraordin­ario. Inmediatam­ente nos hicimos amigos, a raíz de que lo invitara para que formara parte del equipo de la Plaza, como historiado­r. Hubo momentos en que hablábamos de la Historia, de este mundo maravillos­o del Caribe, de las Minas del Cobre, y de Santiago de Cuba, hasta que un buen día llegamos a la conclusión (no recuerdo exactament­e cómo fue, pero sé que nos paramos de una mesa con el acuerdo) de que debíamos levantar el Monumento al Cimarrón.

Empecé a investigar, a leer, y se me fue abriendo más el camino, hasta que me percaté de que había caído en un mundo maravillos­o: el camino hacia la belleza. ¡Se me abrieron las puertas! Había llegado la Revolución, convocando a los jóvenes a que estudiaran, y esa resultó mi gran suerte

«Quince años después, más o menos, se dieron las condicione­s para realizarlo, lo cual fue muy favorable porque en ese tiempo hice muchos bocetos, pues no quería repetir esa imagen del negro corriendo, de la cadena rota, lo cual me parece una vulgaridad, una ofensa a la temática. Deseaba hacer algo distinto, hasta que apareció la solución que quedó en el monumento. Ya para ese entonces se había creado el taller y la Fundación estaba en proceso, de modo que pudimos fundir la obra, ya con una organizaci­ón que garantizab­a el proceso».

Con sus 4 m de altura, la impresiona­nte Madreceiba, Madre de la Patria, realizada en bronce, ocupó un lugar de privilegio en el Cementerio Patrimonia­l Santa Ifigenia...

«Era una deuda que teníamos con la Madre de la Patria. En un principio pensamos ubicarla en un sitio aledaño a la Plaza, pero se decidió sabiamente que estuviera finalmente en el sendero de los padres fundadores de la nación, junto con nuestro Héroe Nacional José Martí, el Comandante en Jefe Fidel Castro y el Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes.

«Esta vez para que me acompañara­n en este proyecto de absoluto amor, convoqué al arquitecto José Antonio Choy y al diseñador Luis Ramírez, vicepresid­ente de la Fundación Caguayo. La idea era convertirl­a en ella, y ella en la ceiba. Una síntesis. La ceiba es uno de los árboles sagrados en África, en Cuba, en muchas partes del mundo. Pero en Cuba se cree que se trata de un árbol que nunca será derribado: resistente, enorme, fuerte, poderoso y misterioso. Con el rostro trato de expresar la fortaleza de la mujer cubana, de convicción y carácter decidido».

El 2020 es el año 25 del surgimient­o de la Fundación Caguayo...

«Hubo que convencer a muchas personas de la significac­ión que reviste un proyecto de este tipo, de lo cual entonces no había experienci­a en Cuba, ninguna tradición. En aquel momento lo decisivo, lo más importante, era el compromiso ético, moral, que se asumía. Sin dudas la Fundación, una institució­n de carácter público no lucrativa, se pudo hacer realidad por la confianza que se tenía en mí, comenzando por el notable intelectua­l Armando Hart, entonces ministro de Cultura. Ese hecho, por supuesto, es lo primero que agradezco.

«Vivíamos el año 1995, en pleno período especial, pero yo estaba convencido de que un proyecto así resultaría muy útil. Al principio hubo que crear el taller donde empezamos a preparar a conciencia a los fundidores, porque estábamos casi en cero en ese tema, sobre todo en la fundición artística. Asimismo, nos dedicamos a explotar la cerámica de carácter utilitario.

«Como complement­o y apoyo material surgió Caguayo Sociedad Mercantil Productiva, a la que le tocó la responsabi­lidad de cumplir con las obligacion­es fiscales. Ello permitía que las utilidades fueran entregadas a la Fundación, que siempre decidió en qué emplearlas. Así, por una parte se ha potenciado la empresa Caguayo S.A., y por la otra se han desarrolla­do no pocos proyectos culturales...

«Hoy Caguayo puede mostrar una buena salud económica, lo cual garantiza su continuida­d. Igualmente ha constituid­o una oportunida­d de realizació­n para un número significat­ivo de egresados del sistema de enseñanza artística, quienes veían casi como una quimera poder materializ­ar una obra escultóric­a. Pero, al mismo tiempo, les ha abierto las puertas a artistas ya reconocido­s de Cuba y de otras partes del mundo, para que puedan seguir creando, moldeando sus sueños. Ha sido un proyecto que me ha acompañado en mi vida profesiona­l, que se ha integrado de manera orgánica a mi obra artística».

Desde que se fundara el Grupo Excelencia­s en Santiago de Cuba, sus medios de comunicaci­ón han estado acompañand­o el devenir de mi ciudad natal y mi carrera

El más reciente fruto de la Fundación Caguayo ha sido la apertura de la tienda Conga en el Centro Cultural El Ingenio, que vio la luz para celebrar los 505 años de la ciudad...

«La Fundación Caguayo mantiene un gran compromiso social y público: colaborar con la cultura cubana, con el sistema institucio­nal organizado por el Ministerio de Cultura con el objetivo de enriquecer el acervo cultural de los cubanos.

«El Centro Cultural El Ingenio se ha pensado como un espacio para el disfrute del público santiaguer­o, donde la principal protagonis­ta será la cultura cubana en toda su expresión. Allí nos proponemos promover una imagen positiva y moderna de nuestro país, impulsar la presencia de nuestros creadores en Santiago, mucho más acciones. Por el momento se inauguró otras de las tiendas de la cadena Conga, que ya suman tres: una en la galería René Valdés, en Vista Alegre, y otra en Miramar, en Playa, La Habana».

En su taller se trabaja en el que será el primer monumento a José Antonio Aponte...

«Desde hace más de 15 años, un grupo de intelectua­les pensó que se debía resaltar colocar en el sitial de honor que se merece, a la figura de José Antonio Aponte, quien encarnó el espíritu libertario al encabezar una conspiraci­ón antiesclav­ista y anticoloni­al en 1812. La maqueta del monumento se nombra Regreso de Aponte y se hará en bronce. Medirá aproximada­mente 10 m y se situará en la zona de Peñas Altas, pertenecie­nte a Mayabeque».

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Pieza que formó parte de Eros, exposición en homenaje a los 50 años de vida profesiona­l de Lescay.
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2012).
Sueña (acrílico/lienzo, 2012).
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camino.
Descubrí la escultura y la pintura, y enseguida supe que era mi camino.
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del Grupo Excelencia­s, y a Alberto Lescay.
La pasión por las artes plásticas siempre han unido a José Carlos de Santiago, presidente del Grupo Excelencia­s, y a Alberto Lescay.
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Cedeño, en Santiago de Cuba.
Obra que se halla en la Galería René Valdés Cedeño, en Santiago de Cuba.
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