Excelencias Turísticas del caribe y las Américas

Quino: el mundo está igual o peor

- TEXTO: LOURDES M. BENÍTEZ CEREIJO FOTOS: ARCHIVO EXCELENCIA­S

«PAREN AL MUNDO, QUE ME QUIERO BAJAR», SOLTÓ UNA VEZ LA OCURRENTE MAFALDA, Y SU PADRE, JOAQUÍN S. LAVADO, QUINO, SOLO ESPERÓ A QUE ESTE 29 DE SEPTIEMBRE SU HIJA PREDILECTA CUMPLIERA 56 AÑOS DE EDAD PARA SALIR DEL UNIVERSO DE LOS VIVOS Y DEJARNOS CON LA TIRA LATINOAMER­ICANA MÁS VENDIDA EN EL PLANETA

«¿No sería más progresist­a preguntar dónde vamos a seguir, en vez de dónde vamos a parar?», dijo un buen día con solo seis años, la niña de cabello corto amarrado con un moño, fanática de los Beatles que no soporta la sopa. Pero todos sabían que cuando la chica irreverent­e y simpática abría la boca, quien en verdad se expresaba era su creador, «porque uno es – aseguró convencido– lo que dibuja».

Le llamaban Quino, pero más de medio mundo ignoraba que ese gran historieti­sta argentino había sido bautizado como Joaquín Salvador Lavado Tejón. Detalle insignific­ante cuando el autor consigue que Mafalda se convierta, sin discusión, en la tira latinoamer­icana más vendida en el planeta, un ícono cultural de todo el continente.

«Paren al mundo, que me quiero bajar», también soltó en otra ocasión la ocurrente Mafalda, y su padre solo esperó a que este 29 de septiembre su hija predilecta cumpliera 56 años de edad (debutó esa fecha de 1964 en Primera Plana) y

al día siguiente salió del universo de los vivos, camino a la eternidad, a causa de un accidente cerebrovas­cular, quizá ya muy cansando de llevar tanto tiempo en silla de ruedas y padeciendo un glaucoma, lo cual le hacía sentirse una «piltrafa», según sus propias palabras.

«Es muy feo, a uno se le va desapareci­endo el mundo. Sabe, ya casi no veo lo que pasa a mi alrededor», respondió en unas de las pocas entrevista­s que concedió a lo largo de su carrera y que ahora Excelencia­s ha retomado junto a otras en este homenaje en el que Quino le responde imaginaria­mente algunas preguntas que nuestra publicació­n le hubiera querido hacer.

Nació en Mendoza, el 17 de julio de 1932, ya casi con el sobrenombr­e que lo acompañarí­a hasta su último día. El Quino se lo pusieron sus padres andaluces para diferencia­rlo de su tío, quien se encargó de encaminarl­o cuando los perdió durante la niñez. De ese pariente cercano, diseñador y artista gráfico, heredó la pasión por el dibujo.

Su primer libro, Mundo Quino, se publicó en 1963, un año antes de que saliera a la luz

su personaje más recordado, Mafalda, junto a la tropa que siempre la acompañó: Felipe, Manolito, Susanita, Miguelito, Libertad y Guille, hasta que el 25 de junio de 1973 decidió que, salvo raras excepcione­s, sus personajes queridos no protagoniz­aran más historieta­s. Y a pesar de ello, no paró de crecer la fama mundial de su pequeña súperdespi­erta.

«Me halaga que se siga leyendo Mafalda, pero es triste pensar que los temas que hablaba en esa época siguen existiendo. Muchas cosas esenciales no han cambiado. El mundo que ella criticaba en el 73 está igual o peor», reconocía, cada vez que le hablaban de este asunto, quien recibió en vida la Orden Oficial de la Legión de Honor del gobierno francés y el Premio Príncipe de Asturias de Comunicaci­ón y Humanidade­s.

¿Por qué Mafalda se retiró en el 73?

«Porque no la hubiera podido seguir haciendo de cualquier manera. Con los militares, ¿te parece? Era una época muy trágica, la cosa no estaba para hacer bromas.

«Además, me fui en el 76. Si en Siete Días me decían que no me podían publicar algunos dibujos que mandaba porque había alusiones a un adulterio, por ejemplo. Mucho menos hubiera sido posible la Mafalda.

«Fue una cosa que me costó mucho, pero no quería que Mafalda fuera como esas historieta­s que la gente lee por costumbre, pero que no tienen sentido. Además, hacer una historieta no es lo mismo que hacer una página de humor. Es un trabajo más rutinario, y por lo tanto uno se siente más limitado. La historieta obliga a dibujar siempre a los mismos personajes y en la misma medida. Es como si un carpintero tuviera que hacer siempre la misma mesa, y yo también quería hacer puertas, sillas, banquitos. Una vez me preguntaro­n si no pensaba en resucitarl­a. Y resucitarl­a significar­ía que está muerta. Nadie duda que está bien viva, afortunada­mente».

¿Es consciente de que, de no ser por Mafalda, no habría llegado tan lejos?

«Sí. La gente necesita identifica­rse con un personaje. A Mafalda la gente la toma como si tuviera vida propia. Incluso me acusan de haberla matado, ¡como si un dibujo se pudiera matar!».

¿Qué lo convenció a llevar a Mafalda a la televisión, después de haberse resistido tanto con el cine y otros medios?

«Me gustaban las películas de este director cubano (Juan Padrón). Había visto Vampiros en La Habana en el Festival de Gijón, del que fui jurado, y me pareció una película graciosísi­ma,

divertidís­ima y muy bien hecha. Después lo conocí en 1984, cuando me invitaron a ser jurado en el festival de cine de La Habana, y nos hicimos muy amigos. Lo primero que hizo fue una serie de páginas mías de humor que quedaron muy lindas: los Quinoscopi­o. Mucho tiempo después, se habló de esta posibilida­d de hacer Mafalda.

¿Accedió enseguida?

«Yo no quería, pero él insistió tanto. Además, apareció otro amigo, un español que se encargó de que las television­es regionales de la península se encargaran de la producción. Me fui 11 días a trabajar con Padrón a

La Habana. Estuvimos todo ese tiempo encerrados en un hotel viendo todas las tiras de Mafalda que se podían hacer sin que sucediera lo que había ocurrido con las que se hicieron en la Argentina, en 1972. Luego, claro, el equipo de animación cubano tuvo que encontrar un estilo común más o menos parecido a mi dibujo. Y no es fácil».

¿Se divierte cuando dibuja?

¿Por qué los temas sin tiempo?

«No. Mi humor no me hace reír porque descargo mis angustias en el papel pensando que todos las comparten». «Porque me gusta que estén siempre vigentes. Y porque no me gusta hacer humor del tipo de dibujar políticos del momento, que los ves dentro de tres años y no te acordás de qué pasaba ni quién era el ministro del tal cosa y no entendés nada. Una situación política ideal es la que se presenta en los restaurant­es. El cliente que quiere comer es el pueblo y el mozo, que depende del maître y este del humor del cocinero, son los que ejercen el poder. Por eso no manejo personajes reales sino situacione­s referidas a la realidad».

¿A través de su mensaje, hubo alguna meta concreta?

«Siempre trabajé con la ilusión de que mis trabajos sirvieran para cambiar algo. Pero sólo se llega a quienes la situación les afecta realmente. Al resto, todo le resbala».

El humor es una de las cosas más serias que existen...

«Yo uso el humor como un marinero usa el agua. Yo trabajo con eso y no me pregunto qué diablos es el agua. Supongo que los marineros tampoco están todo el día pensando qué es el agua. En cuanto a la seriedad, creo que a veces en un dibujo se puede condensar todo una editorial de un diario sobre una situación política y por eso la censura cada tanto golpea sobre el humorismo. En Argentina nunca tuvimos una censura oficial. Eran los secretario­s de redacción que decían:“no, esto por ahora mejor no”. Una cosa que quedó muy marcada en la época, en Buenos Aires, fue cuando hubo el golpe de Estado que derrocó al presidente Iliá. En ese tiempo yo publicaba la tira de Mafalda todos los días. Y ese día hice una cara enorme, ni siquiera toda la cara de Mafalda. Era un primer plano tan cercano que se le veían nada más que la boca, la nariz y los ojitos y un poco del pelo. Y estaba muy triste y decía: “¿Y entonces todo eso que nos enseñaron en la escuela?”. Siempre se comenta que ese día no hubo mejor editorial de un diario que ese dibujo».

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* Con las respuestas de Quino en las escasas entrevista­s que concedió, Excelencia­s creó esta imaginaria para rendirle homenaje al genial historieti­sta.

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