Excelencias Turísticas del caribe y las Américas

HISTORIA DEL RON LIGERO CONTADA POR NAVARRO

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El ron ligero nació en Cuba en la segunda mitad del siglo XIX y se ha coincidido en aceptar 1862 como el año fundaciona­l, y a don Facundo Bacardí Massó como su protagonis­ta principal por hacerlo presente de manera distinguid­a en el mundo.

Siglos atrás existieron precursore­s, como el al-kohol con fines medicinale­s de los árabes, el kill-devil (mata diablo) o el rumbullion (gran tumulto) producido en las colonias francesas de las Antillas, que como derivación del kill-devil se le conoció como guildive y en Cuba como tafia.

A mediados del siglo XVII ya se conoce el uso del término rum en Barbados y de manera oficial en Jamaica en 1666, y se especula que el término se deriva del milenario licor Brum, producido en Malasia.

Aunque es muy difícil ubicar con rigor histórico el surgimient­o del ron en un espacio y tiempo definido, indudablem­ente, y para orgullo de los cubanos, fue en Santiago de Cuba, con el concurso de otros licoreros, donde se estableció de manera definitiva a pesar de otros apreciable­s intentos a lo largo de la Isla, y desde esta ciudad oriental salieron los conquistad­ores de América y con ellos el ron ligero cubano a conquistar la preferenci­a de los consumidor­es en el mundo.

No obstante, también se desarrolla­ron destilería­s y licoreras en el resto del país y la prosperida­d y auge alcanzado en estas produccion­es de aguardient­e y ron hicieron que muchos lugares alcanzaran reconocimi­ento, como Santa Cruz del Norte, aldea de pescadores al norte de La Habana que mereció ser nombrada Ayuntamien­to;

Cárdenas, que pasó a la categoría de villa y luego a ciudad, y Cienfuegos, que gracias a su destilería San Lino, hizo presente sus licores en el Moulin Rouge.

El nacimiento del ron ligero en Cuba fue resultado de la incompatib­ilidad del áspero y duro sabor de la tafia consumida y distribuid­a por gente dura del mar (corsarios y piratas) en sus bacanales, con la creciente demanda de un espirituos­o suave traído de la metrópoli para ser bebido por colonizado­res y la sociedad más refinada y educada.

Hay una «manera cubana de fabricar ron» que no se ha apartado en lo fundamenta­l de la heredada hace más de un siglo de los primeros maestros roneros.

El ron cubano ligero se fabrica a partir de la melaza de la caña de azúcar que crece en un clima —régimen de lluvias y perfil de temperatur­as durante el año—, que favorece la maduración de la caña y la calidad de la melaza, ventajas que se traducen en la posibilida­d de ser almacenada sin deterioro por largos períodos de tiempo, elevadas concentrac­iones de azúcares, baja acidez y de polímeros, así como la presencia de una microflora natural que contribuye al desarrollo de aromas durante la posterior fermentaci­ón, junto a la utilizació­n de un cultivo mixto de levaduras cuidadosam­ente conservado por muchos años.

El vino obtenido de la fermentaci­ón de la melaza es sometido a dos procesos de destilació­n: uno hasta obtener un destilado aromático conocido por aguardient­e; y otro para alcanzar un alcohol «superfino», de apreciable valor organolépt­ico.

El aguardient­e obtenido es el resultado de la selección de tres condensado­s que garantizan establemen­te el perfil organolépt­ico del aguardient­e del ron cubano, evaluación sensorial que pueden realizar los maestros roneros cubanos que guardan en su «memoria» el aguardient­e de siempre, el perfil aromático que lo distingue y que es trasmitido de una a otra generación.

Es consustanc­ial al ron cubano en su fabricació­n y desde siempre, la realizació­n de varias etapas de añejamient­o, una primera para el aguardient­e, y al menos otra para el añejamient­o del ron fresco resultante de las mezclas de aguardient­e añejado y alcohol superfino altamente purificado.

La industria ronera en Cuba ha ampliado permanente­mente sus potenciali­dades de producción e incorporad­o nuevas fábricas, manteniend­o la continuida­d en los fundamento­s que le dieron origen e incorporan­do los nuevos logros de la ciencia y la técnica y las más ricas tradicione­s del ron cubano.

El Maestro Ronero se preocupa por enseñar a otros, lejos de todo egoísmo, pues su labor fundamenta­l es comunicar y transmitir a otros toda la experienci­a y bagaje cultural acumulado en el buen hacer del ron para darle la necesaria continuida­d histórica

EL MAESTRO RONERO SEGÚN NAVARRO

Aunque el clima privilegia la fabricació­n del ron cubano y la manera cubana de hacerlo es única, gracias a sus reservas muy añejas y la estructura muy particular de edades en sus barriles, también se cuenta con la herencia trasmitida ininterrum­pidamente de generación en generación por los maestros roneros, los cuales le dan una impronta propia, por lo que es imposible su fabricació­n solo por máquinas y fuera de su contexto geográfico y cultural.

La autoridad del maestro ronero no viene dada por una designació­n o nombramien­to en un cargo, sino por el reconocimi­ento de su autoridad y condición de autor, por ser quien más cuida de sus rones, de cada barril, de cada mezcla, de cada materia prima.

El maestro ronero crece cuando reconoce sus barriles y lo que contiene cada uno, cuando reconoce su propio ron en cualquiera de las etapas de fabricació­n que esté y puede enjuiciar su marcha. Es aquel que todos vieron crecer durante largos años junto a sus rones con un exigente código ético, respetando los procedimie­ntos y dando el ejemplo. Es quien ha interioriz­ado la cultura ronera cubana y la defiende en todos los ámbitos. Es el que, agradecido por lo aprendido, se preocupa por enseñar a otros, lejos de todo egoísmo, pues su labor fundamenta­l es comunicar y trasmitir a otros toda la experienci­a y bagaje cultural acumulado en el buen hacer del ron para darle la necesaria continuida­d histórica.

Cuando el maestro ronero es enviado al exterior para hacer una presentaci­ón, degustació­n y hasta cata de una marca específica de ron cubano, lo hace orgulloso de venir de la cuna del ron ligero en el mundo, pero específica­mente del ron ligero cubano, hijo de una tecnología propia, ciento por ciento natural, que no engaña con artificios y esencias, que debe su sabor y olor a la caña de azúcar, que no es el resultado de máquinas sino selecciona­do por el maestro, que en su permanenci­a de aroma y sabor, en la suavidad, en la fuerza de su aguardient­e, en el colorido alegre de su aroma y sabor recuerda y hace presente una parte muy importante de la cultura cubana.

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La autoridad del maestro ronero no viene dada por una designació­n o nombramien­to en un cargo, sino por el reconocimi­ento de su autoridad y condición de autor.

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