Excelencias Turísticas del caribe y las Américas

Los paisajes más impresiona­ntes de Ceará

VALE LA PENA AVENTURARS­E POR LOS 600 KM DE LAS PLAYAS TROPICALES DE ESTE ESTADO, GANADOR DEL PREMIO EXCELENCIA­S Y BENDECIDO POR LA RIQUEZA MÍTICA Y NATURAL QUE ENCIERRAN SUS RUINAS, SUS ATARDECERE­S Y SUS PUEBLOS PESQUEROS

- TEXTO: MARIANELA MARTÍN FOTOS: ARCHIVO EXCELENCIA­S

Su figura divina se erige sobre el mar con su piel mulata cubierta de salitre y las ostras que le adornan los brazos. Una melena suelta, libre y crespa se mueve a la par de las olas que vienen y van al ritmo de sus pies. El vestido es tan azul como las aguas del Atlántico, y tan blanco como solo suelen ser las arenas de esta parte de Latinoamér­ica. Desde la orilla los enamorados le cantan y le mandan flores y cestas a Doña Janaina, la reina del mar y protectora de los amantes que cubren las costas orientales brasileñas.

El Estado de Ceará, en Brasil, es uno de esos lugares que ha sido bendecido por la belleza de sus costas y la riqueza mítica y natural que encierran sus ruinas, sus atardecere­s y sus pueblos pesqueros. Aventurars­e a conocer sus 600 km de playas tropicales es saborear la amalgama cultural del país más extenso de la porción centro-sur del continente.

En Fortaleza, su ciudad capital y la quinta más grande del país, los encantos ultramarin­os se palpan a través de la variedad de mariscos y pescados que enaltecen el arte culinario en la región.

Los camarones a la leche de coco, el cangrejo cocido y la famosa Peixada Cearence, compuesta de róbalo, huevo cocido y arroz guisado con verduras, otorgan sabor a los andares por las orillas de sus playas Iracema, Futuro y Meireles, en las que sorprende el verdor esmeralda de sus aguas; a la feria de artesanía y al contraste cultural de su jardín japonés.

A tan solo 27 km de Fortaleza, en la costa del Sol Naciente, se ubica la ciudad de Aquiraz, llamada por los nativos «Agua de allá». Las fuertes raíces culturales y el proceso de transcultu­ración están fuertement­e impregnado­s en la arquitectu­ra de la urbe. Aquiraz juega con las raíces portuguesa, indígena y africana, y mantiene tradicione­s de antaño que todavía encuentran sitio de culto en sus playas.

Lagoinha, por su parte, constituye uno de los paisajes más impresiona­ntes de Ceará. Desde su mirador se observan las dunas de arenas blancas, los cocoteros tropicales y un horizonte de mar digno de una fotografía para el recuerdo o la intención artística. La mejor manera de aventurars­e en sus aguas es dar un paseo en buggy o en catamarán.

Otro de los lugares más visitados es Porto das Dunas, donde la opulencia de los lujosos servicios de hotelería y turismo mantienen un inusitado equilibrio con el

ecosistema natural en un área

de 180 000 m2. En sus arenas se erige el Parque Acuático Beach Park, el más grande de su tipo en América Latina, con toboganes de hasta 41 m de altura y un río artificial que recorre la colorida ciudad del entretenim­iento.

Para los amantes de los paisajes vírgenes y la vida saludable se debe escoger Prainha, un paraíso tropical donde el mar y la vegetación alcanzan tal equilibrio que la hacen merecer la fama de una de las playas más bellas de Brasil. Montañas color esperanza ocultan los coqueirale­s y las aguas a los intrusos. Un oasis intimista donde beber agua de coco, surfear y tumbarse a merced de la naturaleza.

La policromía de sus dunas y la riqueza cultural de Canoa Quebrada la populariza­ron entre la comunidad de los años 60. La transparen­cia de sus aguas, la Villa Esteves de pescadores, con sus prácticas ancestrale­s y un viaje de 35 km a los acantilado­s de Punta Grossa, permiten disfrutar el tesoro de la flora y fauna endémicas de Brasil.

Ceará se ha convertido en un importante punto de convergenc­ia entre naturaleza y desarrollo turístico, entre mar y tierra, entre culturas que se trastocan una y otra vez. Desde la playa de Morro Blanco con su laberinto de acantilado­s, sus fuentes de agua natural y sus cavernas, hasta las piscinas naturales de Icaraí y la laguna Cauípe de Cucumbo.

El colorido y luminosida­d típicos de Brasil se reúnen en las arenas blancas de Jericoacoa­ra. Tras un recorrido en 4x4, a través de sus dunas, es posible llegar a la Pedra Furada, esa que el mar ha esculpido a lo largo de los años y hoy viaja por el mundo gracias a los millones de visitante que llevan consigo su fotografía.

Considerad­a como una de las playas más exuberante­s del mundo, Jericoacoa­ra descuella por sus esculturas naturales del Serrote, sus playas ocultas y sus lagunas inmersas entre enormes dunas, regalando todo un espectácul­o natural. A su vez despierta en los visitantes la curiosidad por la capoeira y otros deportes como windsurf, kitesurf y sandboard. Muchos llegan en busca de las grandes competenci­as que se suceden aquí, a las orillas de Jeri, como la llaman los que crecieron mirando sus olas.

En el acto final del día Jericaocoa­ra se transforma en ritual. Jóvenes, adultos y niños, oriundos y foráneos, suben una duna de 30 m para despedir al sol en la «Puesta Mágica». Y mientras el círculo dorado se pierde en el horizonte al ritmo de un berimbao brasileño, retornan las tablas al mar, las sonrisas, las siluetas de gente, mucha gente, y las arenas bailan junto a los pies de las morenas mientras Janaina, la Reina de las aguas, ofrece el atardecer más hermoso de Ceará.

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Los pescados y mariscos (con el cangrejo como gran estrella) están siempre a la orden del día en la capital de Ceará.
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Ceará le ofrece al visitante la posibilida­d hacer en cada espacio una fotografía para el recuerdo.
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La imagen de la India Iracema quedó tan fuertement­e vinculada a Fortaleza, que una playa fue bautizada con su nombre, y diversas estatuas fueron esculpidas por toda la ciudad.

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