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La respuesta política a la desaceleración europea
A pesar de que las previsiones para 2020 apuntan a una recuperación hasta el 1,5% para la Eurozona en su conjunto, la realidad actual es que ha dejado atrás el ciclo expansivo, presionada por dos escenarios adversos. Por un lado, la moderación de la actividad global, la consiguiente ralentización del comercio internacional, y una escalada del precio del petróleo desde comienzos de año a consecuencia de las sanciones de Trump contra Irán. Por otro, la incertidumbre que levantan el confuso proceso del Brexit, el futuro incierto de Italia y las tensiones comerciales desencadenadas por EE.UU. A esto se añade un elevado volumen de deuda pública a nivel global (equivalente al 235% del PIB, 17 puntos más que hace 12 años), algo insostenible en el tiempo.
Superada la crisis financieroeconómica global de 2007, y los efectos de su elevado endeudamiento, el problema actual deriva del esfuerzo insuficiente de los Gobiernos por disminuir la deuda acumulada, ni siquiera en años recientes con una economía boyante, una recaudación tributaria fuerte y unos tipos de interés muy bajos. Eso hubiera permitido ajustes fiscales sin reducir el gasto público productivo.
Pese a todo, la vulnerabilidad de las economías ante shocks macroeconómicos parece hoy menor que hace diez años, gracias a las múltiples reformas regulatorias del sistema macrofinanciero, aunque ayudaría corregir la situación fiscal mediante ajustes adecuados, es decir, realizando superávits primarios en los presupuestos del Estado. La cuestión es: ¿estarán dispuestos los Gobiernos?
La variable clave para evaluar la sostenibilidad de la deuda pública (el diferencial entre el tipo de interés a largo plazo y la tasa de crecimiento económico) arroja hoy un registro negativo en la Eurozona, si bien está sesgado por la política monetaria ultraexpansiva, y podría cambiar de signo rápidamente. Si los inversores financieros empezaran a preocuparse por los elevados niveles de la deuda pública y repuntasen las primas de riesgo sobre los bonos del Estado, los tipos de interés efectivos podrían volver a ser superiores al crecimiento económico. Entonces se haría notar el encarecimiento de la refinanciación de la deuda y su servicio, puesto que disminuiría el margen de acción para políticas económicas y sociales.
CONVENCIMIENTOS EN TELA DE JUICIO
En 2019, el crecimiento del PIB de la Eurozona podría moderarse hasta un 1% o menos, tras el
1,8% y 2,5% registrado en 2018 y 2017, respectivamente. El principal soporte sería la demanda interna, sobre todo por la vía del consumo privado. Cabe esperar que en este ejercicio la tasa de paro siga disminuyendo, a menos del 8%, aunque con grandes diferencias entre los Estados miembros.
La protección regulatoria de empleos no rentables impulsará las deslocalizaciones y ahuyentará la inversión directa extranjera en la propia economía
España todavía registrará una tasa de crecimiento notable (en torno al 2%), más por inercia que por factores fundamentales positivos; Francia (1,3%) podría mantenerse por encima de la media europea, mientras que Italia va camino del estancamiento, por su excesivo endeudamiento público. Pero lo más preocupante es el enfriamiento de la actividad en Alemania, mayor de lo previsto (0,5% según el Gobierno federal, tras el 1% esperado a principios de año), si bien la probabilidad de una recesión en los próximos trimestres es baja. La esperanza es que se atenuarán los actuales factores bajistas que, aparte del entorno internacional adverso y de problemas de la industria automovilística para adaptarse a la nuevas normas europeas sobre emisiones tóxicas, es especialmente la carencia de mano de obra cualificada y especializada, lo cual tradicionalmente ha sido uno de los pilares de la capacidad de crecimiento y de competitividad de las empresas alemanas.