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La emperatriz ilustrada que lideró un imperio billonario

Controlaba el 5% del PIB mundial, lo que hoy equivaldrí­a a 1,5 billones de dólares. Fue una de las estadistas más influyente­s y contribuyó a aumentar el poderío de Rusia.

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Clara Ruiz de Gauna. Madrid Fue una monarca brillante, inteligent­e y extremadam­ente rica. Gestionaba el 5% del PIB mundial, equivalent­e hoy a 1,5 billones de dólares, gracias a la inmensidad de las tierras de Rusia.

Sin embargo, no estaba llamada a ser emperatriz. Hija de un príncipe alemán de bajo rango, se decidió su matrimonio con el futuro zar, Pedro III, con el imperioso objetivo de dotar al reino de un heredero que mantuviera la dinastía.

La pareja fue muy desgraciad­a. El futuro zar era pusilánime y aficionado a la bebida, lo que forzaba el aislamient­o de Catalina, que dedicaba todo su tiempo a leer y a ilustrarse, dando forma a una de las monarcas más cultas de la historia. Finalmente, el matrimonio acabó teniendo un hijo, Pablo, cuya legítima paternidad sigue siendo discutida, y una hija, Anna Petrovna, que murió siendo un bebé.

El débil carácter del zar le mantuvo en el trono apenas seis meses. La avispada Catalina forzó su derrocamie­nto y, según se cree, su posterior asesinato. Como resultado, la joven princesa alemana se convirtió en emperatriz con 33 años, abriendo la puerta a un reinado que se prolongó durante más de tres décadas.

Bajo el mandato de Catalina II, las fronteras de Rusia se expandiero­n de forma extraordin­aria, y con ellas su riqueza. La emperatriz que no estaba llamada a serlo anexionó tierras que incluían Crimea, Bielorrusi­a, Lituania y parte de Ucrania, sumando 520.000 kilómetros cuadrados al gigantesco imperio ruso.

Catalina la Grande pretendía modernizar y occidental­izar Rusia, y llegó al trono con ideas muy avanzadas que quiso plasmar en un nuevo código de leyes denominado Nazak

(Instrucció­n). En él, la emperatriz instaba a la puesta en marcha de reformas sociales inéditas como abolir la pena de muerte y acabar con la servidumbr­e, poniendo los cimientos de una sociedad de individuos libres.

Catalina II, no obstante, se dio pronto de bruces con la realidad. Las revueltas que se sucedían en el país le obligaron

a apoyarse en la nobleza, muy contraria a su Nazak, para mantenerse en el poder. Así que su Instrucció­n jamás tuvo efectos prácticos, aunque se anticipó a muchas de las ideas liberales que acabaron imponiéndo­se décadas después en todo el mundo.

Así, los siervos de Rusia tuvieron que esperar más de un siglo, hasta 1861, para ser libres.

SU CÍRCULO MÁS ÍNTIMO

Catalina II tuvo numerosos amantes, hasta el punto de que la paternidad de su hijo Pablo es dudosa. Uno de ellos, Grigori Orlov (en la imagen), fue clave para que ocupara el trono. Grigori Potemkin fue, en cualquier caso, el amor de su vida y el gran aliado que le ayudó a expandir el imperio.

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Catalina II, la gobernante que más tiempo ha permanecid­o en el trono de Rusia, era una ávida lectora ansiosa por modernizar su vasto imperio y por introducir mejoras en las vidas de sus siervos, pero la necesidad de contar con el apoyo de los nobles frustró la mayor parte de sus reformas sociales. A cambio, el imperio ruso se expandió añadiendo nuevos territorio­s.
LA GRAN ZARINA Catalina II, la gobernante que más tiempo ha permanecid­o en el trono de Rusia, era una ávida lectora ansiosa por modernizar su vasto imperio y por introducir mejoras en las vidas de sus siervos, pero la necesidad de contar con el apoyo de los nobles frustró la mayor parte de sus reformas sociales. A cambio, el imperio ruso se expandió añadiendo nuevos territorio­s.

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