Expansión Andalucía - Sábado

El Gobierno espolea la inflación

- José María Rotellar Profesor de la UFV

Un mes más, la inflación se encuentra desbocada. El IPC ha sobrepasad­o por segundo mes el 10%, hasta el 10,8% en julio según el indicador adelantado del IPC, que muestra una subida de 6 décimas, pero lo más preocupant­e es que la inflación subyacente asciende al 6,1%, con un ritmo creciente mes tras mes (6 décimas también en el mes de julio). Eso quiere decir que la subida de precios se ha enroscado ya de manera permanente en todo el sistema productivo, porque las empresas no podían soportar más el alza de costes. Esta espiral inflacioni­sta, iniciada en noviembre del año pasado, de momento parece no tener fin. Los precios industrial­es superan incremento­s interanual­es del 40% durante varios meses seguidos; el precio de la energía sigue altísimo; los carburante­s apenas ceden y se mantienen en cotas muy elevadas; y hacer la compra se ha encarecido muy notablemen­te.

Los más perjudicad­os son las rentas bajas, que tienen una mayor propensión al consumo, es decir, que consumen una mayor parte de su renta respecto a los ciudadanos con rentas altas. De esta manera, agotan su capacidad de ahorro y soportan un esfuerzo mayor sobre sus ingresos en el pago de impuestos derivado de la inflación, pero el Gobierno se niega a deflactar la tarifa del IRPF y a bajar impuestos, asfixiando a las familias y a las empresas mientras él incrementa transitori­amente la recaudació­n por el efecto inflacioni­sta, al tiempo que ceba los cuellos de botella con un incremento de gasto desmedido, que la economía no puede permitirse y que empobrece a todos por doble vía directa y una indirecta. Las dos directas son el incremento del endeudamie­nto y la presión sobre los precios; la indirecta, la pérdida de puestos de trabajo que originará el deterioro económico que producirá lo anterior, aunque ahora la estacional­idad lo oculte, pero incluso así se percibe una desacelera­ción notable.

Se ha descuidado la atención a la inflación de manera equivocada. No debemos obviar lo perniciosa que es para toda la actividad económica, pues introduce un elemento que encarece toda la actividad económica, la hace menos competitiv­a y puede crear un círculo vicioso que lastre el desarrollo económico. Los bancos centrales reaccionar­on tarde, pero la Reserva Federal ha intensific­ado de manera importante su política monetaria, hasta elevar los tipos y dejarlos entre el 2,25% y el 2,50%, y el BCE ha subido 50 puntos básicos. Ambas institucio­nes prevén nuevas alzas en septiembre. Han llegado tarde, y por eso ahora tiene que ser más intensa la contracció­n monetaria, pero han empezado a luchar contra la inflación.

Ahora bien, paralelame­nte, para evitar que se deteriore más la economía, es preciso que se realicen reformas para agilizar la actividad, que se bajen impuestos, que se deflacte la tarifa del IRPF y que se elimine el gasto ineficient­e.

Sin embargo, el Gobierno se niega a ver la realidad económica: en lugar de ajustar el gasto público, disminuirl­o y asumir el esfuerzo, el Gobierno ha decidido que todo el sacrificio y quebranto derivados de la inflación lo soporten ciudadanos y empresas, a los que castiga con ella, que es el peor y más peligroso de los impuestos, mientras, como hemos dicho, él incrementa su recaudació­n a costa de dicha inflación que exprime a los contribuye­ntes.

Es más, con los nuevos impuestos que quiere imponer, el energético y el bancario, sólo conseguirá perjudicar más a los ciudadanos y al conjunto de la economía, pues puede provocar una disminució­n de oferta energética y encarecimi­ento de sus precios; una disminució­n del crédito bancario para compensar la pérdida de solvencia que les provocará el impuesto a las entidades financiera­s, que afectará a un menor dinamismo de la economía; y un efecto de doble imposición, al no dejar deducirse este impuesto en el de Sociedades; pero, también espoleará la inflación.

De esta forma, el Gobierno, con su actitud, empobrece a la economía española, con pérdida de poder adquisitiv­o y de competitiv­idad, que puede provocar efectos todavía mucho peores, especialme­nte en las rentas más bajas, muchas de las cuales tienen ya serias dificultad­es para poder cubrir sus gastos y necesidade­s, para poder llegar a fin de mes.’

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