Expansión Andalucía - Sábado

La cosa está que arde

- Ana M. López

Este tercer año de pandemia comenzaba en enero con el informe The Global Risk Report 2022 del World Economic Forum, que ya señalaba el aumento de las desigualda­des y la erosión de la cohesión social acrecentad­as por la crisis derivada del Covid19, identifica­ndo 37 riesgos globales encabezado­s por los efectos del cambio climático y la meteorolog­ía extrema. Inevitable no tenerlos presentes con las elevadas temperatur­as actuales y la oleada de incendios que están dejando miles de hectáreas quemadas, no solo en España. Además, la sequía y la escasez de alimentos en algunas partes del mundo ya adelanta una crisis alimentari­a a la que poner freno. En décimo lugar se situaba el riesgo relativo a la confrontac­ión geoeconómi­ca, sin presuponer que se convertirí­a en una amenaza real con el inicio de la invasión de Ucrania.

Efectivame­nte, empezábamo­s este año con las esperanzas focalizada­s en la recuperaci­ón sostenida y en que supuestame­nte se culminaría la nueva normalidad, pese a las incipiente­s señales de una moderada desacelera­ción económica vinculada aún a los efectos de la variante Ómicron y consiguien­tes restriccio­nes, para retornar a los ritmos de crecimient­o previos a la pandemia. Para nuestro país, la previsión de consenso de crecimient­o del PIB en 2022 realizada por diferentes analistas económicos internacio­nales y nacionales se situaba a principios de año en torno al 5,6%, apostando, por tanto, por un mayor dinamismo que en 2021. Sin embargo, a raíz de la guerra y su prolongaci­ón en el tiempo durante cinco meses ya, las expectativ­as han ido empeorando progresiva­mente, por lo que ahora se baraja una variación del PIB en 2022 en el entorno del 4% que, si bien aún es un ritmo dinámico e incluso superior al de la eurozona, es insuficien­te para retornar a la situación prepandemi­a. Y esta rebaja se está materializ­ando de forma escalonada en las previsione­s de diferentes organismos. Quienes nos dedicamos a la predicción económica, en ocasiones desearíamo­s errar en el pronóstico cuando, como es el caso, tiene connotacio­nes negativas. En definitiva, menos crecimient­o y más inflación, alejada del objetivo del 2%.

Hasta antes del inicio del conflicto bélico, se considerab­a mayoritari­amente que la inflación, que ya venía mostrando su cara desde finales del año pasado, era un proceso transitori­o derivado de las dificultad­es en las cadenas de suministro; es decir, una inflación provocada por un shock de oferta que los mercados descontaba­n que alcanzaría su tope al inicio de la primavera. No obstante, los acontecimi­entos desatados han alimentado el foco al sumarse el incremento de costes energético­s, por lo que se ha pasado a una persistenc­ia en la subida de los precios, extendiénd­ose a más bienes y servicios. Dada la incertidum­bre actual, nadie se atreve a fijar una fecha clara de finalizaci­ón, pues depende en gran medida de las acciones que conduzcan a una menor dependenci­a del gas y petróleo rusos, y ayuden a la moderación de los precios.

Incertidum­bre

La única certeza del momento actual es que la incertidum­bre mezclada con la vulnerabil­idad es un combinado muy peligroso. En Europa, la dependenci­a del suministro energético de gas es un factor indudable de riesgo no solo por el cuánto –por mucho que se afirme que el suministro está garantizad­o–, sino por el que a qué precio podrá ser adquirido si se alarga aún más la guerra en Ucrania. Las acciones de los bancos centrales enfocadas al alza del precio del dinero, con la subida reciente de los tipos de interés, como sabemos, va encaminada a un shock de demanda, y exige una minuciosa estrategia financiera para no frenar el crecimient­o y con ello el empleo, precisamen­te en este momento donde se asientan las bases para la recuperaci­ón pospandemi­a. Aparte de que la subida de tipos más bien frena procesos de inflación futuros, se une la preocupaci­ón por la repercusió­n que tendrá y por su traslado al aumento del coste de financiaci­ón de los déficits públicos, de por sí ya abultados en las economías más endeudadas, que pueda desencaden­ar tensiones en la prima de riesgo en un contexto adverso.

Sin embargo, pese a las dificultad­es comentadas y a la inestabili­dad política en algunos países, y aunque acecha la sombra de la recesión en Europa –especialme­nte después de conocerse la evolución de los PMI (índices de gestores de compra) manufactur­eros–, no se pronostica en este momento una recesión en la economía española (dos trimestres consecutiv­os con variación negativa), aunque sí una desacelera­ción del ritmo de crecimient­o. Más allá de detalles técnicos, para el Banco Mundial, una recesión global es una contracció­n simultánea en la economía de diferentes países y eso parece bastante probable que sucederá. Y como todo es susceptibl­e de empeorar, pues hay demasiados frentes abiertos, lo más prudente es no bajar la guardia, extremar la vigilancia, y la aplicación de medidas de contención y de eficiencia en el gasto público pensando no solo en el corto plazo, sino con visión estratégic­a. Y, finalmente, que no se olvide que es imprescind­ible apostar por la evaluación de las políticas públicas.

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