Primeros avisos a Sánchez: es hora de acabar con el gasticidio
Nos toca hacer los deberes: la política del avestruz sólo servirá para que sean nuestros acreedores quienes nos tengan que imponer los ajustes.
En los últimos días venimos atendiendo con expectación los informes sobre perspectivas económicas elaborados por el Fondo Monetario Internacional y la OCDE. Ambos organismos supranacionales, independientes, y que velan (entre otras cosas) por la estabilidad económica internacional. Leyéndolos con cierta profundidad hay cosas que no deberían sorprendernos, y que son elementos comunes a ambos.
En primer lugar, que las perspectivas económicas para 2023 son, en el mejor de los casos, de fuerte desaceleración económica, y no debemos obviar la posibilidad de que se produzca una recesión en economías importantes del planeta.
En segundo lugar, que la inflación se consolida con un carácter estructural, y que va a costar mucho tiempo devolverla a los niveles objetivos de los bancos centrales más importantes del mundo (crecimiento de los precios en niveles en el torno del 2%).
Y, por último, que la situación a nivel financiera se está deteriorando, que la incertidumbre en los mercados cada vez es mayor, y que los agentes más vulnerables son los que más endeudados están.
Este último es un elemento que no debemos infraestimar. En las últimas semanas hemos visto quebrar a uno de los mayores brokers de criptomonedas (FTX), a otro (Genesis) quizás lo veamos próximamente, y Credit Suisse ha sufrido la mayor salida de capitales de su historia tras necesitar un rescate de la Reserva Federal. Los tipos de interés exigidos a la deuda pública en prácticamente todas las economías del mundo (también la española) están en máximos desde la crisis financiera de 2008/2011. Por el momento, ni la morosidad ni los tipos de interés en los mercados interbancarios dan ninguna señal de pérdida de confianza, pero, al igual que ocurrió en 2008, esta situación se puede revertir de forma repentina. Merece la pena recordar que esto, junto con el peor año para la renta variable y fija desde hace décadas, se produce tras ligeras (aunque agresivas) subidas de los tipos de interés, que siguen sin devolver a la inflación a su objetivo.
España no es ajena a ninguno de estas circunstancias. Según el FMI y la OCDE, el crecimiento económico se va a desplomar a niveles ligeramente superiores al 1%, la inflación va a permanecer en torno al 5%, el déficit público no va a volver a cumplir los criterios de Maastricht (3% del PIB) ni en 2027, el déficit público estructural (independiente del ciclo económico) es superior al 4% del PIB, y la deuda pública va a permanecer por encima del 110% del PIB en los próximos años.
Revisiones a la baja
Debemos tener en cuenta, además, que las estimaciones de estas instituciones supranacionales suelen ser siempre optimistas. Por ejemplo, el propio FMI hace un año preveía un crecimiento del PIB para 2022 del 6,4%, más de dos puntos superior a lo que estima ahora. Además, derivado del hecho de ser el único país desarrollado que no ha recuperado los niveles de riqueza previos al Covid-19, solemos ser de los que mejor comienzan la casilla de salida para el año siguiente (2023) y, sin embargo, conforme se suceden los acontecimientos, también somos los que sufrimos las revisiones más agresivas a la baja.
Traigo esto a colación porque considero que estas perspectivas para España son, una vez más, optimistas. El parón de nuestra economía tras el verano es evidente. Tanto es así que el último dato de crecimiento para el tercer trimestre del año (+0,2% trimestral) coincide con la media de la UE. Un dato que sería positivo si no fuera porque han sido los mejores meses para el turismo en España y que en el Este de Europa han sufrido un ajuste notable por la invasión de Ucrania. O, dicho de otra manera: no es un buen dato.
Hay muchos indicadores coyunturales y de actividad económica que nos invitan a pensar a muchos analistas que el crecimiento en España va a ser inferior al 1%. Incluso, algunos creemos que nuestra economía podría entrar en recesión en el primer trimestre del año 2023. En cualquiera de los escenarios, es difícil plantear un ejercicio sin un ajuste en el empleo. Y tanto el FMI como la OCDE han estimado una ligera disminución de la tasa de paro, hasta niveles del 12% de la población activa.
Esta debilidad económica, junto con la elevada inestabilidad financiera, dibuja la necesidad de un ajuste en nuestras finanzas públicas. El Fondo Monetario Internacional lo ha cifrado en un 0,25%-0,5% del PIB (unos 6.000 millones de euros) que, de nuevo, es una cifra muy conservadora.
En 2020 fuimos campeones europeos en déficit público; en 2021 también estuvimos en el top diez; y en 2022, a pesar de la recaudación récord que estamos viendo, también vamos a registrar un déficit, según las estimaciones del Gobierno, del 5%. En un escenario de estanflación los ingresos públicos podrán seguir creciendo, aunque sin duda a menor ritmo. Uno de los factores que subyacen a nuestra mala evolución económica son las 54 subidas de impuestos que, junto con la inflación, han hecho que España sea el país europeo en el que más ha crecido la presión fiscal de toda Europa. Esto es un freno al crecimiento y un incentivo a un mal uso de los recursos públicos. No en vano, el gasto de las Administraciones Públicas (sin incluir las entidades locales) se ha incrementado en 55.000 millones de euros con respecto a 2019, sin pandemia ya de por medio, y somos el único país, junto a Italia, que acude al BCE para que financie la totalidad de las emisiones netas de deuda pública.
La tormenta financiera que algunos llevamos advirtiendo desde enero ya aparece en los informes de analistas con la palabra “inestabilidad”. Es, por el momento, un nubarrón a lo lejos, pero ya visible. Europa ya no tiene herramientas de política fiscal ni monetaria para salvarnos. Nos toca hacer los deberes, y la política del avestruz sólo servirá para que sean nuestros acreedores quienes tengan que imponer los ajustes, como le ocurrió a Grecia en 2010. O, peor aún, como lleva ocurriendo en Argentina desde principios de los años 2000. La política del gasticidio debe acabar. Primer (y, quién sabe si único) aviso.
Europa ya no tiene herramientas de política fiscal ni monetaria para salvarnos
bien hecho que algo fabricado en masa. Lo que nos hace tan específicos es lo que nos ha permitido resistir frente a los gigantes del mundo de la moda que hacen sujetadores o bragas como si fueran pantalones.
– ¿Nos olvidamos entonces de vender por Internet?
Es complicado en un producto tan específico como éste, pero tampoco podemos luchar contra las tendencias. Nos hemos dedicado siempre a la fabricación y a la distribución y no hemos abierto tiendas porque el producto no lo aguanta todo y no seríamos rentables si tuviéramos tiendas propias. Pero Internet nos ha permitido entrar en contacto directo con el consumidor y hoy supone el 8% de nuestras ventas –Selmark cerrará el año con una facturación de unos 25 millones de euros–.
– ¿Preferiría fabricar pantalones?
Cuando empecé a estudiar Administración y Dirección de Empresas no sabía ni lo que quería hacer con mi vida. Creo que llegué ahí por pura inercia. Mi padre me dio la oportunidad de entrar en la empresa y me dediqué muchos años a vender. Quizá mostré más afinidad al producto que mis hermanos y quizás por eso mi padre confió en mi.
– Tiene dos hermanos, ¿a ellos no consiguió convencerles?
No se dejaron (risas). El proceso de sucesión ha sido lento y desde hace sólo unos meses soy el propietario y CEO de Selmark, pero me ha costado mucho tiempo porque he tenido que ganarme el puesto. Llevo veinte años asumiendo poco a poco las riendas de la empresa.
– ¿Se lo pondrá igual de difícil a sus dos hijas?
Ser empresario en España no es ningún privilegio y no sé si quiero que ellas se dediquen a esto. Ser una pyme y del sector textil, que depende tanto de las crisis, de los cambios en los hábitos de consumo o de las tendencias, es muy complicado.
– ¿Tanto?
Cuando yo empecé la tienda pequeña representaba el 80% de la distribución, hoy sólo el 17%. Es un sector que está dominado por grandes grupos y cada vez es más difícil ser un pequeño pez en un mar tan grande, que está dominado por fondos de inversión y grandes firmas con medios enormes. O mis hijas muestran una enorme vocación o creo que no les incitaré a que se dediquen a esto. – ¿Ni siquiera aprovechándose del efecto Inditex?
Yo es que no creo en ese evento. Para mí Inditex es como si me hablas de Telefónica o de Iberdrola. Ha hecho mucho por Galicia y por la moda, pero también el resto de empresas hemos hecho mucho por ella. Los emprendedores del textil gallegos de la época de mi padre, que fueron muchos, permitieron crear un embrión que dio lugar a Inditex.
– ¿Teme más a Amazon o a la crisis económica?
A nosotros nos hacen más daño los cambios de consumo y las alternativas de ocio que Amazon, Aliexpress o una crisis. La gente tiene un dinero disponible, en mayor o menos medida dependiendo de los ciclos, pero prefiere gastárselo en un móvil y eso es lo que más daño nos hace. Los chavales antes se mataban por un Levi’s y ahora prefieren un iPhone. Imagínate un sujetador, que puede aguantar una temporada más.