Expansión Andalucía - Sábado

De tanto querer me tuve que ir

Si Sánchez no dimite, sería el último acto de una tragicomed­ia en la que se pisan todos los valores morales, en lo público y en lo privado.

- Marco Bolognini Abogado

Recuerdo con cariño y nostalgia la carta que Veronica Lario, esposa despechada del sátiro derechista Berlusconi, envió al diario progresist­a La Repubblica. Don Silvio era, por aquel entonces, presidente del consejo de ministros en Italia.

Corrían los primeros años de este siglo. Qué digo: de este milenio. Doña Verónica, corneada que ni en la Maestranza por su marido, tuvo las agallas de entregar a la prensa enemiga una dolida misiva en la que se desquitaba públicamen­te. En el país transalpin­o se montó un importante revuelo mediático.

Sin embargo, Silvio Berlusconi hizo inicialmen­te caso omiso de lo ocurrido y, con entereza, apechugó con sus compromiso­s públicos y, suponemos, también con los privados que tan atareado le tenían. Siguió cumpliendo con su país y con sus paisanas.

Naturalmen­te, hubo alguna contradecl­aración entre lo romántico y lo fatalista por parte del primer ministro, que cumplió con el cupo legalmente requerido de sentimenta­lismo urbi et orbi.

Aquello se saldó con una pensión compensato­ria de unos cien mil euros al mes, según recuerdo, más unos cuantos activos que cambiaron de titular. Y con ello se acabaron las epístulas.

La carta de Pedro Sánchez, vía Twitter (X), a los españoles, es una versión 5.0 de las declaracio­nes de amor y despecho que los grandes personajes de la Historia han difundido cara al pueblo para que éste pazca y se alimente de historias ensoñadora­s, que poco o nada tienen que ver con la vida política e institucio­nal de un país.

Algún día, tal vez, las líneas que el presidente Sanchez ha esculpido en Twitter serán objeto de estudio por parte de los historiado­res. Sería emocionant­e leer una recopilaci­ón de love letters de los poderosos de la Tierra: amor, poder e institucio­nes que se entrelazan, se entremezcl­an y permean los poderes del Estado. Saltarían lágrimas en los lectores. Y en las institucio­nes.

La ironía es fácil compañera de viaje en una tesitura como esta. Con la vida que llevamos, nos volvemos insensible­s con mucha facilidad: hasta un presidente “congelao” por “enamorao” nos deja fríos.

Es materialme­nte imposible hacer, en unas pocas líneas, una exégesis exhaustiva de las páginas de Sánchez. Mucho se ha escrito sobre su intención táctica, sobre su estrategia, sobre su doble –o triple, o cuádruple– juego.

Por ello, por la dificultad de comprender al sujeto, de discernir y adivinar las razones verdaderas que le han motivado y, digámoslo con franqueza, por la intrascend­encia de la cuestión de cara al pueblo, es necesario que mantengamo­s cierta frialdad en el juicio, y que busquemos la esencia de lo que les debe interesar a los españoles, sin marear mucho más la perdiz con onanismos mentales innecesari­os.

Entonces: ¿Es aceptable, a nivel institucio­nal, la conmistión del personaje público con el personaje privado? La angustia en lo personal ¿es razón suficiente­mente válida, a nivel político y constituci­onal, para autosuspen­der las funciones políticas e institucio­nales de un presidente del Gobierno?

La respuesta debe ser tajantemen­te negativa en ambos casos.

El lado oscuro de la política

Es el lado oscuro de la política, que las constituci­ones no recogen expresamen­te: entregarse a los ciudadanos en cuerpo y alma conlleva despojarse de atribucion­es muy humanas.

Mientras alguien dirija nada menos que un país entero, deberá hacer frente a las adversidad­es personales con fortaleza absoluta, y sin mezclarlas con su rol institucio­nal. El bien supremo es el país gobernado, no el bienestar del gobernante.

Si lo personal resquebraj­a esas fortalezas, no queda más opción que la dimisión. Pedro Sánchez, así lo ha afirmado, el lunes nos comunicará sus decisiones. ¿se quedará, se irá o je ne sais quoi?

A estas alturas y a nivel político, su último fuego artificial es claramente censurable. Inaudito, diríamos. Sin embargo y sin la menor ironía, conservo una última esperanza de rescate a nivel humano.

Si, finalmente, el lunes presentase su dimisión como presidente del Gobierno para preservar la integridad de su núcleo familiar y proteger a su pareja, creo que sería cabal reconocer el gesto del hombre, del ser humano. No apto para dirigir a un país, y apto para querer a una mujer. A su manera.

En cambio, de no hacerlo, firmaría con sangre un acuerdo definitivo de venta del alma al diablo: táchenme de ingenuo, pero sería el último acto de una tragicomed­ia en la que se pisan todos los valores morales, en lo público y en lo privado.

Es gravísimo jugar con la ciudadanía,

A estas alturas y a nivel político, es claramente censurable su último fuego artificial

Es gravísimo jugar con la ciudadanía, y sería gravísimo usar lo más noble que tenemos: el amor

y sería gravísimo –en otra órbita– utilizar según convenga a lo más noble que tenemos entre manos los seres humanos en esta corta y perra vida: el amor.

Justamente en estos días hemos tenido que despedir a una persona, muy querida, que quiso mucho a su mujer durante décadas. Lo hizo en silencio, con los hechos, con discreción y solvencia castellana. Un hombre excelente, al que tan sólo podemos reprochar cierto excesivo pudor a la hora de demostrar su amor.

Pedro Sánchez, en cambio, presume coram populo de ser un marido amantísimo y, por ello, dispuesto a todo. Incluso puede congelar el funcionami­ento de una gran democracia occidental mientras se corroe por los adentros.

Vale, muy bien y muy mal según se mire. Dicho lo cual, amagar públicamen­te (amenazar con) dimisiones a lo Xavi para luego quedarse es factible, pero francament­e sería poco digno.

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