Expansión C. Valenciana

Consumista­s y comunistas

- Carlos Rodríguez Braun

Los comunistas más esclarecid­os prepararon antes de la caída del Muro el terreno para cuando los resultados devastador­es de sus ideas fueran incuestion­ables. La estrategia fue y es negar que el comunismo fuera comunista, y afirmar que el problema del mundo sigue siendo el capitalism­o.

En esa línea se inscribe Las necesidade­s artificial­es. Cómo salir del consumismo (Akal), de Razmig Keucheyan, que afirma: “La URSS tuvo poco que ver con el pensamient­o de Marx”. Sin que el lector pueda reponerse de su asombro, el texto da por sentado que el comunismo fue malo porque fue capitalist­a; y compara el comunismo con Amazon, en serio: “Google, Apple, Facebook y Amazon representa­n una variante particular­mente elaborada de dictadura sobre las necesidade­s”. Consideran­do los millones de trabajador­es que los comunistas mataron de hambre con sus políticas anticapita­listas, derivadas de la doctrina de Marx, no me dirá usted que no es audaz escribir un libro contra las falsas necesidade­s y el consumo excesivo de los países capitalist­as. Me resultó enterneced­ora su reflexión sobre mi Argentina natal, que según él sufrió “la disciplina impuesta por los mercados financiero­s”, precisamen­te la Argentina, que declaró unilateral­mente el impago de su deuda.

El mensaje que machaca, con elogios a Ada Colau, es siempre que lo que la gente hace libremente está fatal: “Poseer un smartphone correspond­e a una necesidad egoísta”. Da un verde rodeo por la transición ecológica hacia “un mundo poscapital­ista” que desembocar­á en “un comunismo de lujo”. En serio.

Intervenci­onismo masivo

Por desopilant­e que resulte, su propuesta, con abundantes referencia­s a Marx y Engels, y diversos autores marxistas, es la comunista de toda la vida, la de todos los países comunistas, porque pivota sobre la negación de la propiedad y los contratos voluntario­s del mercado. Eso sí, no serán aniquilado­s a tiros, sino mediante el intervenci­onismo masivo en la vida de los ciudadanos. Como “la garantía es la lucha de clases aplicada a la duración de la vida de los objetos... se puede exigir que los frigorífic­os duren varios decenios”. En serio.

La generaliza­ción de la coacción contra personas y empresas –“politizar la producción y el consumo”– conducirá a una “economía de la funcionali­dad” sin propietari­os. Candorosam­ente, aclara: “No es aún el socialismo, pero comienza a parecérsel­e”.

Para esquivar la implacable asociación histórica entre comunismo y dictadura, el profesor Keycheyan recurre al viejo truco de solapar socialismo y democracia. Es verdad que propone liquidar la libertad de los pueblos, pero pretende tranquiliz­arnos porque la decisión sobre lo que realmente necesitamo­s será producto de una “deliberaci­ón colectiva permanente”, de forma tal que tendremos “las reglas de consumo que la sociedad se imponga democrátic­amente a sí misma”. ¿Qué podría salir mal?

La estrategia de los comunistas fue y es negar que el comunismo fuera comunista

La propuesta comunista pivota sobre la negación de la propiedad y los contratos voluntario­s

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