La empatía fiscal
Una persona de toda solvencia y con mucha experiencia en la Administración Tributaria me confesó que las actuaciones administrativas en las que el contribuyente sale mejor parado son aquellas en las que el funcionario y el contribuyente empatizan. A pesar de ello, me advirtió que empatizar con el contribuyente no está muy bien visto. Quien me lo dijo no comparte obviamente esta última observación.
Empatizar. Este es el problema. Tanto me sorprendió que, ante la duda, indagué sobre su significado. Lo hice porque pensé que tal vez era yo quien no lo conocía bien.
Acudí para ello al Diccionario de la Lengua Española, y corroboré que la empatía es la capacidad de identificarse con alguien. Según Daniel Goleman, psicólogo estadounidense de fama mundial, la empatía es uno de los pilares fundamentales de la inteligencia emocional, término que Peter Salovey y John Mayer acuñaron en el año 1990 y que Goleman desarrolló en su conocida obra “Emotional Intelligence”. Para Goleman, la empatía supone ver las cosas desde el punto de vista del otro. Escuchar. Comprender.
Quienes ya tenemos canas, recordamos la revolución que la inteligencia emocional supuso en las relaciones interpersonales y su peso en la selección de capital humano. Pues bien. Empatizar está mal visto.
Me interesé entonces en conocer cuáles eran los antónimos de empatizar y averigüé que, entre otros, son la indiferencia, la insensibilidad, el desinterés, y la aversión.
Me quedé tan tranquilo como preocupado. No estaba en un error. Empatizar no es hacerse el simpático, hacer “migas”, salir de copas, ni nada similar. Es ponerse en el lugar del otro. Que el funcionario se ponga en el lugar del contribuyente, y que este haga lo mismo. Escuchar y comprender lo que uno y otro dicen. Escuchar. No oír.
Si persistiéramos en ello, seguro que todo sería muy distinto. De hecho, esto es lo que ocurrió durante mucho tiempo.
Recuerdo, sin ir más lejos, que uno de los expedientes de delito fiscal en los que, como segunda opinión, tuve la oportunidad de intervenir fue el que más he disfrutado personal y profesionalmente, y de los que mejor recuerdo conservo.
Empatizamos con el inspector. Sí. Cada uno defendimos nuestra posición. Hicimos el esfuerzo de entendernos. Uno y otro nos respetábamos. Éramos conscientes de nuestra discrepancia y procurábamos encontrar puntos comunes. Entendernos. Cada uno en su papel; en su rol. La confianza presidía nuestra relación profesional. Recuerdo incluso hasta ir contento a la inspección. Motivado. Y a pesar de que el expediente fue a delito, a los dos nos quedó una muy buena sensación. Sin comidas. Sin cenas. Sin regalos. Sin más relación que la estrictamente profesional.
Así ha sido hasta que la Administración ya no ha necesitado al contribuyente salvo para pagar. Hoy, sin embargo, les he de reconocer que voy a la Agencia Tributaria (AEAT) tenso. Educación, mucha. Pero diálogo, muy poco. Oír, sí. Escuchar, no tanto. Comprender, casi nada. Empatizar, ni se plantea. Tanto es el agotamiento psíquico, que hasta procuro no ir ya a ninguna visita.
¿No nos estamos equivocando?
Relación cooperativa
En un contexto internacional, la relación cooperativa es la que se impone. Y cooperar, es empatizar. Pero en España estamos muy lejos de ello.
A pesar de que se firmen Códigos de Buenas Prácticas, su denominación no se corresponde con la verdadera voluntad que los promueve.
Es una especie de simulación dialéctica. Y lo es, porque la verdadera relación cooperativa exige reciprocidad, bilateralidad. Empatizar es tarea de dos. No de uno. Empatizar es asumir compromisos mutuos. Compromisos en la aplicación de la ley.
Cooperar no es cumplir la ley. Cooperar es obligarse mutuamente a colaborar, a aplicar y mejorar el sistema tributario conjuntamente. Es promover una relación de tú a tú. Garantizar la seguridad jurídica. No aprovecharse de la falta de certeza, de las lagunas normativas, y de los conceptos jurídicos indeterminados. Es colaborar y promover la transparencia.
Cooperar es confianza mutua. Es trabajar juntos en la solución de los conflictos; en la redacción de la norma; en su interpretación; en la lucha contra el fraude fiscal. Es ser transparente en los algoritmos. Es prevenir y evitar los conflictos.
Estoy, pues, convencido que la solución es un Código de Buenas Prácticas en materia tributaria basado en la empatía. Código que, de incumplirse, tenga consecuencias.
Pero no. La realidad sigue el camino contrario. Y así, guste o no, se fomenta la desafección, el roce, la confrontación, la conflictividad, la inseguridad.
A pesar de ello, yo seguiré defendiendo una relación basada en la empatía. La empatía fiscal.