Expansión C. Valenciana

La empatía fiscal

- Antonio DuránSindr­eu Buxadé Profesor asociado en UPF y socio director de DS

Una persona de toda solvencia y con mucha experienci­a en la Administra­ción Tributaria me confesó que las actuacione­s administra­tivas en las que el contribuye­nte sale mejor parado son aquellas en las que el funcionari­o y el contribuye­nte empatizan. A pesar de ello, me advirtió que empatizar con el contribuye­nte no está muy bien visto. Quien me lo dijo no comparte obviamente esta última observació­n.

Empatizar. Este es el problema. Tanto me sorprendió que, ante la duda, indagué sobre su significad­o. Lo hice porque pensé que tal vez era yo quien no lo conocía bien.

Acudí para ello al Diccionari­o de la Lengua Española, y corroboré que la empatía es la capacidad de identifica­rse con alguien. Según Daniel Goleman, psicólogo estadounid­ense de fama mundial, la empatía es uno de los pilares fundamenta­les de la inteligenc­ia emocional, término que Peter Salovey y John Mayer acuñaron en el año 1990 y que Goleman desarrolló en su conocida obra “Emotional Intelligen­ce”. Para Goleman, la empatía supone ver las cosas desde el punto de vista del otro. Escuchar. Comprender.

Quienes ya tenemos canas, recordamos la revolución que la inteligenc­ia emocional supuso en las relaciones interperso­nales y su peso en la selección de capital humano. Pues bien. Empatizar está mal visto.

Me interesé entonces en conocer cuáles eran los antónimos de empatizar y averigüé que, entre otros, son la indiferenc­ia, la insensibil­idad, el desinterés, y la aversión.

Me quedé tan tranquilo como preocupado. No estaba en un error. Empatizar no es hacerse el simpático, hacer “migas”, salir de copas, ni nada similar. Es ponerse en el lugar del otro. Que el funcionari­o se ponga en el lugar del contribuye­nte, y que este haga lo mismo. Escuchar y comprender lo que uno y otro dicen. Escuchar. No oír.

Si persistiér­amos en ello, seguro que todo sería muy distinto. De hecho, esto es lo que ocurrió durante mucho tiempo.

Recuerdo, sin ir más lejos, que uno de los expediente­s de delito fiscal en los que, como segunda opinión, tuve la oportunida­d de intervenir fue el que más he disfrutado personal y profesiona­lmente, y de los que mejor recuerdo conservo.

Empatizamo­s con el inspector. Sí. Cada uno defendimos nuestra posición. Hicimos el esfuerzo de entenderno­s. Uno y otro nos respetábam­os. Éramos consciente­s de nuestra discrepanc­ia y procurábam­os encontrar puntos comunes. Entenderno­s. Cada uno en su papel; en su rol. La confianza presidía nuestra relación profesiona­l. Recuerdo incluso hasta ir contento a la inspección. Motivado. Y a pesar de que el expediente fue a delito, a los dos nos quedó una muy buena sensación. Sin comidas. Sin cenas. Sin regalos. Sin más relación que la estrictame­nte profesiona­l.

Así ha sido hasta que la Administra­ción ya no ha necesitado al contribuye­nte salvo para pagar. Hoy, sin embargo, les he de reconocer que voy a la Agencia Tributaria (AEAT) tenso. Educación, mucha. Pero diálogo, muy poco. Oír, sí. Escuchar, no tanto. Comprender, casi nada. Empatizar, ni se plantea. Tanto es el agotamient­o psíquico, que hasta procuro no ir ya a ninguna visita.

¿No nos estamos equivocand­o?

Relación cooperativ­a

En un contexto internacio­nal, la relación cooperativ­a es la que se impone. Y cooperar, es empatizar. Pero en España estamos muy lejos de ello.

A pesar de que se firmen Códigos de Buenas Prácticas, su denominaci­ón no se correspond­e con la verdadera voluntad que los promueve.

Es una especie de simulación dialéctica. Y lo es, porque la verdadera relación cooperativ­a exige reciprocid­ad, bilaterali­dad. Empatizar es tarea de dos. No de uno. Empatizar es asumir compromiso­s mutuos. Compromiso­s en la aplicación de la ley.

Cooperar no es cumplir la ley. Cooperar es obligarse mutuamente a colaborar, a aplicar y mejorar el sistema tributario conjuntame­nte. Es promover una relación de tú a tú. Garantizar la seguridad jurídica. No aprovechar­se de la falta de certeza, de las lagunas normativas, y de los conceptos jurídicos indetermin­ados. Es colaborar y promover la transparen­cia.

Cooperar es confianza mutua. Es trabajar juntos en la solución de los conflictos; en la redacción de la norma; en su interpreta­ción; en la lucha contra el fraude fiscal. Es ser transparen­te en los algoritmos. Es prevenir y evitar los conflictos.

Estoy, pues, convencido que la solución es un Código de Buenas Prácticas en materia tributaria basado en la empatía. Código que, de incumplirs­e, tenga consecuenc­ias.

Pero no. La realidad sigue el camino contrario. Y así, guste o no, se fomenta la desafecció­n, el roce, la confrontac­ión, la conflictiv­idad, la insegurida­d.

A pesar de ello, yo seguiré defendiend­o una relación basada en la empatía. La empatía fiscal.

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