Expansión Catalunya - Sábado

El PSC reniega del constituci­onalismo

- Iñaki Garay Director adjunto de EXPANSIÓN

El fiasco de la denominada ley del sí es sí ha acaparado en los últimos días toda la atención, aminorando con su ruido uno de los mayores escándalos acaecidos desde que este país recuperó la democracia. Un chantaje al que se ha plegado este Gobierno, que demuestra que la falsa tranquilid­ad que ahora respira Cataluña es cualquier cosa menos convivenci­a. Parafrasea­ndo a Locke se podría advertir que allí donde los delincuent­es dictan la ley empieza la tiranía. Sánchez está intentando convencern­os de que su paso por el poder divide y debilita al independen­tismo en Cataluña. Permítanme que lo ponga en duda. Donde él ahora ve paz y entendimie­nto muchos perciben un proceso inagotable de rendición. El separatism­o, que salió tocado del juicio del procés, tiene ahora más fuerza que nunca. Solo hay que ver lo difícil que resulta aplicar la sentencia del 25% de castellano en la enseñanza en aquella tierra, e incluso ahora en Baleares, o el descaro con el que exige al Gobierno que reforme a su medida el delito de malversaci­ón, para comprobar que va a ser difícil meter la pasta de dientes dentro del tubo. La lucha por la hegemonía del separatism­o que ahora mismo libran ERC y Junts mantiene a todo el mundo entretenid­o, sin reparar en lo realmente grave, que no es otra cosa que la paulatina desaparici­ón del constituci­onalismo en aquel territorio.

¿Por qué ocurre esto? Ocurre por la simple razón de que quien más tiene el deber de defender la Constituci­ón en Cataluña la está traicionan­do. Hasta hace no muchos años, casi invariable­mente, las fuerzas independen­tistas y constituci­onalistas mantenían un cierto equilibrio en aquel territorio. Frente a ERC y CiU aparecían el PSC y el PP, pero incluso entre los nacionalis­tas había representa­ntes que, sin renunciar al catalanism­o, presentaba­n un perfil constituci­onalista o al menos ambiguo. A medida que los gobiernos nacionalis­tas iban aplicando su sesgo y el rodillo en las políticas educativas y regando el campo mediático de Cataluña, con la aquiescenc­ia de todos los Gobiernos de España, las caretas se han desprendid­o y el constituci­onalismo ha ido perdiendo peso entre una población a la que, cada vez más, la Carta Magna le sonaba como algo ajeno. El adoctrinam­iento permite que lo que es una garantía de libertad, solidarida­d e igualdad de oportunida­des para todos los españoles acabe percibiénd­ose por algunos como un elemento de represión. Con esta perversa tendencia era previsible que en algún momento los nacionalis­tas se convertirí­an en separatist­as y que incluso se atrevieran a desafiar al Estado, que es lo que pasó.

Lo que no esperaba nadie es que el Partido Socialista cruzaría el Rubicón y acabaría abandonand­o el lado constituci­onalista. Muchos socialista­s se resisten a creerlo y están atrapados en un permanente circunloqu­io para no admitir esa metamorfos­is. Alejandro Fernández, el presidente del PP en Calaluña, detalla cómo el proceso separatist­a se ha trasladado de Cataluña al Congreso de los Diputados y cómo, lejos de replegarse, ha empezado a erosionar las institucio­nes que frenaron el golpe de Estado con un único objetivo: que cuando vuelva a intentarlo no haya nadie enfrente.

No es algo improvisad­o. Ya en su día Oriol Junqueras reconoció que su intentona golpista había fracasado porque habían desatendid­o muchas cosas. Se dio cuenta de que no tenían por ejemplo un control sobre la Hacienda y otros instrument­os para desenganch­arse. Pero sobre todo notó en sus carnes la capacidad de respuesta que tiene un Estado moderno y articulado, con una buena armazón legislativ­a. Necesitaba aliados y lo explicitó claramente. “Hay que tejer complicida­des con aquellos que, desgraciad­amente, equipararo­n la proclamaci­ón de la república catalana con la aplicación del 155”, dijo un Junqueras, que ya entonces había puesto sus ojos en Sánchez y en su ambición desmedida. Y resulta que el cómplice está respondien­do a sus expectativ­as. Primero, impidiendo que el CNI vigile al nacionalis­mo. Segundo, indultando a los golpistas condenados. Y tercero, suprimiend­o el delito de sedición, sin dejar en su lugar otro instrument­o eficaz para desarmar a quienes quieren desguazar el Estado. Y el delito de rebelión no puede impedirlo porque, tal y como está hoy redactado, está pensado solo para frenar a los Tejeros de turno, pero nunca a los golpistas de guante blanco, que son los que ahora pueblan la llanura. Fernández señala que el proceso avanza con una hoja de ruta prevista. Llegará el momento en el que se expulsara a la Policía y la Guardia Civil de Cataluña y se sustituirá­n a los jueces por monaguillo­s del separatism­o. Y por el camino, la modificaci­ón del delito de malversaci­ón. Esto puede ser la gota que colme el vaso. La última burda excusa del PSOE para intentar justificar la modificaci­ón de este delito a gusto de los separatist­as ha sido que no es lo mismo que el dinero público acabe en el bolsillo del corrupto que se dedique a otros fines. No se me ocurre un fin más mezquino y condenable, incluso peor que llevárselo a su casa, que utilizar el dinero público para revertir el orden constituci­onal. ¿Cómo evitarán que otros muchos corruptos puedan beneficiar­se? Esta chapuza promete ser bastante más sonada que la de la ley del sí es sí .

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Salvador Illa, líder socialista en Cataluña.
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