Exclusivas estancias en serie
Éxitos como ‘The White Lotus’ convierten en protagonistas a los hoteles que visitan sus personajes.
Si aún no ha visto The White Lotus no tenga miedo, no le haré spoiler diciéndole por qué fue una de las series que cosechó más éxito en la última edición de los Premios Emmy. Con grandes dosis de humor, diálogos satíricos y personajes insólitos, la primera temporada de esta serie creada por Mike White demostró que el público está cada vez más necesitado de guiones bien construidos e inteligentes, que huyan de estereotipos sociales y que simplemente entretengan contando una buena historia.
Por eso no es de extrañar que The White Lotus se haya convertido en el mejor estreno de HBO y que el hotel Four Seasons Resort Maui en Wailea (Hawái), donde se rodó la primera temporada, ya haya recibido a los primeros curiosos interesados en comprobar si todo lo que se ve en la serie es real. Y sí, lo es. La trama parece sencilla. Un grupo de turistas llega al establecimiento con ganas de disfrutar de unas esperadas vacaciones. Allí, en ese escenario real, suceden situaciones extrañas, diferentes, divertidas y hasta dramáticas que cambiará la vida de todos ellos.
La fórmula resultó ser tan exitosa que la segunda temporada, que HBO está dosificando en España, repite formato, aunque los personajes y el escenario de vacaciones son diferentes. En este caso, es el idílico Four Seasons San Domenico Palace en Taormina (Sicilia) el que se convierte en protagonista principal de la trama. Prometí no hacer spoilers y he cumplido, pero ya les digo que querrán pasar sus próximas vacaciones en cualquiera de los dos.
También, en otros hoteles que han pasado a la historia por series míticas como Mad Men, que se trasladó a la isla de Honolulu para grabar en Royal Hawaiian Hotel y celebrar la luna de miel de Megan, o Twin Peaks, que hizo famoso al Salish Lodge and Spa, en la ficción Great Northern Hotel, cuando se alojó el agente Dale Cooper durante la investigación del asesinato de Laura Palmer.
La exposición Carmen Calvo (1950), que se ha prorrogado hasta el 15 de enero, organizada con motivo de la concesión a la creadora del Premio Julio González 2022, ofrece una visión global de las búsquedas conceptuales y formales de su trabajo. Un total de setenta obras, incluidas sus primeras incursiones en el terreno de la instalación, la intervención del barro y la cerámica, y dibujos, libros, postales, fotografías, imágenes intervenidas, o sus trabajos escultóricos con las muñecas, las figuras de cera y los maniquíes, parte indisociable del imaginario creativo de la artista. El recorrido por las obras expuestas abarca desde sus inicios en los años setenta hasta las últimas obras, algunas de ellas creadas expresamente para la exposición.
Hay una técnica en Carmen Calvo que desarrolla la idea de complejidad interdisciplinar que pretende desplazar la mirada y las sensaciones del espectador desde el objeto y la forma. Lo importante no es el objeto continente ni el objeto contenido sino la capacidad de los arquetipos para desvelar significados inconscientes e invisibles, pero que marcan y definen las referencias, las identidades y los conflictos. Hay otra característica del arte contemporáneo: el mensaje y la capacidad de interpelación. El trabajo desarrollado por la artista no es neutral.
Del proyecto expositivo, nos han gustado todo, pero en particular la recreación del estudio de la artista, el hecho de abrir su archivo y llevarlo al museo para ofrecer una nueva mirada sobre su trayectoria y sobre la importancia en la misma de la recuperación, la resignificación de restos materiales, objetos e imágenes forma parte esencial de su metodología de trabajo. El mundo como “un campo de experimentación que permite trazar múltiples historias a partir de un archivo en continua transformación”, comenta Nuria Enguita, directora del Instituto Valenciano de Arte Moderno. Un estudio donde conviven maniquíes, y cerámicas, exvotos y obras, muñecas y revistas, “objetos de la infancia que muestran su cara más siniestra”. Las intervenciones de la artista abren y cierran el recorrido. Silencio I y II, es una de las primeras incursiones de la creadora en el terreno de la instalación, con decenas de lápidas blancas amontonadas sobre un muro del que penden más de mil puñales amenazantes. La reflexión feminista reaparece en la instalación inédita con la que finaliza el recorrido que alberga centenares de dedos de terracota.
La muestra también incluye un montaje con algunas de las inquietantes obras donde, a veces bajo la apariencia, cargada de ironía, de lo lúdico, los cuerpos fragmentados y el pelo, símbolo de la identidad de la mujer, se exhibe con descaro, como en una gran bola del mundo sobre la que pende una enorme cabellera.