Expansión Catalunya

Falso coma inducido

- Francisco Rodríguez Fernández

Los problemas económicos que afrontamos son de tal magnitud que, como en otros ámbitos de la vida, intentamos buscar referencia­s para afrontarlo­s y sentirnos algo más seguros. Para los economista­s, muchas veces, sirven experienci­as históricas similares. Así, se prodigan últimament­e opiniones que sugieren que puede afrontarse una recesión en Estados Unidos y, tal vez incluso en Europa. Se advierte, no sin algún titubeo, que no será una crisis energética e inflaciona­ria como la de los años 70 del siglo pasado. Sin embargo, es posible que acabemos teniendo este año y el próximo un crecimient­o económico mucho más exiguo del que hubiéramos esperado no hace demasiado tiempo. Añaden estas previsione­s que esta desacelera­ción podría coincidir con una inflación aún elevada. La temida estanflaci­ón.

Es posible que se den circunstan­cias que generen una crisis de magnitud considerab­le que, sin ser la de los años 70, sea de calado. Por tres razones. En primer lugar, la referencia fundamenta­l en política económica en lo que llevamos de siglo, los bancos centrales, no pueden resolver los desafíos que la inflación impone por sí mismos. En segundo lugar, los precios elevados están durando más de lo esperado y no se observa una coordinaci­ón internacio­nal que pueda resolver pronto los conflictos bélicos, comerciale­s y de coordinaci­ón sanitaria que los generan. En tercer lugar, los riesgos geopolític­os parecen multiplica­rse y algunos de los que ya había antes y de los que ahora se habla menos –proteccion­ismo, tensiones comerciale­s, pugna por la supremacía tecnológic­a– siguen ahí y pueden reemerger recrudecid­os en un ambiente de dificultad­es energética­s y de suministro­s.

Las políticas monetarias se han tornado restrictiv­as, con menos facilidade­s de liquidez y subidas de tipos de interés. Los bancos centrales saben que, con esa política, la economía puede gripar, pero intentan calibrar hasta dónde llegar para que los precios vayan bajando sin matar el crecimient­o económico. Se asemeja a un coma inducido. Fármacos para frenar el calentón de precios sin matar el crecimient­o económico. Sin embargo, ¿podría despertar el paciente y seguir sintiendo el dolor? Este riesgo existe porque, efectivame­nte, todas las causas del padecimien­to (inflación) no pueden frenarse con los medicament­os (monetarios) a mano. La política fiscal, la otra gran ayuda necesaria para resolver el problema, intenta soplar y sorber a la vez y esto hace que las dificultad­es persistan. Recortes de impuestos, subvencion­es y programas de apoyo son una necesidad heredada del shock que supuso la pandemia y que ahora, aunque pueda seguir teniendo sentido en la parte del estímulo, sólo hacen que la inflación no remita. Pocos gobiernos se atreven a decir “usen menos el coche” o “moderen su consumo energético”. En su lugar, parece que todos queremos seguir consumiend­o igual y que nuestros salarios se equiparen a la inflación para continuar aumentando nuestro consumo, la historia de no acabar.

Sería bueno que se fomentaran políticas de comunicaci­ón que asemejaran esta situación a la de una sequía. Cuando falta el agua, el ciudadano tiende a ser más prudente con su consumo y acepta, con pesar pero consciente de su importanci­a, que se hagan restriccio­nes en el abastecimi­ento. Incluso se aprecia que las ayudas se centren en aquellos que la necesitan para su actividad económica. En su lugar, en este proyecto de crisis energética e inflaciona­ria en la que estamos inmersos, lo que se pide es que el gobierno subvencion­e el coste de la energía (que ya era un problema antes de la guerra en Ucrania) pero para todos, no sólo para los transporti­stas. También se demandan salarios más altos porque, efectivame­nte, todo está más caro. Además, una parte no despreciab­le de la población lleva posponiend­o vacaciones y gasto bastante tiempo y, durante el verano, las reservas, ocupación y uso de servicios hosteleros está a tope. Con este panorama, cualquier coma inducido monetario se aplica, en realidad, sobre una economía muy viva a la que no le llega el sedante. Al menos, se irá produciend­o una normalizac­ión monetaria para acabar con el sinsentido de pagar por ahorrar y cobrar por endeudarse. Pero esa es otra historia. La que ahora ocupa y preocupa es la inflación.

En Estados Unidos, se va asumiendo que la recesión va a llegar en 2023. Lo que se quiere es que dure poco. Poder reanimar al paciente una vez que los precios se enfríen e iniciar un período de normalidad financiera, control monetario compatible con inflación reducida y crecimient­o que se ha tenido desde hace quince años. En Europa, el problema es más complejo. Por un lado, se quiere establecer un veto sobre el petróleo y el gas ruso y, por otro, que no suba el coste de la energía. Si admitimos que la parte del veto es necesaria, hay que predicar sobre el dolor que supone hacerlo.

Los economista­s están profundame­nte divididos sobre cómo actuar. Están quienes sugieren que el ritmo de restriccio­nes monetarias (subidas de tipos de interés y retirada de estímulos) está siendo demasiado rápido y acabará por causar una recesión importante antes de que el problema de la inflación se haya resuelto. Otros compran la idea del aterrizaje suave o coma inducido, pero sugieren que puede ser un intento en falso si el comportami­ento y las demandas de los ciudadanos van en una dirección muy inflaciona­ria. Protestas sectoriale­s, huelgas y demandas salariales son las primeras señales de un problema que puede agravarse o alargarse aún demasiado. Mientras los médicos discuten, el paciente se inquieta Catedrátic­o de Economía de la Universida­d de Granada,

economista sénior de Funcas y colaborado­r de CUNEF

En Estados Unidos se asume una recesión en 2023, lo que se quiere es que dure poco

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El presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Jerome Powell.
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