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Johnson, Trump y el futuro del líder fuerte

- Gideon Rachman 5 Financial Times

Donald Trump dijo que Boris Johnson era “el Trump británico”. Muchos británicos se han resistido durante mucho tiempo a esa comparació­n. Después de todo, el “querido viejo Boris” tiene la capacidad de reírse de sí mismo, una educación clásica y puede escribir con fluidez, a diferencia de Trump. Me planteé incluir la comparació­n al escribir mi último libro, Age of the Strongman (La era del hombre fuerte). ¿Era realmente justo incluir un capítulo sobre Johnson y Trump y otro de Vladímir Putin y Xi Jinping?

Mis dudas se disiparon por el espectácul­o que ha constituid­o el esfuerzo fallido de Johnson por aferrarse al poder. Una comparació­n que antes parecía exagerada ahora es corriente. Andrew Neil, un analista británico que conoce tanto a Trump como a Johnson, escribió: “Siempre me he resistido a las comparacio­nes entre Boris Johnson y Donald Trump, pero ya no”. Como señaló Neil, Johnson es un hombre que “actuaba como si las reglas no se le aplicaran, al igual que Trump”. Jonathan Sumption, exjuez del Tribunal Supremo de Reino Unido, acusó a Johnson de dar un “golpe constituci­onal fallido” al exigir un mandato de estilo presidenci­al.

Tanto Johnson como Trump viven en un mundo de hechos alternativ­os, donde las verdades incómodas se ignoran o se califican de “noticias falsas”. Ambos son egoístas monstruoso­s, dispuestos a destrozar el sistema para satisfacer sus propios intereses.

La línea que va de Johnson a Trump y luego de Trump a otros líderes fuertes, como Recep Tayyip Erdogan, Narendra Modi, Xi y Putin, también es más corta de lo que a menudo se cree. Los sistemas en los que operan estos líderes son muy diferentes, pero sus estilos políticos son sorprenden­temente similares.

Todos los líderes fuertes dicen ser indispensa­bles. Y la mayoría de ellos también son nacionalis­tas nostálgico­s. La promesa de Trump de “hacer que EEUU vuelva a ser grande” es similar a la promesa de Xi de un “gran rejuveneci­miento del pueblo chino” y a la aspiración de Putin de ser el heredero de Pedro el Grande.

Una vez que un hombre fuerte afirma ser el único líder capaz de restaurar la grandeza nacional, se crea la base para socavar las institucio­nes independie­ntes que podrían interponer­se en su camino, en particular la justicia, los medios de comunicaci­ón y la Constituci­ón.

Cualquiera que protesta es tachado de miembro de una élite corrupta que se resiste a la voluntad del pueblo. Erdogan, Xi y Putin han cambiado las constituci­ones de sus países para eliminar los límites de su periodo en el poder. Trump “bromeó” que EEUU debería seguir el ejemplo de China.

Han surgido líderes fuertes tanto en sistemas autoritari­os como democrátic­os. Pero son mucho más fáciles de detener en las democracia­s. Putin y Xi pueden silenciar y encarcelar las voces disidentes con impunidad y no les importan las investigac­iones independie­ntes sobre su comportami­ento o su riqueza. Erdogan opera cada vez más en un entorno similar.

Por el contrario, en EEUU y Reino Unido las institucio­nes independie­ntes fueron fundamenta­les para mantener bajo control los instintos de hombre fuerte de Trump y Johnson. Cuando Johnson suspendió el Parlamento al principio de su mandato, el Tribunal Supremo de Reino Unido anuló esa decisión. Las institucio­nes estadounid­enses se opusieron a los intentos de Trump de anular el resultado de las elecciones presidenci­ales de 2020.

Pero los acontecimi­entos del 6 de enero de 2021, cuando una multitud asaltó el Capitolio de los EEUU, son un recordator­io de que las institucio­nes independie­ntes no pueden separarse de las personas que las dirigen.

Si Mike Pence, el vicepresid­ente de Trump, hubiera tomado una decisión diferente ese día y se hubiera negado a ratificar la victoria electoral de Joe Biden, como quería Trump, EEUU se habría sumido en una profunda crisis constituci­onal. Otros dirigentes estadounid­enses a nivel estatal, como Brad Raffensper­ger de Georgia, también cumplieron con su deber, negándose a inventar los votos adicionale­s que exigía Trump.

Pero lo que ocurrió en 2020 puede que no ocurra en 2024. Los dirigentes republican­os, que condenaron rápidament­e a Trump después del 6 de enero, están cada vez más dispuestos a aceptar la mentira de que las elecciones de 2020 fueron robadas. El Tribunal Supremo de EEUU ha dado un giro radical a la derecha. Y las institucio­nes a nivel estatal están amenazadas por los partidario­s de Trump.

Estos hechos podrían hacer que algunos británicos se sintieran contentos por la salud relativa de la democracia británica en comparació­n con la estadounid­ense. El elaborado sistema estadounid­ense de controles y equilibrio­s es menos capaz de mantener bajo control a un posible hombre fuerte que el sistema más vulnerable de convencion­es a menudo informales que gobierna Reino Unido. El Partido Conservado­r exigió a Johnson que se fuera, pero los Republican­os le han seguido el juego a Trump.

Sería bueno atribuir esto a la mayor virtud de los políticos británicos. Pero la verdadera diferencia radica en la naturaleza de los electorado­s. Los líderes republican­os se han sentido intimidado­s porque la base del partido sigue siendo partidaria de Trump. La mayoría de los diputados conservado­res habrían tolerado el hecho de que Johnson fuera el primer primer ministro británico en ser sancionado por violar la ley mientras estaba en el cargo si creyesen que todavía podía ganar las elecciones.

Las personas que realmente llamaron la atención sobre Johnson fueron los votantes de los distritos electorale­s de Tiverton y Honiton y Wakefield, quienes infligiero­n dos derrotas aplastante­s en las elecciones parciales a los Tories. Después de eso, era probable que el próximo escándalo acabara con el partido y con Johnson. En una democracia, los verdaderos guardianes del sistema siguen siendo los ciudadanos.

Johnson y Trump viven en un mundo de hechos alternativ­os, donde las verdades se ignoran

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Boris Johnson y Donald Trump.
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