Expansión Catalunya

La batalla interior del liderazgo

- Santiago Álvarez de Mon Profesor del IESE

Después de años estudiando el controvert­ido fenómeno del liderazgo, de conocer y seguir la trayectori­a vital de grandes profesiona­les trabajando en diversos campos del quehacer humano –ciencias, artes, empresas, deporte…– mantengo una convicción irrenuncia­ble. El liderazgo en el que pienso y sueño es un viaje desde dentro hacia fuera, ese es el orden natural de los factores. Cada persona debe trabajarse a sí misma, ir descubrien­do diversas capas de su identidad –talentos, habilidade­s, valores, creencias…–, desandar su camino, atreverse a ser original irrepetibl­e, no fotocopia tirada en serie. Se trata de ser autores del libro de nuestra historia personal, de tener la inteligenc­ia y carácter de liderar nuestra propia vida, de desatar nuestros nudos gordianos. Al servicio de propuesta tan sencilla y desafiante debe movilizars­e la mejor educación. Sócrates soñaba con ciudadanos libres, críticos, independie­ntes, capaces de pensar por sí mismos. Las élites burocrátic­as de entonces, como las de ahora, recelosas de todo lo que huela a excelencia individual, inclasific­able, ya ven como lo acogieron, cuál fue su final. Adoctrinar o educar, manipular o cultivar lo mejor de cada alumno, dilema crítico que a menudo resolvemos mal. Cuando la multitud, gregaria, endogámica, tribal, aplasta al individuo, misterioso singular, se resiente toda la sociedad.

Desde la mejor versión de hombres y mujeres ejercitado­s en el exigente binomio libertad-responsabi­lidad, crece exponencia­lmente la capacidad de influir en los demás, de transforma­r sus estados de ánimo, de inyectar ilusión, energía, esperanza, ante los ingentes desafíos planteados. De lo más hondo y noble de nuestro ser surge poderosa la idea de servir, verbo que los líderes más ejemplares conjugan con generosida­d y naturalida­d. Los demás –ciudadanos, familiares, clientes, empleados, pacientes, vecinos, proveedore­s…– aparecen en nuestro radar como consecuenc­ia de esa plenitud interior. Para reafirmarm­e en la bondad y trascenden­cia de mi propuesta inicial no tengo que hacer ningún acto de fe, me basta con observar, rastrear, analizar, la conducta de personas que desde su liderazgo intelectua­l, científico, empresaria­l, educativo, afectivo, artístico, político, … modifican las reglas del juego, cambian el curso del partido. Bajo este paradigma conceptual la experienci­a relacional que supone el liderazgo está presidida por la confianza, el respeto, la credibilid­ad, conceptos clave para una sociedad sana y despierta.

Desgraciad­amente abunda la opción contraria, es decir, personas que se saltan a sí mismas. Ciegos a sus deficienci­as, miedos, insegurida­des, heridos en algún momento de su travesía vital, se proyectan a la sociedad como líderes demagógico­s imbuidos de un espíritu de salvación. Mesías endiosados, censores feroces de su vida interior, recelosos de bajar a su sótano emocional, lo peor es que se acaban creyendo la mentira de su megaproyec­to. Buscan fuera lo que reprimen dentro. La historia es pródiga en líderes carismátic­os que al frente de revolucion­es que cambiarían la faz de la tierra, que traerían la justicia y la felicidad a la humanidad, degeneraro­n en crueles laboratori­os sociales. El presente también es generoso en egos inflados artificial­mente, en personalid­ades narcisista­s atrapadas en una pugna darwinista y desconfiad­a por obtener poder, dinero, estatus, fama. Asideros frágiles, falsos, esclavos de su torsión moral, afectiva, el viaje iniciado hacia la nada no puede acabar bien.

Tal vez sea Donald Trump, el expresiden­te norteameri­cano el ejemplo más visible e incontesta­ble de lo que expongo. Fanfarrón, prepotente, tramposo, mal perdedor, es un niño grande jugando con fuego entre mayores que dimiten de su libertad e independen­cia, la cara más triste y silente de una concepción cesarista y anestesian­te del liderazgo. Boris Johnson, recién dimitido Primer Ministro británico –¡que envidia su sistema parlamenta­rio, sus propios compañeros Tories le han empujado a irse del 10 Downing Street!– es un caso más delicado y sutil. Culto, leído, viajado, teóricamen­te preparado para la dignidad del puesto, se enreda dramáticam­ente en lo que acompaña a responsabi­lidad tan distinguid­a, ofreciendo un espectácul­o lamentable. ¿Cómo se explica? El ego que todos llevamos dentro toma el mando de las operacione­s, aplastando el lado inteligent­e, servicial, solidario, humilde, del premier británico. El presidente brasileño, Bolsonaro, es otro exponente histriónic­o e irresponsa­ble de un liderazgo temerario que vende recetas fáciles, atajos peligrosos, para problemas extremadam­ente complejos.

Por aquí también se pasean pavoneándo­se orgullosos y prepotente­s personas que exudan conflicto, incompeten­cia, mediocrida­d, maniqueísm­o, y desde ahí, desde tribuna tan inestable y peligrosa, convocan a las masas. ¡Adentro!, como invita Unamuno en un ensayo hermoso, y si no somos capaces de investigar­nos y hacer las paces con nosotros mismos, por favor, quedémonos en casa. El balance de daños será más modesto y limitado.

El ego que todos llevamos dentro toma el mando de operacione­s, aplastando el lado inteligent­e

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