La batalla interior del liderazgo
Después de años estudiando el controvertido fenómeno del liderazgo, de conocer y seguir la trayectoria vital de grandes profesionales trabajando en diversos campos del quehacer humano –ciencias, artes, empresas, deporte…– mantengo una convicción irrenunciable. El liderazgo en el que pienso y sueño es un viaje desde dentro hacia fuera, ese es el orden natural de los factores. Cada persona debe trabajarse a sí misma, ir descubriendo diversas capas de su identidad –talentos, habilidades, valores, creencias…–, desandar su camino, atreverse a ser original irrepetible, no fotocopia tirada en serie. Se trata de ser autores del libro de nuestra historia personal, de tener la inteligencia y carácter de liderar nuestra propia vida, de desatar nuestros nudos gordianos. Al servicio de propuesta tan sencilla y desafiante debe movilizarse la mejor educación. Sócrates soñaba con ciudadanos libres, críticos, independientes, capaces de pensar por sí mismos. Las élites burocráticas de entonces, como las de ahora, recelosas de todo lo que huela a excelencia individual, inclasificable, ya ven como lo acogieron, cuál fue su final. Adoctrinar o educar, manipular o cultivar lo mejor de cada alumno, dilema crítico que a menudo resolvemos mal. Cuando la multitud, gregaria, endogámica, tribal, aplasta al individuo, misterioso singular, se resiente toda la sociedad.
Desde la mejor versión de hombres y mujeres ejercitados en el exigente binomio libertad-responsabilidad, crece exponencialmente la capacidad de influir en los demás, de transformar sus estados de ánimo, de inyectar ilusión, energía, esperanza, ante los ingentes desafíos planteados. De lo más hondo y noble de nuestro ser surge poderosa la idea de servir, verbo que los líderes más ejemplares conjugan con generosidad y naturalidad. Los demás –ciudadanos, familiares, clientes, empleados, pacientes, vecinos, proveedores…– aparecen en nuestro radar como consecuencia de esa plenitud interior. Para reafirmarme en la bondad y trascendencia de mi propuesta inicial no tengo que hacer ningún acto de fe, me basta con observar, rastrear, analizar, la conducta de personas que desde su liderazgo intelectual, científico, empresarial, educativo, afectivo, artístico, político, … modifican las reglas del juego, cambian el curso del partido. Bajo este paradigma conceptual la experiencia relacional que supone el liderazgo está presidida por la confianza, el respeto, la credibilidad, conceptos clave para una sociedad sana y despierta.
Desgraciadamente abunda la opción contraria, es decir, personas que se saltan a sí mismas. Ciegos a sus deficiencias, miedos, inseguridades, heridos en algún momento de su travesía vital, se proyectan a la sociedad como líderes demagógicos imbuidos de un espíritu de salvación. Mesías endiosados, censores feroces de su vida interior, recelosos de bajar a su sótano emocional, lo peor es que se acaban creyendo la mentira de su megaproyecto. Buscan fuera lo que reprimen dentro. La historia es pródiga en líderes carismáticos que al frente de revoluciones que cambiarían la faz de la tierra, que traerían la justicia y la felicidad a la humanidad, degeneraron en crueles laboratorios sociales. El presente también es generoso en egos inflados artificialmente, en personalidades narcisistas atrapadas en una pugna darwinista y desconfiada por obtener poder, dinero, estatus, fama. Asideros frágiles, falsos, esclavos de su torsión moral, afectiva, el viaje iniciado hacia la nada no puede acabar bien.
Tal vez sea Donald Trump, el expresidente norteamericano el ejemplo más visible e incontestable de lo que expongo. Fanfarrón, prepotente, tramposo, mal perdedor, es un niño grande jugando con fuego entre mayores que dimiten de su libertad e independencia, la cara más triste y silente de una concepción cesarista y anestesiante del liderazgo. Boris Johnson, recién dimitido Primer Ministro británico –¡que envidia su sistema parlamentario, sus propios compañeros Tories le han empujado a irse del 10 Downing Street!– es un caso más delicado y sutil. Culto, leído, viajado, teóricamente preparado para la dignidad del puesto, se enreda dramáticamente en lo que acompaña a responsabilidad tan distinguida, ofreciendo un espectáculo lamentable. ¿Cómo se explica? El ego que todos llevamos dentro toma el mando de las operaciones, aplastando el lado inteligente, servicial, solidario, humilde, del premier británico. El presidente brasileño, Bolsonaro, es otro exponente histriónico e irresponsable de un liderazgo temerario que vende recetas fáciles, atajos peligrosos, para problemas extremadamente complejos.
Por aquí también se pasean pavoneándose orgullosos y prepotentes personas que exudan conflicto, incompetencia, mediocridad, maniqueísmo, y desde ahí, desde tribuna tan inestable y peligrosa, convocan a las masas. ¡Adentro!, como invita Unamuno en un ensayo hermoso, y si no somos capaces de investigarnos y hacer las paces con nosotros mismos, por favor, quedémonos en casa. El balance de daños será más modesto y limitado.
El ego que todos llevamos dentro toma el mando de operaciones, aplastando el lado inteligente