Proteger los bosques y no desperdiciar su energía
Desde hace semanas, el fuego está devastando nuestros bosques. Provocados o no, estos incendios se ven propiciados por las altas temperaturas que vivimos (y sufrimos) en España y en otros países del sur de Europa. Unas temperaturas que pueden convertirse en habituales en nuestros veranos, atendiendo a las previsiones de los especialistas en cambio climático.
Ante la gravedad de la situación, parece que algunos argumentos de los expertos empiezan a calar: el abandono de nuestros montes es lo más nefasto para los incendios.
Prevenir los fuegos requiere de inversión, de trabajo, de cuidado. Y es que los montes que con una gestión forestal sostenible mantienen una actividad rentable, están más limpios y, por tanto, más protegidos de los incendios.
Para evitar el fuego y su propagación es preciso mantener el monte limpio, extrayendo el material vegetal sobrante. Una biomasa que, retirada adecuadamente, no solo contribuye a prevenir incendios, sino que puede tener un aprovechamiento de gran valor: la generación de energía renovable.
En efecto, estos restos biomásicos pueden –y deben– aprovecharse. Su valorización energética confiere mayor independencia al sistema, al tiempo que ayuda a evitar estos desastres medioambientales (que no solo dañan gravemente los ecosistemas y su biodiversidad, sino que además cercena la capacidad de captura de CO2 que poseenestos auténticos sumideros de carbono, de forma natural).
En este contexto, Europa se plantea la tercera versión de la Directiva europea de renovables (la conocida como RED III). Al margen de los aspectos positivos de este proyecto normativo, me gustaría incidir (y al hilo de la cuestión de los incendios, que ahora nos ocupa), en el riesgo que entraña su actual redacción para los bosques de países mediterráneos, como el nuestro.
En este borrador se plantean ciertas limitaciones que pueden desincentivar la generación energética con biomasa forestal. En concreto, se pretende limitar el uso de biomasa procedente del monte o “primaria”, que sólo se podría utilizar en algunos supuestos muy específicos.
Con ello, se estaría propiciando la acumulación de esta biomasa en los bosques, ya que no se retiraría para la generación energética de modo suficiente como para prevenir incendios. Una cuestión que no ha de suponer un grave problema en los países del centro y norte de Europa, de clima húmedo, pero que puede ser fatal en los países del sur, en los que las altas temperaturas pueden prender en llamas toda esa biomasa seca.
Si bien el borrador es más permisivo para la generación energética con cogeneración o biocombustibles, es especialmente restrictivo en lo que se refiere a la electricidad. De nuevo aquí, vemos cómo la producción térmica para generar calor en los países “fríos” se ve beneficiada frente a las necesidades de los países “cálidos”, que solo pueden combatir las altas temperaturas con energía eléctrica. En román paladino, podríamos decir que se favorece la calefacción, pero se penaliza al aire acondicionado, también imprescindible en muchos países… Asimismo, se perjudica a los países que, como España, han apostado por un modelo de centrales de biomasa de menor potencia instalada, priorizando la producción energética local y de proximidad en el entorno rural (donde habitualmente es difícil encontrar demanda de calor industrial).
Desde el sector forestal (incluido Ence) apostamos por la valorización de la biomasa residual de los montes a través de la generación energética (siempre que no haya un uso alternativo), no solo como un medio importante de prevención contra los incendios forestales, sino también como una forma de obtener energía local, renovable y gestionable, tremendamente necesaria para Europa, capaz de contribuir a la mitigación del cambio climático y a generar empleo en el medio rural.
Director de Ordenación Forestal de Ence - Energía y
Celulosa