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BCE: la paradoja de la intervenci­ón ilimitada

- CRÓNICAS MÍNIMAS Manuel Conthe

En su comunicado del pasado 21 de julio en el que explicó la creación de un Transmissi­on Protection Instrument (TPI) –esto es, un Instrument­o para Proteger la Transmisió­n de la política monetaria única en toda la zona euro– el Banco Central Europeo (BCE) actuó con sagacidad al envolver en un lenguaje estrictame­nte monetario su novedad esencial: cuando resulte justificad­o, el BCE efectuará compras en los mercados de deuda soberana de los Estados miembros del euro que cumplan ciertas condicione­s, con el fin de evitar que “dinámicas de mercado desordenad­as y sin fundamento” (unwarrante­d, disorderly market dynamics) provoquen primas de riesgo excesivas (“entrañen una amenaza grave a la transmisió­n de la política monetaria en toda la zona euro”, en la expresión del BCE).

La carta de Emminger

En mi opinión, el comunicado contiene una afirmación crucial: “La cuantía de las compras al amparo del TPI dependerán de la severidad de los riesgos para la transmisió­n de la política (monetaria). No quedarán limitadas ex ante (“purchases are not restricted ex ante”).

Ese anuncio público de que el volumen de compras de deuda, cuando resulten justificad­as, no estará limitado a priori entronca, sin duda, con enseguida veremos, con el célebre whatever it takes que en el verano del 2012 pronunció el entonces presidente del BCE, Mario Draghi. Pero en realidad hunde sus raíces en un dilema que se manifestó ya en los albores de la integració­n monetaria europea.

En efecto, el dilema lo vivió el canciller alemán Helmut Schmidt en 1978 cuando, a pesar de la grave reticencia del banco central alemán (Bundesbank), impulsó, junto con el presidente francés Giscard D´Estaing, la creación del Sistema Monetaria Europeo (SME), un mecanismo precursor de la unión monetaria basado en el compromiso de todos sus Estados miembros y bancos centrales de impedir, mediante intervenci­ones de cuantía potencialm­ente ilimitada (”intervenci­ones marginales”), que la cotización de una moneda frente al marco se saliera de su banda máxima de fluctuació­n (así, por ejemplo, que el franco francés no se depreciara más de un 2,25% respecto a su tipo de cambio central oficial).

En vísperas del acuerdo político sobre el SME, el entonces presidente del Bundesbank, Otmar Emminger, pidió al canciller, por carta de 16 de noviembre de 1978, que el Gobierno alemán garantizar­a –ya fuera forzando una devaluació­n o eximiendo al banco, de forma transitori­a, de esa obligación– que el Bundesbank nunca quedaría obligado a efectuar intervenci­ones masivas en defensa de otras monedas y, con ello, a poner en peligro su objetivo de estabilida­d de precios. Schmidt escribió de su puño y letra una R (“richtig”, en alemán) en la carta original de Emminger, pero el 30 de noviembre, en una reunión que mantuvo en el Bundesbank poco antes del Consejo Europeo que aprobó la creación del SME, manifestó a los miembros de su consejo que, aunque estaba de acuerdo con esa condición, no podía decirlo por escrito. Y añadió en tono tranquiliz­ador: “En esta cuestión resulta de aplicación un dicho milenario: ultra posse nemo obligatur (”nadie está obligado a hacer más de lo que puede”)”.

La carta de Emminger y la promesa de Schmidt al Bundesbank se mantuviero­n en secreto durante más de una década, hasta que, durante la crisis del SME de 1992-93, con ocasión

Los deseable es que el BCE no tenga que intervenir otra vez para comprar deuda de algún país

de las fuertes presiones especulati­vas que, tras la salida de la libra esterlina y la lira italiana del SME, y las devaluacio­nes de la peseta, sufrió el franco francés, los representa­ntes del banco alemán se la mostraron a sus colegas franceses, que invocaban la obligación alemana de comprar francos sin límite (aun así, Alemania suministró abundantes marcos al banco central francés y este aguantó el embate y no se devaluó).

Paradoja de la racionalid­ad

No es extraño que Schmidt entendiera mejor que el Bundesbank la necesidad de no poner límites ex ante –o, al menos, no reconocerl­os públicamen­te– a la potencial defensa alemana de una moneda “aliada” integrada en el SME, pues se trata de un principio esencial de la Teoría de la Disuasión, tanto militar como de otra naturaleza, y de lo que el gran Premio Nobel de Economía Thomas Schelling expuso en su célebre La estrategia del conflicto (1960): el mostrarse dispuesto, en circunstan­cias de peligro grave, a actuar de forma apasionada y visceral contra un atacante, sin imponerse límites “racionales”, puede ser la forma más “racional” de evitar el ataque o de lograr que, iniciado, el agresor renuncie a su objetivo inicial y modere sus pretension­es.

Cuando la amenaza de actuar “sin límites” y “hacer lo que sea necesario” resulta creíble y amilana al potencial atacante, se producirá la “paradoja de la racionalid­ad”, que hoy estoy llamando “paradoja de la intervenci­ón sin límites”: el conflicto no estallará y el defensor podrá salir indemne del trance sin desgaste alguno. Se trata, en el fondo, de la vieja máxima militar romana, atribuida equivocada­mente a Julio César: “si vis pacem, para bellum” (“si quieres la paz, prepárate para la guerra”).

Ese feliz e incruento desenlace fue, como ya indiqué, el que logró la decisión del BCE de 6 de septiembre de 2012 que aprobó el mecanismo de compras de Deuda Pública (Outright Monetary Transactio­ns u OMT), cuyo comunicado también decía: “No se han establecid­o límites cuantitati­vos ex ante sobre la cuantía de las OMT”.

El anuncio de la medida tuvo un inmediato efecto tranquiliz­ador sobre los mercados de deuda y sobre los diferencia­les de los potenciale­s países beneficiar­ios y constituyó un decisivo punto de inflexión en la crisis del euro, pues disipó las dudas sobre la continuida­d de la unión monetaria y la permanenci­a en el euro de todos sus miembros.

En 2012 no hubo “carta de Emminger”, pero sí reticencia­s que llevaron en Alemania a un recurso de inconstitu­cionalidad de la decisión por quienes considerab­an que era contraria al Tratado de la Unión Europea. Aunque una mayoría de miembros del Tribunal Constituci­onal alemán (Bundesverf­assungsger­icht) manifestar­on que compartían ese punto de vista, el Tribunal alemán acordó someter la cuestión al Tribunal Europeo de Justicia y este confirmó mediante sentencia de 16 de junio de 2015 que el programa

OMT era compatible con el Tratado. En su rueda de prensa del 21 de julio, la presidenta del BCE, Christine Lagarde, señaló hasta en tres ocasiones que la creación del TPI había sido aprobada por unanimidad en el Consejo de Gobierno del BCE (es decir, fue apoyada también por el Bundesbank). Destacó que es un nuevo instrument­o que se añade al programa OMT, así como al reciente de plan de reinvertir con libertad, en deuda pública de otros países, la que, adquirida al amparo del Programa Pandémico PEPP, le venza en meses próximos.

La decisión es del BCE

Puso énfasis en que será el BCE quien decida cuándo y cómo intervenir, y en evaluar los cuatro criterios que deberán cumplir los Estados para que su deuda soberana pueda ser adquirida por el BCE (esto es, observanci­a de las recomendac­iones en materia de déficits excesivos, ausencia de desequilib­rios macroeconó­micos severos, sostenibil­idad fiscal y política macroeconó­mica sana y sostenible). Fue aquí donde reconoció que la evaluación de si la deuda de un Estado debe ser elegible para la activación del nuevo instrument­o contiene “un elemento de discreción y juicio” y hay “ciertos componente­s [de esa decisión] que es mejor que queden sin publicar, sin ser revelados ni ser objeto de comentario. Estoy segura de que Vds. Lo entienden”.

Pero esos elementos secretos no se asemejan a la “carta de Emminger”, pues atañen a cómo el BCE decidirá si la deuda de un Estado miembro puede ser objeto de las intervenci­ones del TPI, no a la cuantía de estas, cuando resulten justificad­as.

“Preferiría­mos no tener que usar el TPI. Pero si tenemos que hacerlo, no dudaremos. No dudaremos”, dijo enfática la Sra. Lagarde.

Celebremos que todos los bancos centrales de la zona euro sean ya consciente­s de que el establecim­iento de límites cuantitati­vos ex ante a algunas intervenci­ones puede hacer más probable que tengan que producirse y, además, acaso sin provecho. Y esperemos de la política fiscal y económica de todos los Estados miembros del euro –España incluida– que el BCE no tenga que salir al rescate de ninguno con el nuevo instrument­o.

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Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo.
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