Feliz descanso
Se acabó, hoy, viernes 29, cierro el quiosco, me largo al Norte de España huyendo del sofocante calor madrileño. El descanso estival es un tiempo ideal para parar en boxes, enfriar un motor recalentado, bajar el ritmo de nuestra marcha y reemprender con el tanque lleno de gasolina la carrera en septiembre. El ocio, valor estratégico en la Grecia clásica, entendido en su acepción más plural y enriquecedora, es una oportunidad insuperable para cultivar aficiones, relaciones, que a lo largo del curso pueden haberse visto desplazadas por los requerimientos del negocio, con querencia éste a ser apresurado, invasivo, ruidoso.
El deporte, en su versión más amateur, modesta, sana, nada que ver con una interpretación obsesivamente competitiva, casi darwinista, puede gozar de unas posibilidades diferenciales para ponernos físicamente en forma mientras practicamos las disciplinas elegidas. La madre naturaleza, estemos cerca de la montaña o del mar, quemada y dolida por el descuido humano, nada rencorosa, también se ofrece generosa para acogernos y oxigenar pulmones y espíritus probados al límite. Pasear sin rumbo fijo, atentos al camino, se torna opción asequible para casi todos. Viajar por donde estemos, hacer excursiones, visitar parajes desconocidos, empaparnos de culturas y pueblos diferentes, aprender de su historia, es otra variante lúdica que en agosto se viene arriba desenfadada y agradecida. Leer es una cita maravillosa, única, un encuentro personal entre escritor y lector, que en esta época del año se cuela y ocupa el tiempo y espacio que merece. De las tareas que me quedan antes de hacer las maletas, sin duda elegir los libros que me llevo –varios géneros, historia, ensayos, biografías, novela, geopolítica, religión… –, es una de las que más disfruto. Hablo del libro tradicional, con tapa, ese que nos espera para ser manoseado, pensado y subrayado con una mezcla de gratitud y respeto.
Hablando de conversar, la tertulia con amigos, familiares, vecinos, también se exhibe y prodiga con naturalidad, prolongándose espontánea hasta horas de una noche negra que se torna brillante y acogedora. Uno mismo, asignatura intima, pendiente, envuelto en un silencio querido, buscado, en una soledad necesaria para vivir y aprender en comunidad, también atisba en esa cadencia veraniega una ventana abierta a lo infinito. Después de librar una batalla con nuestra parte más oscura, la paz interior se asienta poco a poco. Como telón de fondo, el tiempo, recurso finito, valioso, que tratamos irresponsablemente como si fuera inagotable, como si nunca nos fuera a faltar. El ser humano actual mantiene con él una relación
El descanso estival es un tiempo ideal para bajar el ritmo de la actividad y aprovechar el ocio
difícil, esquiva, problemática. Envueltos en un activismo febril, dispersos y muy estimulados mientras rendimos pleitesía al Dios tecnología, estarnos quietos, atentos, plenamente conscientes, en un objetivo al alcance de solo unos pocos. De hecho, el tiempo objetivo de vacación, tres, cuatro semanas, se puede ver reducido en su vivencia subjetiva a plazos mucho más cortos. Físicamente presentes en nuestro lugar de descanso, el pasado puede pasarnos factura los primeros días, y el futuro personarse impaciente en el tramo final, achicando mentalmente un periodo de recuperación y disfrute.
Si conseguimos atarnos al aquí y ahora, el verano puede ser una catarata de preguntas y sugerencias. ¿Y si menos es más en la era de los móviles, de las redes sociales, de las múltiples plataformas digitales? ¿Y si en lugar de gastar tiempo y energía contando y mostrando a los demás lo que hago, me limito a vivirlo intensamente? ¿Y si hasta el aburrimiento es bienvenido, la cara oculta del ingenio, el maestro en la gestión de la frustración? ¿Y si mis objetivos, mis pretensiones, mis expectativas, mis planes de carrera, legítimos, me distraen, me tensionan y me sacan del curso natural de la vida? ¿Por qué no dejarse sorprender, fluir con lo que es, en lugar de gastarme psicológicamente en lo que debería ser? ¿Conozco, entiendo, acepto mi realidad, las cartas que me han repartido, o vivo fuera de la misma, escapando de mi ser más auténtico, humilde y libre? ¿De dónde proviene esa impaciencia, ese tic perfeccionista, ese fondo de preocupación? ¿Cuáles son mis miedos, mis dudas, que dicen de mí? ¿Cuáles son los acontecimientos, experiencias, errores, que los explican? Caudal de interrogantes que he escuchado a lo largo del curso 2021-22 de muchos de mis interlocutores, en verano pueden encontrar una cálida recepción. Bien tratadas nos pueden llevar a otra forma de enfrentarnos a la cuesta de septiembre, anticipo de un curso que promete ser fecundo en todo tipo de pruebas, sobresaltos y aprendizajes. ¡Feliz vacación!, estimado lector/a.