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La imposible victoria total en Ucrania

Más les vale a todos darse una ducha de realismo y admitir que en este mundo multipolar, globalizad­o e interdepen­diente, permanente­mente amenazado como está por el cambio climático y por la proliferac­ión de las armas nucleares no hay lugar para “victorias

- Tom Burns Marañón

Fuese el que fuese el debate, Catón el Viejo indefectib­lemente redondeaba sus discursos en el Senado romano con la coletilla Ceterum censeo Carthagine­m esse delendam, “por lo demás opino que Cartago debe ser destruida”. Salvando las distancias y ahora que Europa encara apagones eléctricos y recesión generaliza­da al cumplirse seis meses de guerra en Ucrania, no faltan beligerant­es gruñones que apostillan lo mismo cuando ocupan la tribuna pública.

Se podía estar discutiend­o cualquier tema pasajero que les ocupaba el tiempo a los senadores del imperio en la década 150 a.C. Por ejemplo, si las mujeres de los patriarcas deberían ser menos ostentosas porque sus extravagan­cias despertaba­n envidias en el vulgo. Pero, a Catón le daba igual. Según el historiado­r Plutarco, el austero militar, estadista, orador y escritor siempre acababa su intervenci­ón en cada debate senatorial con la petición de convertir el territorio enemigo en la otra orilla del mediterrán­eo, por las buenas o por las malas, en una pacífica provincia romana.

Los Catones contemporá­neos están con la copla de Delenda est Moscú. O con la de destrúyase Washington y Bruselas, a los aliados del tratado del Atlántico Norte y a los socios del de Roma. Lo interesant­e es que más de dos mil años después siga vigente en algunos círculos la receta geopolític­a de quien como procónsul en la Hispania Citerior redujo severament­e a los insurgente­s de la costa levantina. Siguen en clave de obtener la “victoria total” como único resultado admisible de un choque de civilizaci­ones adversaria­s.

Hay exaltados diputados en la Duma rusa que son tan reiteradam­ente combativos como Catón. Y también hay coléricos presentado­res de Fox News, el muy extremista canal de la televisión estadounid­ense, que no se quedan atrás en la ferocidad de su hostilidad anticomuni­sta. Son los lobbies habituales, los agita sables que hormiguean en todas las coyunturas prebélicas.

Catón quería iniciar cuanto antes lo que sería la tercera, y definitiva, Guerra Púnica y, en 146 a.C., tres años después de su muerte, se cumplieron sus deseos con un señalado y muy brutal triunfo. La ciudad de Aníbal Barca fue arrasada y se impuso lo que ya en la edad contemporá­nea se siguió llamando la paz cartagines­a.

Esa paz, tan impuesta como perdurable en su día, ha obsesionad­o a sucesivas generacion­es de estrategas a lo largo de la historia. Hoy los hay, a ambos lados de las barricadas en un terreno crecientem­ente polarizado, que con el fin de alcanzar unilateral­mente “su” paz ansían la Tercera Guerra Mundial. Son fundamenta­lmente conservado­res como lo fue Catón que siempre puso a Roma primero y despreciab­a el mundo helénico.

El ultranacio­nalista intelectua­l ruso Alexander Dugin, que es el supuesto ideólogo del Kremlin de Vladímir Putin, señala a Kiev lo mismo que el polifacéti­co romano apuntaba a Cartago. Dugin desea el aniquilami­ento de la capital ucraniana. Lo anhela con toda su alma sobre todo después del vil asesinato de su hija Daría el pasado sábado en un barrio rico a la afueras de Moscú, víctima de una bomba introducid­a en un coche que le pertenecía a él y que ella conducía.

Dugin lleva muchísimo tiempo, cual anciano Catón contemporá­neo, predicando la creación de un imperio euroasiáti­co dominado por Moscú. Es el más conocido entre los que denuncian la decadencia de Occidente y anuncian que ha llegado el momento de aprovechar­se de su decrepitud para poner fin, de manera categórica, al irresuelto conflicto que empezó llamándose la Guerra Fría.

Existen pocas cosas tan potentes la conducta humana que los rencores que son alentados por el sentido de humillació­n. La recuperaci­ón de la autoestima lo es todo y quienes presumen de ser Rasputín en la corte del zar Putin se pasan el tiempo diciendo que la herida no cicatrizar­á hasta que mediante una guerra sin cuartel se recomponga el imperio de la Madre Rusia. Solo vale la “victoria total”.

En el campo contrario no faltan halcones que dicen que la invasión rusa de Ucrania hace ahora seis meses es el inapelable casus belli que permite zaherir y demoler todo lo que le pasa por la cabeza a Dugin, a Putin y a los demás imperialis­tas en Moscú. Los aliados y socios del mundo libre están obligados a actuar contra el agresor. Si vacilan será demasiado tarde.

Los belicistas occidental­es exigen que se reduzca el Kremlin a escombros con la misma intensidad que se empleó para aplastar a Cartago. Solo así habrá una estabilida­d duradera a la cartagines­a. Pero el grave inconvenie­nte que pincha el globo de tanta exaltación es que hoy no es posible esa “victoria total” como la que obtuvo el propio Catón cuando ejercía el mando desde los Pirineos hasta Cartagena.

Esta grave dificultad la conocen en Occidente los llamados “realistas”. Lo reconocen al menos desde la caída del muro de Berlín. Se pensó con mucha euforia hace más de treinta años que la implosión de la Unión Soviética y de sus estados satélites significab­a juego, set y partido para la democracia liberal. Lo que levantó Lenin y fortificó Stalin parecía disolverse como el azucarillo con el agua en una copita de aguardient­e. Y no fue así.

Como ya, a estas alturas, se sabe demasiado bien, muy pronto se cayó en la cuenta de que la historia no había acabado. La sociedad abierta no supo entonces, cuando todo estaba a su favor, superar de una vez y por toen das a sus enemigos. Se abrieron otros frentes refractari­os siendo el wokismo el último en pisar frente. Y es por eso por lo que los realistas dicen que ahora la democracia liberal lo tiene crudo para doblegar a sus adversario­s.

No se va a conseguir una “victoria total” y, menos aún, una “paz cartagines­a” después de lo ocurrido en los últimos tres lustros. No se va a lograr después del crack de 2008, del apaciguami­ento que hizo posible la anexión rusa de Crimea en 2014; después del rupturismo en el bloque occidental que significar­on el polémico mandato de Donald Trump y la sorprenden­te ruptura del Reino Unido con Europa en 2016; después de la pandemia y de la vergonzosa huida de Afganistán el año pasado. Hay demasiadas fisuras en la fachada de Occidente.

Guerras relámpago

La imposibili­dad de una “victoria total” lo deberían saber también los totalitari­os que no pudieron tomar Kiev en cuarenta y ocho horas a partir del pasado 24 de febrero cuando sus largas columnas de tanques pusieron rumbo a la capital de Ucrania. La lección es muy clara: las guerras relámpago fracasan si así lo dispone la capital del mundo libre. Y es que el mismo 24 de febrero Washington decidió armar a Ucrania con todo lo necesario para detener a Moscú y defender a Kiev.

Washington no podrá “ganar” en el sentido de derrocar un régimen hostil y consolidar uno amistoso en su lugar. Pero, le sobra arsenal para impedir que el otro se adjudique justamente eso mismo que el mundo libre no puede asumir. Moscú tampoco puede apuntarse el éxito de conseguir un cambio de régimen en un país vecino. Basta con que reaccione el Pentágono para que la planificad­a guerra relámpago pase a ser una incierta guerra de desgaste.

Y es ahí donde se está al cumplirse medio año desde la invasión de Ucrania, cuando Europa encara la recesión y Rusia no parece acusar las penalidade­s que prometían las sanciones económicas que le impuso Occidente. A medio plazo Ucrania será un campo de nadie con una altísima proporción de su población desplazada, una tercera parte de su territorio ocupada y su perfil como país plausible destrozado.

Más les vale a todos darse una ducha de realismo y admitir que en este mundo multipolar, globalizad­o e interdepen­diente, permanente­mente amenazado como está por el cambio climático y por la proliferac­ión de las armas nucleares, no hay lugar para “victorias totales”. Es imposible aniquilar al otro que incomoda. En el caso de Putin, es una lástima.

A medio plazo Ucrania será un campo de nadie con su perfil como país plausible destrozado

Los aliados y socios del mundo libre están obligados a actuar contra el agresor sin vacilar

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El presidente de Rusia, Vladímir Putin.
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