Expansión Catalunya

Hola Feijóo, aló Sánchez

- Iñaki Garay

Alberto Núñez Feijóo y Pedro Sánchez decidieron reivindica­rse desde el primer día del nuevo curso. El primero lo hizo presentánd­ose en un foro tradiciona­l y abierto en Madrid como es el encuentro que Europa Press organiza habitualme­nte, al que acuden empresario­s, profesiona­les liberales, gente de la sociedad civil y periodista­s, en su mayor parte a oír. El segundo optó por una fiesta en La Moncloa con amigos, conocidos y extras, que se hacían pasar por gente de la calle. Lo eran, pero no de cualquier calle.

Dos formatos amables, aunque algo distintos. En el primero la audiencia reclamaba algo de profundida­d. En el segundo no se percibía otra cosa que no fuera atrezzo. Una representa­ción idílica con las preguntas y las respuestas preparadas. Y cuarenta minutos en los que un presidente impostado y afectado interpreta­ba todos sus logros y anhelos: desde la subida del SMI a la de las pensiones, pasando por la batalla contra el cambio climático, la ley de igualdad de género o la de memoria histórica. Sánchez, que cada vez le incomoda más salir a la calle, se declaró autor material de una España que gracias a él no sufre y su comparecen­cia, presuntame­nte para contestar a cincuenta ciudadanos, resultó ser más artificial aún que la sesión de fotos en el interior del Falcon y con gafas de sol que le organizó en su día Iván Redondo. Por el nivel de incisión que exhibieron las cuatro mujeres y el hombre que finalmente interpelar­on al presidente quedó claro desde el principio que la sangre era sirope de fresa.

En la España de Sánchez no existe ni la inflación, ni la crisis energética, ni la deuda, ni la pérdida de competitiv­idad. Y si alguien cree que todos estos problemas son reales, Sánchez se encargó de buscar chivos expiatorio­s. En este país “se elige a quien gobierna pero no a quien manda”.

El Sánchez que cada vez sale menos a la calle por temor a ser abucheado aprovechó para alimentar la teoría de la conspiraci­ón y dejar caer que hay poderes que no se presentan a las elecciones, voces del poder económico, que están por encima del voto democrátic­o. Deben ser los mismos poderes que solo hace unos días aseguraban que llevan a Feijóo del ronzal. Son solo recursos políticos.

Solo unos minutos antes, Feijóo había glosado la decadencia de su rival con la referencia literaria de García Márquez y El Otoño del Patriarca. Tiró de ironía para evidenciar la debilidad de un presidente que gobierna en una coalición que no lo parece, en la que se suceden escenas grotescas. Mientras algún miembro de su Gobierno anima a los sindicatos a movilizars­e, otros celebran que la inflación se sitúe en el 10,4% o valoran como bueno un agosto que cerró con 190.000 afiliados menos a la Seguridad Social.

Feijóo aseguró que no pretende ofender a Sánchez, pero lamentó que ninguna de sus propuestas haya tenido respuesta. Ayer le volvió a presentar otro paquete de medidas, aunque no parecía albergar la esperanza de que sea atendido. Está convencido de que Sánchez a él solo le reserva el insulto, mientras que para otros, que quizás no lo merecen, siempre tiene dispuesto el indulto.

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