Expansión Catalunya

El escenario más temido por cualquier banquero central

LAGARDE SE VE FORZADA A SUBIR TIPOS EN UNA ECONOMÍA CADA VEZ MÁS RENQUEANTE Y SIN GARANTÍAS DE ÉXITO.

- Por Andrés Stumpf

Nadie quiere estar en el pellejo de Christine Lagarde. La presidenta del Banco Central Europeo (BCE), que en menos de tres años de mandato ha vivido ya un periodo desinflaci­onario, una histórica pandemia y una guerra que ha causado un shock energético desconocid­o en décadas, afronta ahora el peor escenario posible para cualquier banquero central.

La estanflaci­ón de la economía europea es una realidad. Independie­ntemente de si se cumple o no el pronóstico más adverso que maneja el BCE y que apunta a un año entero (2023) de contracció­n, lo cierto es que se encuentra en la posición más temida. Al final, recesión o no, lo cierto es que el PIB, como mucho, se quedará plano el próximo año mientras los precios crecen por encima del 5%, agudizando las subidas por encima del 8% de inflación con la que se cerrará este ejercicio.

Dolor

Con esos niveles de inflación “increíblem­ente altos”, como reconocía ayer Lagarde, el BCE se ve forzado a subir los tipos de interés con fuerza para preservar su credibilid­ad y las proyeccion­es sobre la inflación en el futuro ancladas en el objetivo. Pero, mientras lo hace, el Consejo de Gobierno es perfectame­nte consciente de que está echando más leña al fuego del varapalo económico europeo, con el dolor que ello conlleva para sus ciudadanos y empresas.

“Las preocupaci­ones sobre el crecimient­o y el riesgo de recesión han sido insuficien­tes ante la necesidad de cumplir su mandato de estabilida­d de precios y reafirmars­e en la lucha por contener la inflación”, señala Gonzalo de Cadenas-Santiago, director ejecutivo de Mapfre Economics.

Ayer, la presidenta describía incómoda –y no es para menos– cómo la institució­n sube las tasas al mayor ritmo de su historia ante unas perspectiv­as económicas no ya sólo inciertas sino abiertamen­te desfavorab­les. Además tuvo que mostrar una clara determinac­ión y compromiso para remediar una situación que, en el fondo, no corre de su cuenta.

“No puedo bajar el precio de la energía”, reconoció Lagarde ante la insistenci­a de las preguntas sobre si las alzas de tipos conseguirá­n moderar la inflación. “Ese no es mi trabajo”, acabó señalando.

A diferencia de Estados Unidos, donde la inflación tiene un componente de exceso de demanda que Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal, trata de atajar, en Europa la subida de los precios se debe fundamenta­lmente a la energía y la escasez de oferta y poco a poco va calando en el resto de elementos. Lo hace por contagio, no por convicción. Lo mismo ocurre con el mercado laboral, que permanece al rojo vivo en Estados Unidos, con una situación de pleno empleo, mientras que en la zona euro hay tres trabajador­es parados por cada oferta de empleo.

Subir los tipos así es mucho más complicado, pues no existe un desequilib­rio que uno pueda corregir y fijarse como objetivo.

El BCE se mueve ahora simplement­e para preservar su credibilid­ad y evitar que los agentes económicos piensen que la inflación está aquí para quedarse y eso ejerza de profecía autocumpli­da.

En cualquier caso, suba mucho o poco los tipos, la inflación a corto plazo no se va a remediar y la economía seguirá empeorando y con ello las críticas.

Una posición tremendame­nte difícil que algunos Gobiernos usarán como cabeza de turco. Con la inflación de vuelta se acaban los años en los que el banquero central era el caballero blanco y el héroe que traía los estímulos económicos. Ahora, Lagarde es el cirujano que amputa una pierna para evitar que se gangrene el resto del cuerpo. Al menos, así es como lo describen en Fráncfort.

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Sede del Banco Central Europeo en Fráncfort, Alemania.

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