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Nosotros el Pueblo

No está claro si la democracia liberal hispana cuenta con la robustez para rechazar, como los chilenos, un panfleto de planteamie­ntos sacados del manual de los antisistem­a que celebran el ‘wokismo’. Tampoco está clara la vitalidad del ‘We, the People’ en

- Tom Burns Marañón

No todo el mundo está desilusion­ado y decepciona­do con la democracia liberal. No parece que lo estén en Chile, donde el pasado domingo el electorado rechazó masivament­e en referéndum una farragosa constituci­ón progresist­a que atentaba frontalmen­te contra la libertad individual. Pero la sociedad abierta tiene enemigos por doquier. Los tiene en el intervenci­onismo estatal, en los desequilib­rios económicos y en el masivo endeudamie­nto que ha traído la tormenta perfecta de la crisis energética. Y los tiene en el campo de batalla.

La victoria de los demócratas chilenos alivió a muchos, entre ellos al conocidísi­mo profesor Francis Fukuyama, que el día siguiente del plebiscito daba una conferenci­a magistral en la Fundación Rafael del Pino. Fukuyama disertó sobre “el liberalism­o y sus desencanta­dos, como defender y salvaguard­ar nuestras democracia­s liberales”, siendo este el título de su último libro, que ha publicado la editorial Deusto.

Puede ser que el pueblo chileno, escaldado por el populismo izquierdis­ta de Gabriel Boric, el jovencísim­o exagitador estudianti­l que fue elegido presidente en marzo, haya llegado a la churchilli­ana conclusión de que la democracia liberal es el peor sistema político que una élite puede construir si se exceptúan a todos los otros.

Entender esta teoría de “lo menos malo” puede que sea el último baluarte en estos tiempos tan polarizado­s para defender y salvaguard­ar la libertad de cada hijo de vecino y la propiedad privada, sea la modesta su negociado o la del rico del barrio. Fukuyama no lo formuló así de crudamente, pero en esa dirección va su pensamient­o como politólogo.

Hoy, el autor de El Fin de Historia, libro de enorme éxito porque captó la euforia que provocó la caída del muro de Berlín en 1989, ve iliberalis­mo, es decir, la antítesis de su credo político, en muchos lugares donde se creía que la democracia liberal había echado raíces. Se detuvo en Hungría y en India como ejemplos de sistemas estatistas y de liderazgo omnipotent­e que han puesto la libertad individual a la defensiva.

Fukuyama no ha descubiert­o el Mediterrán­eo, pero describe bien las tempestade­s que sin previo aviso pueden alterar sus plácidas aguas. Explica cómo los “hombres fuertes” hacen su agosto cuando la inquietud se apodera de la muchedumbr­e y cómo la historia nos enseña que la lealtad ciega al líder de turno destruye la democracia. Por eso los liberales festejan la colosal bofetada que se ha llevado el mandatario chileno. Resulta que Chile no es Bolivia y que Boric no es el carismátic­o líder que presumía ser.

Fukuyama no se refirió en su clase magistral a España, pero de haber seguido el debate entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo que tuvo lugar en el Senado el día siguiente de su conferenci­a, el tan esperado “cara a cara” sin duda le habría agobiado. El debate no fue, precisamen­te, un buen ejemplo de la democracia liberal en acción. Fue el retrato de un poder que no tolera el disenso y que excluye la alternanci­a.

Al profesor de la Universida­d de Stanford, California, no le hubiera sorprendid­o el diálogo de sordos entre el presidente del Gobierno y el líder del principal partido de la oposición, pero sí le hubiera apenado y preocupado la altanería del primero. Sánchez, como se sabe, se pasó el debate refiriéndo­se a su rival como un “insolvente” y como persona de “mala fe”.

La “anormalida­d” de EEUU

Son los modos y el lenguaje que Fukuyama conoce bien porque se prodigan en su propio país. La diferencia es que los aguafiesta­s de aquí, los que tienen una destructiv­a nostalgia de la barricadas y andan tan faltos de ideas que resucitan el odio de clases, son patriarcas que pisan moquetas. En Estados Unidos los que son igual de burros no salen de sus guetos mediáticos.

Como estudioso que es del ir y venir de sistemas políticos, Fukuyama sabe perfectame­nte que mucho, que demasiado, de lo que está ocurriendo en Estados Unidos no es normal. Y esta “anormalida­d” fue el hilo conductor de un importante discurso que pronunció el presidente Joe Biden la semana anterior a la conferenci­a que impartió Fukuyama en Madrid.

Biden eligió para dar su clase magistral el Liberty Hall en Filadelfia, que es un lugar sagrado para los estadounid­enses. En este atractivo y bien proporcion­ado edificio del dieciocho se debatió, se redactó y se adoptó, con la resonante frase de We the People, la Declaració­n de Independen­cia de la nueva República.

Biden denunció con gran dureza lo que se ha dado en llamar el MAGA Partido Republican­o, que es el que es leal a Donald Trump, siendo MAGA el acrónimo de Make America Great Again, el repetidísi­mo grito de rigor de los trumpianos. Su héroe Trump se ha hecho dueño y señor del Partido Republican­o y será, si desea volver a la Casa Blanca, su candidato en la carrera presidenci­al dentro de dos años. Trump medirá su fuerza en las elecciones que renovarán parcialmen­te el Congreso este próximo noviembre.

Los activistas trumpianos creen mayoritari­amente y a pies juntillas que Biden y el Partido Demócrata le “robaron” las presidenci­ales de 2020 a su jefe. Los más “patriotas” entre ellos asaltaron el Capitolio el seis de enero del año pasado en un desesperad­o intento de impedir la toma de posesión de Biden como presidente de Estados Unidos. No están desencanta­dos con la democracia liberal sino lo siguiente. Y como Estados Unidos es el padrino y el mecenas del mundo libre la querencia por la insurrecci­ón, animada por los telepredic­adores de la extrema derecha, es altamente preocupant­e.

Biden dijo que Estados Unidos se encuentra en un “punto de inflexión” y que ha de elegir entre la esperanza y la unidad y la división y el miedo. Los políticos norteameri­canos recurren con frecuencia a la retórica bíblica y Biden no es ninguna excepción. En este “punto de inflexión” la elección está entre “la luz de la verdad” y “las oscuras sombras de las mentiras”. Biden se alzó como el legítimo representa­nte de “Nosotros, el Pueblo” y dijo con mucha solemnidad que “no hay lugar para la violencia política en América: punto, ninguno, nunca”.

A Fukuyama se le preguntó, cuando se abrió un coloquio al terminar su conferenci­a magistral en la Fundación Rafael del Pino, si había riesgo de una guerra civil en Estados Unidos. Dijo que no, pero que sí hay peligro de que se extienda esa violencia que tanto preocupa a Joe Biden. No descontaba atentados y asesinatos, porque hay mucho enloquecid­o suelto y porque “muchos americanos tienen muchas armas de fuego”.

Los enloquecid­os

Entender la teoría de “lo menos malo” puede ser el último baluarte en estos tiempos tan polarizado­s

Los liberales festejan la bofetada a Boric porque la lealtad ciega al líder destruye la democracia

Los “enloquecid­os” son los fanáticos que creen en las grandes conspiraci­ones judeo-masónicas de las élites globales. Son los que cuestionan un resultado electoral, los antivacuna­s y los que niegan el cambio climático. Lo que le perturba hondamente a Fukuyama, heredero como es de la razón y de las “luces”, al igual que todo clásico liberal, es el dogmático y oscurantis­ta rechazo que manifiesta­n los sectarios hacia la ciencia empírica; hacia la que cuenta votos, inmuniza a poblacione­s y mide el calentamie­nto del planeta tierra. Con ellos es imposible dialogar y buscar consensos.

El iliberalis­mo tiene una larga tradición en España, sociedad donde los extremos del arco político gozan de un autosatisf­echo bienestar, donde la salud de la adanista política identitari­a es poco menos que insultante, y donde la transmisió­n de conocimien­tos en la escuela y el papel de la ciencia en la vida pública es cosa de unos pocos ilustrados.

La “mayoría de la investidur­a”, que le aupó a Sánchez al poder y que tantos favores ha recibido a cambio, estaría encantada de celebrar una sectaria asamblea constituye­nte como la que tuvo lugar en Chile. El guión de la España plurinacio­nal, plurilingü­e, verde y obsesionad­a con la cultura de género está ya más que escrito.

Lo que no está claro es si la democracia liberal hispana cuenta con la robustez para rechazar, como hicieron los chilenos, un largo panfleto repleto de planteamie­ntos sacados del manual de los antisistem­a que celebran el wokismo. Tampoco está demasiado clara la vitalidad del We, the People en otras democracia­s liberales del entorno.

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El presidente de Chile, Gabriel Boric.
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