Expansión Catalunya

God save the Queen

- Tom Burns Marañón

La última imagen que tiene el mundo de Isabel II es la de ella, tan ancianita y con una gran y dulce sonrisa, recibiendo a Liz Truss que llegaba para el besamanos protocolar­io y a escucharla decir a la Reina que formase un gobierno, de hecho, su gobierno, como nueva Prime Minister. El encuentro se produjo el martes en Balmoral, un castillo en las tierras altas de Escocia que compró la reina Victoria a mediados del siglo XIX y que desde entonces ha servido como retiro veraniego de los royals británicos. Isabel II lucía una falda escocesa y extendía su mano a la política. Detrás de ella ardía un fuego que calentaba (rara vez hace calor en las Highlands) un saloncito con pinta de ser muy familiar.

Isabel II murió dos días después y es así, en esa foto con Truss como hubiera querido ser recordada. Estaba en su residencia favorita, su aspecto era el de una abuela elegante y cariñosa con 96 años cumplidos y, por encima de todo, estaba cumpliendo hasta el final con su deber. Liz Truss es la decimoquin­ta Prime Minister que, a lo largo de un reinado de 70 años, ha recibido el encargo de Isabel II de crear un gobierno en su nombre. El primero fue Winston Churchill.

Isabel II tuvo siempre un altísimo concepto de su deber y entendió que esto consistía fundamenta­lmente en una entrega total a los británicos y a los habitantes de la Commonweal­th, la mancomunid­ad de 56 naciones vinculadas a Reino Unido por lazos históricos e imperiales. Fue la jefa de la Commonweal­th y soberana constituci­onal de 15 de sus países miembros. Durante la mayor parte de su

Isabel II tuvo siempre un altísimo concepto de su deber con una entrega total a los británicos

reinado viajó incansable­mente por los cinco continente­s y habrá muy pocos sitios en las islas británicas que no haya visitado para inaugurar una escuela, un hospital o un hospicio.

Reino Unido y la Commonweal­th se entregaron a Isabel II con la misma lealtad y el mismo fervor que ella a ellos. Los sucesivos jubileos de la Reina fueron manifestac­iones de una auténtica veneración hacia la ejemplarid­ad de su persona y siempre crecía la audiencia de sus muy cristianos mensajes navideños cuando, por regla general, hablaba de la importanci­a de cosas pequeñas. Isabel II estuvo siempre ahí a lo largo de la vida de prácticame­nte todos y cada uno de sus súbditos. Y esas siete décadas suyas en el trono encierran un tiempo de radicales cambios, la independen­cia de tantísimas colonias, el fin del imperio y la transforma­ción, multiétnic­a y multicultu­ral, de Reino Unido entre ellos.

Gran parte de la genuina popularida­d de Isabel II se debe segurament­e a que ella representó un necesario anclaje, una permanenci­a de valores, en una época de tantas mudanzas. Se la reconoció como una persona absolutame­nte fuera de lo corriente. Proyectó dignidad a raudales, pero también cercanía en abundancia. El duelo, el sentido de orfandad de millones y millones, va a ser tan verdadero, leal y honrado como lo fue ella. The Queen is dead, God save the King.

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