Subida de tipos: la intensidad fruto del retardo
La reunión ayer del consejo del Banco Central Europeo subió los tipos de interés en la zona euro en 75 puntos básicos, el mayor incremento de su historia, superior en 25 puntos básicos a la que en julio insinuó que aplicaría en septiembre, y 25 puntos básicos más que el aumento de julio, que ya fue el doble de importante del que se había previsto para dicha ocasión. Esa mayor intensidad se había venido fraguando en las últimas semanas debido a que la fuerza del alza de precios no remitía y llevaba al conjunto de la zona euro a una tasa interanual de inflación del 9,1% en agosto, según el indicador adelantado, dos décimas más que la de julio. Los precios le empiezan a preocupar de verdad al BCE tras tanto tiempo perdido.
En política económica, se distinguen dos tipos de retardos: el interno y el externo. El retardo interno es el tiempo que media desde que se produce una perturbación en la economía hasta que la autoridad competente de la política económica correspondiente toma una decisión al respecto. El retardo externo es el período de tiempo que transcurre desde que se aplica la medida hasta que tiene efectos en la economía. Cuanto mayor sea el retardo interno, más fuerte puede hacerse la perturbación económica y también mayor probabilidad habrá de que la intensidad de la medida tenga que ser mayor para que pueda corregir la perturbación. Es decir, el retardo interno puede hacer que el retardo externo sea mayor, dado que el retraso en la decisión de política económica puede enquistar el problema y provocar una solución más lenta.
Es lo que ha pasado en la actualidad con la política monetaria en todos los bancos centrales, en general, pero muy particularmente y con todavía muchísimo mayor retardo interno en el BCE respecto a la Reserva Federal y al Banco de Inglaterra. Eso hace que la inflación en la zona euro se haya convertido en un gran problema al enroscarse en toda la cadena de valor, mucho mayor, incluso, que en Estados Unidos, donde parece que la subyacente ha podido tocar techo, mientras que en la zona euro se esperan, todavía, un par de meses intensos y una media del año más elevada de lo previsto.
En este punto, hay que recordar que el objetivo único del BCE es mantener la estabilidad de precios y sólo subsidiariamente se encuentra el de contribuir al crecimiento económico. Después de tanto estímulo expansivo monetario, la abundante liquidez permitía que la presión de la demanda y los problemas en las cadenas de suministros, con disminución de la oferta, tuviesen un impacto mayor en los precios en el corto plazo y pusiesen en riesgo el objetivo de precios en el corto plazo –recordemos que la inflación es siempre un fenómeno monetario–. Al unirse la guerra de Ucrania y el afloramiento, con ello, de la equivocada política energética europea, que la hace dependiente de las fuentes de energía por haber querido liderar un cambio acelerado en la composición de la energía sin tener, todavía, fuentes alternativas abundantes, baratas y eficientes, el problema inflacionista ha empeorado. Y si, además, se le añade la suspensión de las reglas fiscales en la zona euro, con un gasto desmedido, esa liquidez abundante del BCE abonó el terreno para que se materializasen todas esas presiones inflacionistas. La institución aparcó su único objetivo por centrarse en el estímulo al crecimiento –que no es su mandato– y sólo ha logrado recalentar la economía artificialmente –sobre todo, con el ingente gasto público, que, además, genera peligrosos desequilibrios fiscales–, con el asentamiento de una inflación que va a ser duradera, que empobrece a las familias por pérdida de poder adquisitivo, y a las empresas por disminución de su competitividad.
El euro, en mínimos
Además, al subir la Fed con mucha más intensidad los tipos, el euro se ha depreciado en un contexto en el que el precio de las importaciones energéticas ha subido exponencialmente, y como se compran mayoritariamente en dólares, se deteriora la aportación exterior al crecimiento económico en la zona euro.
En definitiva, el BCE acelera porque llega tarde y la reacción está teniendo que ser mucho más intensa. Ese retardo afectará más a la economía, disminuirá más el consumo, hará caer la producción y, con ello, empeorará el empleo en el otoño, ceteris paribus.
Como el actual Gobierno español ha sido uno de los más indisciplinados presupuestariamente, acumulando fuertes saldos presupuestarios negativos y un aumento exponencial de deuda, ha presionado más los cuellos de botella, y ese alejamiento de la convergencia europea hace que esta medida perjudique más a la economía española por su mayor desequilibrio. Es más: la irresponsable política económica del Gobierno español ha obligado a que el BCE cree una herramienta antifragmentación –TPI, por su acrónimo en inglés: Transmission Protection Instrument– para tratar de evitar que los diferenciales de rentabilidad de la deuda de los países con mayores desequilibrios, como España, crezcan mucho; es decir, tratarán de contener la prima de riesgo de España e Italia, principalmente.
El BCE, aunque con tardanza, ha empezado a reaccionar y acierta en exigir una disciplina férrea para evitar la fragmentación de diferenciales de riesgo, porque, si no, de nada serviría. Sólo falta que Sánchez –y la Comisión Europea– también ponga de su parte y retorne a la estabilidad presupuestaria.