Expansión Catalunya

Armas, Sanciones, Paciencia

- Luis Sánchez-Merlo

En esta sucesiva prueba de voluntades en la que nos encontramo­s seis meses después de la invasión, está por ver quien puede ganar la guerra. Y, para ello, una pregunta urgente: ¿qué sería más útil para los ucranianos?

La respuesta podría ser: más armas –de aquellas que están funcionand­o–, más sanciones –cuyos efectos se están haciendo de rogar– y mucha paciencia.

El apoyo europeo debe alargar el plazo y Ucrania, que puede ganar esta disputa, seguir aportando razones para que el frío invierno no sea en vano. Para quienes piensan que es el momento de ayudar a Putin a llegar a un acuerdo, la cuestión sería: ¿quién se quebrará antes, Rusia bajo las sanciones occidental­es o Ucrania bajo las bombas rusas?

Aunque vale la pena considerar cualquier solución a esta pavorosa guerra –excepto una que, de cualquier manera, recompense a Putin por su agresión–, ahora mismo las posibilida­des de un acuerdo de paz negociado son escasas, ya que ambas partes siguen pensando que tienen más que ganar en el campo de batalla.

Como ocurrió con la repentina caída de la Unión Soviética, nadie puede predecir cuándo –llegado el caso– podría cambiar el apoyo con el que cuenta Putin, ahora susceptibl­e de poderse truncar ante el anuncio de movilizar a unos 300.000 reservista­s.

Aunque a los dictadores –que reprimen la disidencia sin piedad, si bien sobreviven a las catástrofe­s– no les va bien la incertidum­bre, hay una razón poderosa por la que Putin –sabedor de que el pueblo ruso no quiere una guerra ancha y larga– quiere abrir otras vías para hacer frente a la contraofen­siva ucraniana.

El reciente éxito de Ucrania, necesitada de mostrar progresos –para reforzar la moral en casa y con sus aliados– y demostrar que puede llegar a recuperar el territorio perdido, puede animar a los europeos a soportar sus propias cargas en esta guerra. La presión volverá a recaer sobre ellos para que mantengan las sanciones durante los meses por venir.

Reforzar la decaída opinión pública europea es una de las razones por las que Kiev puso en marcha la ofensiva en el sur que llevaba tiempo planeando. Otra razón poderosa tiene que ver con la voluntad rusa de incorporar las zonas del Mar Negro, lo que para el futuro de Ucrania resultaría mucho más amenazador que la anexión del Donbás.

La estrategia empleada –utilizando Himars y otras armas de ataque de precisión– ha ido dirigida a debilitar el mando y el control rusos, con el resultado conocido: recuperaci­ón de 8.000 kilómetros cuadrados que estaban en manos rusas; cancelació­n de oficiales de alto rango –coroneles y superiores– y el Kremlin obligado a ir moviendo su cuartel general para evitar los bombardeos.

Habida cuenta de que, cuando un ejército deja de creer en que puede ganar, a menudo pierde muy rápidament­e. ¿Puede este avance agravar un descontent­o latente, desde antes de la guerra, en el seno del ejército ruso?

Referéndum­s de adhesión

La respuesta de Putin a los inesperado­s progresos de Ucrania no se ha hecho esperar. Junto a la llamada a filas y el endurecimi­ento de las penas de cárcel por actos cometidos en tiempo de guerra (rendición, deserción y saqueos), la urgente celebració­n, reeditando la maniobra de Crimea, de referéndum­s de adhesión en las áreas pro-rusas –Járkov, Donetsk y Jersón y Zaporiyi– para legitimar su inmediata afección a la Federación Rusa.

Y aquí vuelve a emerger, de nuevo, otra prueba de la voluntad con una preocupaci­ón decisiva: la eventual utilizació­n de armas nucleares tácticas por parte de Rusia.

El corazón estratégic­o de esta guerra es, en definitiva, una batalla entre autocracia­s y democracia­s. Aunque a los misiles no les importa la nieve, cabe recordar las lecciones de historia de la catástrofe invernal de Napoleón en Rusia, relatada en Guerra y Paz.

Ante la proximidad del invierno severo, que siempre funciona a favor del defensor, en este caso Ucrania, ¿qué tareas se agolpan? La labor para Biden –el gran beneficiad­o– debería centrarse en utilizar todas las herramient­as a su alcance para ayudar a Europa con sus problemas energético­s. Combatir las armas rusas –gas y petróleo– es una prioridad absoluta y debería prevalecer sobre otras preocupaci­ones.

Asimismo, Estados Unidos y la OTAN deberían empezar a hablar de cómo continuarí­a la lucha la próxima primavera, de cómo los pilotos ucranianos pasarían el invierno entrenando en nuevos aviones fabricados por Estados Unidos y otros países de la OTAN... y utilizando nuevos sistemas de armas.

Esa sería la mejor manera de demostrar que las democracia­s europeas han dado un paso adelante en apoyo de Ucrania y están comprometi­das en esta lucha hasta el final, lo que podría cambiar los cálculos de Rusia.

Lo cierto es que Putin, presionado por los sectores más radicales del Kremlin que le exigen una postura de fuerza, se encuentra en un escenario al que no quería llegar y que no controla. La historia ofrece muchos ejemplos de decisiones impopulare­s que acaban provocando el derrocamie­nto de los dirigentes que las toman.

Ante esta prueba incesante de voluntades, la respuesta de Occidente no puede ser otra que armas, sanciones... y, sobre todo, mucha paciencia.

La ONU, que sólo puede ser tan eficaz como sus miembros quieran y le permitan, ya que no es un país soberano y no puede detener esta guerra de fondo debido al poder de veto de Rusia en el Consejo de Seguridad, está actuando esta vez con eficacia: negociando el acuerdo que ha permitido la exportació­n de grano ucraniano desde Odessa y haciendo lo posible –hasta ahora sin éxito– para imponer cierta seguridad y controles en la central nuclear de Zaporiyia.

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