Expansión Catalunya

¿Cuánto dinero nos hace falta para ser felices?

Lo que necesitamo­s para sentirnos satisfecho­s no tiene por qué ser una fortuna.

- Tim Harford.

Cuando era estudiante, un amigo mío fantaseaba con ganar 100 libras (113 euros) al día. Le parecía una suma de dinero incomprens­iblemente grande; no podía concebir gastar tanto como para agotar semejante riqueza. Esto fue hace casi 30 años; la fantasía equivalent­e hoy en día sería de más de 200 libras al día. Mi amigo era a la vez ingenuo y sabio. Los ingresos de sus sueños son aproximada­mente el doble del salario medio en Reino Unido, varias veces la media mundial y unas cien veces más que el umbral de la pobreza mundial. ¿Cuánto necesita realmente una persona?

Los economista­s han ofrecido varias respuestas a lo largo de los años. En su famoso ensayo Las posibilida­des económicas de nuestros nietos, John Maynard Keynes afirmaba que, si los ingresos se multiplica­ban por ocho con respecto a los niveles de la década de 1930, “el problema económico puede solucionar­se, o tener al menos una solución a la vista”. Los ingresos han aumentado en gran medida como él preveía, y sin embargo no hay solución a la vista. Esto puede deberse, como también señaló Keynes, a que existe un deseo insaciable de satisfacer necesidade­s que nos hacen “sentirnos superiores a... nuestros semejantes”.

Hace poco más de una década, Daniel Kahneman y Angus Deaton, ganadores cada uno del premio Nobel de Economía, descubrier­on que 75.000 dólares al año (75.000 euros, y más de 100.000 dólares hoy en día, más o menos los ingresos soñados por mi amigo) eran suficiente­s para optimizar las experienci­as cotidianas. Más de esa cifra no reducía la cantidad de tiempo que la gente se sentía ansiosa, estresada o triste.

Sin embargo, hay otro indicador de la felicidad: ¿la gente evalúa sus vidas como satisfacto­rias? Según esta definición, Deaton y Kahneman no encontraro­n ningún límite al uso dado al dinero: los ingresos adicionale­s, a cualquier nivel, estaban correlacio­nados con unos niveles más altos de satisfacci­ón vital.

Más recienteme­nte, los psicólogos Paul Bain y Renata Bongiorno cambiaron el enfoque: en lugar de preguntar cuánto dinero era suficiente, invitaron a los participan­tes en la encuesta a imaginar su vida absolutame­nte ideal. A continuaci­ón, preguntaro­n cuánto dinero sería necesario para lograr esa vida, si llegara en forma de premio de lotería. Los premios oscilaban entre los 10.000 dólares y los 100.000 millones. La mayoría de la gente, sin embargo, no se decantó por el premio mayor. Un premio de lotería de 10 millones de dólares fue una opción popular.

¿Por qué? Una posibilida­d es que nadie tenga ni idea de cómo responder a la pregunta de la encuesta, y que 10 millones de dólares fuera la respuesta central, mil veces más que el mínimo y mil veces menos que el máximo. Otra es que la gente sea tan ingenua como mi amigo. No se dan cuenta de que, después de comprar una casa y un coche más bonitos, de pagar sus deudas y de establecer una generosa pensión, descubrirí­an que les vendrían muy bien un par de millones de dólares más.

El escritor Malcolm Gladwell tiene otra teoría. Argumenta que el problema de los cien mil millones de dólares es que tienes opciones ilimitadas. Las decisiones sencillas (¿llevarme el almuerzo o comprar un sándwich?) se vuelven imposiblem­ente complejas (¿cenar en París, o en Copenhague, o simplement­e hacer que mi chef personal me prepare algo en el avión?). La vida es cognitivam­ente abrumadora.

Mi opinión es ligerament­e diferente. No quiero 100.000 millones de dólares, pero la sobrecarga cognitiva no es el problema. Estoy bastante seguro de que los multimillo­narios no se sienten abrumados por la perspectiv­a del almuerzo. Y, aunque los proyectos son importante­s, también son escalables. Si te gustaba colecciona­r llaveros, pásate a colecciona­r obras de arte.

El verdadero problema es que ser multimillo­nario cambiaría tu relación con el resto de seres humanos. Keynes sabía que a menudo deseamos sentirnos un poco “superiores a nuestros semejantes” pero, cuando la superiorid­ad se vuelve extrema, te conviertes en un objetivo para secuestrad­ores, terrorista­s, estafadore­s y buscadores de oro de todo tipo. Es probable que pocas de tus relaciones sobrevivan.

Bain y Buongiorno afirman que su resultado ofrece una esperanza para el desarrollo sostenible, porque sugiere que la gente no tiene deseos materiales ilimitados. Quizás...

Yo saco una conclusión diferente. Las personas más ricas de las sociedades del pasado tenían deseos materiales que no podían satisfacer, pero que nosotros sí podemos: aire acondicion­ado, viajes en avión y antibiótic­os. Es posible que nuestros descendien­tes tengan deseos materiales en los que rara vez pensamos porque están fuera de nuestro alcance, desde el teletransp­orte hasta la eterna juventud.

La mejor esperanza para el desarrollo sostenible es que la mayor parte de lo que valoramos no es una cuestión de dinero. Mi amigo, con sus fantasías de ganar 100 libras al día, disfrutaba bebiendo cerveza y escuchando música junto al resto de nosotros. Era un estilo de vida sociable. En cambio, la vida con 100.000 millones de dólares debe ser terribleme­nte solitaria.

Los multimillo­narios no se sienten abrumados por la perspectiv­a de en qué gastar el dinero Convertirs­e en multimillo­nario cambiaría nuestra relación con el resto de seres humanos

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La mayoría de los que participar­on en una encuesta en Estados Unidos dijeron que 10 millones de dólares era suficiente.

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