La China de Xi Jinping y el nuevo orden mundial
El líder comunista chino no se conforma con negar los principios democráticos occidentales, ni esconder sus ataques a las libertades; quiere mucho más. Xi pretende simplificar las relaciones internacionales en un mundo exclusivo de dos potencias que compi
El XX Congreso Nacional del Partido Comunista chino ha confirmado que el régimen teocrático de Xi Jinping se prolongará al menos durante cinco años más. Y, lo que es peor, que el líder chino está dispuesto a seguir ejerciendo el poder sin contrapeso alguno y a cambiar el orden mundial, devolviendo a su país el poder global del pasado. Malas noticias para las democracias occidentales. Tras una década de poder absoluto, Xi quiere consolidar y extender su doctrina totalitaria en la que los derechos humanos y las libertades individuales brillan por su ausencia.
Nunca un líder comunista había conseguido acaparar tanto poder durante tanto tiempo en China. Ni siquiera Mao Zedong ocupaba los cargos de secretario general del PCCh, Jefe del Estado y presidente de la Comisión Militar Central, además de presidente de los comités sectoriales más poderosos del país. Y nadie había ejercido el poder con semejante mano de hierro, purgando a todo aquel que no acatara no ya sus órdenes, sino sus deseos.
En su discurso del domingo en Pekín, ante 2.500 delegados del partido que le aclamaron como a un dios, el líder chino advirtió al mundo que no piensa renunciar a anexionarse Taiwan, aunque tenga que emplear la fuerza. Un mensaje calculado en unos momentos en que Estados Unidos y la Unión Europea están ocupados defendiendo a Ucrania de la invasión de Rusia, y las Naciones Unidas han vuelto a mostrar su inoperancia debido al sistema de vetos de los más poderosos. Las maniobras militares del mes pasado pueden convertirse en una invasión en toda regla en cualquier momento.
Las amenazas no se limitaron a la invasión armada de Taiwan. Xi Jinping se mostró firme y agresivo a la hora de cambiar el orden mundial. No se conforma con ser la segunda potencia mundial y defiende unas relaciones bilaterales con Estados Unidos, de tú a tú, con el objetivo final de desbancarle, utilizando todos los métodos posibles.
Su posición en la guerra en Ucrania ya ha demostrado que aunque no se siente cómodo con la actitud de su socio, Vladímir Putin, no está dispuesto a darle la espalda y fortalecer a Occidente y, sobre todo, a la OTAN. Ha bloqueado en la ONU las distintas iniciativas contra Moscú y se ha abstenido en las declaraciones de repudio, mientras seguía comprando petróleo y gas ruso. En el fondo, disfruta de la situación de debilidad económica que están sufriendo la UE y los Estados Unidos como consecuencia de la guerra y de las sanciones económicas impuestas contra Rusia.
Además, los problemas económicos de Occidente pueden servirle de escudo para tapar la debilidad de su propia economía, cuyo crecimiento apenas superará el 3% este año y el 2,7% el próximo, frente al 8,1% en 2021. El gobierno chino se había fijado un objetivo del 5,5% para este ejercicio, pero el frenazo de las exportaciones y el pinchazo de la burbuja inmobiliaria, entre otras razones, han actuado de freno al crecimiento.
Todo ello parece no importarle al todopoderoso dictador chino, que llegó al poder en 2012 siendo un absoluto desconocido y que ha ido acaparando poder año a año, sobre la base de la omnipresencia del Partido Comunista Chino. Es el partido que la acaba de entronizar este fin de semana el que hace y deshace, el que controla hasta las más pequeñas decisiones y en el que se apoya Xi para justificar sus decisiones. Él está por encima de todo; es el líder indiscutible e indiscutido.
El balance general de sus diez años en el poder le ha permitido llevar al Congreso del PCCh una narrativa extremadamente positiva, tanto desde el punto interno como externo. Entre los logros que vende su aparato de propaganda figura el enorme crecimiento económico y de su poder militar y tecnológico, así como la mejora de la calidad de vida de sus ciudadanos. Y, por supuesto, el aumento de su influencia mundial en todos los aspectos. Aunque para ello haya tenido que ahogar la libertad individual de los chinos y, sobre todo, de algunas de sus minorías que han sido casi exterminadas.
Pero todo ello le parece poco. Xi Jinping quiere alterar el orden mundial. Lleva meses diciéndolo y lo ha confirmado en sus intervenciones en Pekín. Su doctrina se basa en acabar con el actual orden basado en los principios y valores occidentales. Una forma de poner en tela de juicio el modelo democrático occidental. En su declaración conjunta con Putin hace dos meses, lo explicaban: “No existe un modelo único para guiar a los países en el establecimiento de la democracia; un país puede elegir las formas y los métodos de poner en práctica la democracia que mejor se adapten a su situación particular”.
Pero el líder comunista chino no se conforma con negar los principios democráticos occidentales, ni esconder sus ataques a las libertades y los derechos humanos en su país; quiere mucho más. Xi pretende simplificar las relaciones internacionales en un mundo exclusivo de dos potencias que compiten en todos los aspectos y en el que se quiere imponer a corto y medio plazo.
Para ello, el presidente chino ha ido extendiendo sus redes internacionales mediante organizaciones alternativas con sus socios naturales, en lo que ya ha definido como el “sur global”. Lleva años preparándose para el asalto final y la guerra en Ucrania le está brindando la oportunidad de tratar de tú a tú a unas democracias occidentales debilitadas y dibujar su nuevo orden mundial.
Xi quiere alterar el orden mundial. Lleva meses diciéndolo y lo ha confirmado estos días
Los problemas de Occidente le sirven para tapar la debilidad de su economía