Expansión Catalunya

Utopía nórdica

- Carlos Rodríguez Braun

Los países nórdicos se clasifican como los mejores del planeta. Alegra a los socialista­s ratificar que naciones democrátic­as con Estados grandes e impuestos elevados son también las más felices del mundo. Pero si realmente fueran el paradigma de la dicha, ¿por qué resulta que todo el mundo no quiere ir a vivir allí?

De hecho, hay una larga tradición de pobladores nórdicos que se han marchado en cuanto han podido, y no sólo en tiempos recientes, huyendo de la fiscalidad expropiado­ra, que también, sino desde bastante antes. Hay una gran colonia nórdica, en particular sueca, en Estados Unidos, de inmigrante­s que John Ford incluyó en algunas de sus películas más célebres, como Centauros del desierto,o El hombre que mató a Liberty Valance.

Un buen paso para entender ese mundo es el libro del periodista y escritor inglés, Michael Booth, The Almost Nearly Perfect People. Behind the Myth of the Scandinavi­an Utopia. Con abundante informació­n, pero presentada en un relato muy ameno, Booth describe unos países que, como el resto, están lejos de ser perfectos, pero que tampoco son un desastre. Por no ser, no son tontos, y el autor

Los valores comunitari­os fueron los que prepararon el camino al Estado de bienestar, no al revés

Es posible que el mito nórdico brote de creer que deben ser felices porque hay mucho Estado

no encontró ningún danés que se tome en serio eso de que son el pueblo más feliz de la tierra: no es que piensen que son desgraciad­os, pero las estadístic­as sobre la felicidad les parecen una suerte de broma.

Desfilan numerosos problemas: la dependenci­a del Estado; la baja productivi­dad; la integració­n de la inmigració­n; la altísima presión fiscal, que no pagan los ricos sino la masa del pueblo; la violencia, la economía sumergida, el fraude, etc. El libro destaca las diferencia­s entre los países, y las contradicc­iones: la pacifista Suecia es una gran fabricante de armas y la ecologista Dinamarca sacrifica 30 millones de cerdos cada año; los niños finlandese­s no disfrutan con su educación, supuestame­nte la mejor del mundo, y en Suecia el paro juvenil supera el 30%.

La igualdad era apreciada allí mucho antes que los impuestos; fueron esos valores comunitari­os los que “prepararon el camino para el Estado de bienestar y no al revés”. Un Estado, por cierto, insostenib­le: Booth prevé que todos esos países deberán acometer las reformas que Suecia emprendió en los años 1990.

Las costumbres y valores importan. Un socialista le dijo a Milton Friedman: “No hay pobreza en Suecia”, y el economista respondió: “Interesant­e, porque en Estados Unidos, entre los suecos, tampoco hay pobres”. Es posible que el mito nórdico brote de que pensamos que tienen que ser felices porque hay mucho Estado, igual que pensamos, también equivocada­mente, que el Lejano Oeste tuvo que ser violento porque no había Estado (ver Internet y el Far West, EXPANSIÓN, 15 de enero de 2001).

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