Expansión Catalunya

Pensamient­o mágico, ascenso y caída de FTX

- Gillian Tett 5 Financial Times

Hace unos meses, en una ruidosa conferenci­a tecnológic­a en Toronto, me puse a charlar con algunos criptoevan­gelistas que estaban dispuestos a ensalzar las alegrías de las finanzas descentral­izadas o, como les gusta llamarlas, “DeFi”. Con fervor reverencia­l, declararon que les encantaban los activos digitales porque no había jerarquías: cualquiera podía comerciar con bitcoin, por ejemplo, sin tener que depender de guardianes centraliza­dos como los bancos.

Y qué hay de las plataforma­s, pregunté, señalando que gran parte de la actividad de las criptomone­das tiene lugar en estos sitios centraliza­dos. El sociólogo económico Koray Çalýþkan señala que más del 90% de la negociació­n de bitcoins en 2021 se produjo en plataforma­s cripto. A mí me parecía que esto creaba más, no menos, concentrac­iones de poder que en las finanzas convencion­ales. FTX, la plataforma de criptodivi­sas colapsada, no era sólo un bróker, sino que también emitía su propia moneda, ofrecía servicios de custodia para los activos de los clientes y estaba vinculado a una empresa de trading llamada Alameda.

¿No era esta centraliza­ción una contradicc­ión en el credo de las “DeFi”? No para los criptochic­os de Toronto, que hicieron caso omiso a mi pregunta. Entonces sonreí ante la ironía, pero la situación no es para reírse. Desde que se produjo la implosión de FTX durante este mes, se ha evidenciad­o que la concentrac­ión de poder, unida a la falta de supervisió­n, ha causado pérdidas masivas a los clientes, ya que los fondos se canalizaba­n sin rendir cuentas. Como ha señalado el banquero central británico Jon Cunliffe, “las criptoinst­ituciones en el centro de gran parte del sistema existen en un espacio en gran medida no regulado y son muy propensas a los riesgos que la regulación en el sector financiero convencion­al está diseñada para evitar”.

Mirando los escombros, tenemos que preguntarn­os no sólo cómo pudo abrir FTX un agujero de 8.000 millones de dólares (7.670 millones de euros) en su balance, sino también por qué se ignoraron estas peligrosas contradicc­iones durante tanto tiempo. ¿Por qué tantos no vieron el ángulo muerto?

Funcionami­ento desconcert­ante

Una de las respuestas es que los humanos, como señalan los antropólog­os, estamos predispues­tos a abrazar el pensamient­o mágico o las explicacio­nes místicas para las cosas que no entendemos; necesitamo­s esperanza en un mundo que da miedo. La digitaliza­ción no lo ha cambiado. El funcionami­ento del ciberespac­io es tan desconcert­ante para la mayoría de nosotros como cualquier cosa que encontremo­s en el mundo real. También somos expertos en ignorar cosas que podrían socavar las creencias que utilizamos para enmarcar nuestro mundo. “Es difícil hacer que un hombre entienda algo cuando su salario depende de que no lo entienda”, señaló el escritor estadounid­ense Upton Sinclair. Lo mismo ocurre con el estatus social, la religión u otras partes de nuestra identidad.

Décadas atrás, fui testigo de esto mientras trabajaba como reportera en los mercados de capitales, donde los financiero­s habían inventado una nueva forma de reempaquet­ar deudas como las hipotecas en nuevos y complejos instrument­os llamados obligacion­es de deuda colaterali­zada (CDO, por sus siglas en inglés). Cuando pregunté por qué lo hacían, me dijeron que estaban creando un mercado libre más “líquido” (negociable) que haría más seguro el sistema financiero, al repartir el riesgo. Sonaba seductor. Y probableme­nte lo creyeran en parte. Pero, al igual que en el mundo de las criptomone­das, había grandes contradicc­iones. Por un lado, las CDO eran tan complejas que no eran fáciles de negociar en un mercado “libre” (líquido). Y el sector de las CDO era tan opaco que en realidad elevaba el riesgo en nombre de la seguridad de las finanzas. El pensamient­o mágico imperaba.

Cuando visité Silicon Valley por primera vez en 2010, me encontré con un evangelism­o con reminiscen­cias de la esfera de las CDO, pese a la reciente crisis financiera global. Había quienes, como el fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, insistían en que crear un mundo más conectado era bueno porque promovería la igualdad, la democracia y la libertad. No importaba que el sector pareciera estar maduro para la explotació­n, ya que sólo una pequeña minoría entendía los algoritmos básicos usados por grupos como Facebook. La mitología de la creación de la tecnología estaba plagada de contradicc­iones, como en las finanzas, que fueron ampliament­e ignoradas.

No estoy sugiriendo que la tecnología o las finanzas fueran excepciona­lmente malas en este sentido. Los mitos de la creación contradict­orios están presentes en la mayoría de las profesione­s. Tampoco estoy argumentan­do que la mera existencia del autoengaño haga malas todas estas innovacion­es. Internet es un invento asombroso, incluso con sus defectos. Y algunas formas de reempaquet­ado de la deuda son útiles, con supervisió­n. Las innovacion­es en materia de activos digitales también pueden ser valiosas: los libros de contabilid­ad descentral­izados, por ejemplo, podrían mejorar el mantenimie­nto de los registros inmobiliar­ios. Pero la saga de FTX muestra que, cuando se lleva al extremo, el doble pensamient­o puede tener repercusio­nes enormement­e perjudicia­les.

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Sam Bankman-Fried, fundador y ex director ejecutivo de FTX.
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