Las mareas ideológicas
Enfrentado el ser humano a multitud de problemas y desafíos que resolver, la democracia es el único sistema de gobierno que garantiza el debate entre distintos puntos de vista, la sana controversia entre diferentes escuelas de pensamiento, la discrepancia de opiniones y la alternancia en el ejercicio del poder; el mejor antídoto para que la figura del líder no se perpetúe. Aceptada esta premisa inicial, es evidente que la democracia requiere una mentalidad abierta, proclive al diálogo, entrenada en la gestión de la incertidumbre, habituada a la ambigüedad y complejidad de una actualidad en permanente proceso de cambio y renovación.
Desde la confianza y seguridad personal, uno se abre a otras opiniones, sopesa estar equivocado, pregunta abiertamente, escucha con atención; en definitiva, conversa con una variedad de interlocutores en aras del bien común. La determinación y coraje para tomar decisiones difíciles, para preservar valores de índole moral –hay líneas rojas que no se pueden traspasar–, son la otra cara de una persona inteligente, humilde, honesta, que es capaz de dudar y tender puentes de comunicación con el contrario.
Si en base a esta predisposición mental tomamos la temperatura actual a la democracia moderna, es evidente que está muy enferma, tiene algo más que un buen trancazo. Una sociedad que tiende peligrosamente hacia la polarización, los excesos extremistas, a un universo limitado de colores, blanco o negro, no es el mejor teatro de fondo para que se respire civismo, respeto, urbanidad. Temeroso de la tendencia a etiquetar, Ortega avisaba: derechas e izquierdas, mera distribución física en la Asamblea francesa, girondinos vs jacobinos, se transformó con el tiempo en una “forma de insultar la inteligencia”. La etiqueta descalificante, tentación fácil, manida, se generaliza, impidiendo un diálogo fructífero.
Son muchos y variados los asuntos y acontecimientos que azuzan la tendencia a simplificar y manipular de hombres y mujeres llamados a una tarea de más envergadura ética. Siguiendo la realidad más viva, el cambio climático, la sostenibilidad del sistema, el cuidado de nuestra aldea común, requiere de datos e información, de voces autorizadas, del protagonismo de científicos y expertos en detrimento de políticos superficiales y oportunistas. El fenómeno de la globalización, su avance o retroceso a raíz de la pandemia, merece un análisis sereno, documentado, riguroso. Difícilmente se podrán resolver problemas globales desde enfoques estrictamente locales.
La pobreza, lacra imperdonable, una distribución de la riqueza mundial más justa, los movimientos migratorios y sus efectos, exigen gobernantes sensibles, solidarios, capaces de tener en cuenta todas las variables en juego. Lo mismo aplica a la guerra de Ucrania, una tragedia que no sólo pone en evidencia a Putin. Al respecto, la visita del presidente de Cuba
Al plural se llega desde el singular, a la civilización humana desde la persona
rindiendo pleitesía a Moscú habla por sí sola. Vista la historia, ¡qué difícil ser hoy comunista!
Si fijo mi atención en nuestro país, el panorama es desolador. El estado de la sanidad, la reforma del sistema educativo –educar no es adoctrinar en una determinada ideología con vocación invasiva–, la ley de Presupuestos, test que fija claramente las prioridades de unos y otros, son temas que despiertan miradas sesgadas, clichés reduccionistas, actitudes casposas. Una pena, en lugar de mesura, estudio, rigor, protagonismo de las mentes más preparadas y ecuánimes, movilizan la parte más contaminada e incompetente de un amplio espectro político.
Armas arrojadizas
¡Qué decir si me adentro en cuestiones de índole cultural, filosófica! Se hace del feminismo un arma de combate y separación, en lugar de una causa noble que nos acerca y mejora a todos. La igualdad de hombres y mujeres, ¡pues claro!, esencia de la dignidad y misterio de cada persona, se prostituye en arma arrojadiza contra el adversario. La ley del aborto exuda euforia, la libertad consiste en hacer con mi cuerpo lo que me da la gana, sin reparar en su alma gemela, la responsabilidad. ¿Qué pasa con la vida que viene en camino? De rabiosa actualidad, la ley del sólo sí es sí resume perfectamente el estado de la cuestión. Falta mesura, rigor, sensibilidad, empatía con los más débiles, y sobra visceralidad, incontinencia verbal, demagogia barata, histriónica.
Me temo que todos estos ejemplos me colocan en lugar sospechoso. Para algunos sonaré muy tradicional, conservador, de otro tiempo. Los más radicales me tildarán de facha, palabra que algunos utilizan con frecuencia inusitada en cuanto se desafía sus postulados de base. Leer a Julián Marías me anima a ser yo: “El miedo lleva a borrarse, a no ser nadie, a refugiarse en el rebaño meramente presente, con renuncia a la biografía personal. Estamos ante el grave riesgo de que el hombre dimita de su condición personal”. Al plural se llega desde el singular, a la civilización humana desde la persona. Los ayatolás modernos, “iluminados”, no lo acaban de entender.