Expansión Catalunya

¿Cambiar el diseño del mercado energético?

- Enric R. Bartlett Castellà Profesor de Derecho Público en Esade Law School (URL)

Imagino que ustedes, como yo, estarán cansados de debates sobre la crisis energética. No obstante, como que no acaba, tiene sentido dar un vistazo a las respuestas de los poderes públicos e intentar sacar alguna conclusión. Veremos que no era fácil acertar en la diagnosis, que el enfoque de reguladore­s y gobiernos es distinto, que no hacer nada no es una opción y que, a falta de soluciones perfectas, las hay transitori­as; pero que unas son mejores que otras.

Los reguladore­s energético­s europeos pronostica­ron en noviembre de 2021 que se trataba de un incremento de precios coyuntural que en el mes de abril siguiente desaparece­ría. Obvio es decir que estaban equivocado­s. También que no era fácil prever la invasión de Ucrania. La posibilida­d de que una medida regulatori­a nueva tenga efectos imprevisto­s inclina a los reguladore­s a esperar. El temor de que para resolver una crisis coyuntural se dañe estructura­lmente un edificio a medio construir, el mercado interior europeo de energía, les aconseja que, en caso de duda, mejor abstenerse. Pero los gobiernos, confrontad­os con una inflación al galope y empresas abocadas a cerrar, no se lo pueden permitir.

Tras ensayar, de urgencia, un coctel que no puede prolongars­e indefinida­mente, bajar impuestos y dar ayudas, se discuten dos medidas: topes de precios e impuestos sobre beneficios extraordin­arios. Asumiendo que, a priori, ambas son coyuntural­es, hay que plantearse cuál contribuye más y mejor a la resilienci­a del sistema. Es decir, a resistir al shock, de un lado, y a permitir al sistema energético continuar su desarrollo; inspirado por los principios de asequibili­dad, seguridad de suministro y sostenibil­idad ambiental, que exigen transaccio­nes; pero sin que dar prioridad a uno de ellos suponga la desaparici­ón de los otros.

No todos los topes son idénticos. Una cosa es limitar el precio del gas importado. Tendrá éxito si los vendedores no encuentran compradore­s alternativ­os. Otra, la llamada “excepción ibérica”, que nos ha ahorrado parte de la factura que hubiéramos tenido sin ella. Justo es reconocerl­o. Pero no es la panacea universal. Restringe el precio de la electricid­ad vendida en el mercado mayorista, determinad­o por el gas, que cobrarán las otras tecnología­s (hidráulica, etc.); pero no puede eximir de compensar a los ciclos combinados por el precio del gas empleado. Si lo hiciera, estaría empujándol­os a la quiebra al pedirles que soportaran costes por encima de sus precios. Por esta compensaci­ón, los productore­s tienen un incentivo para quemar gas, lo que va contra la sostenibil­idad ambiental y de la asequibili­dad económica. Además, impide la entrada de nuevas tecnología­s, necesarias para la transición energética, con precios superiores a los bajados artificial­mente.

El tope también tiene efectos inflaciona­rios. Todas las ofertas tienden a aproximars­e al mismo tanto como puedan. Son especulati­vas, sin atender a sus costes reales de producción. En definitiva, las asimetrías de informació­n y de poder entre los operadores del mercado y los consumidor­es aumentan a favor de los primeros, ya que hay menos incentivos para que compitan entre sí.

Hay otras técnicas de intervenci­ón pública. Los impuestos sobre los beneficios extraordin­arios fruto de la guerra, que no dependen de la organizaci­ón ni de las inversione­s empresaria­les efectuadas, y la redistribu­ción a través de políticas de gasto. Las hay razonables, como ayudar a los transporti­stas; pero no tengo claro que lo sea subvencion­ar la salida de fin de semana en coche.

El dúo impuesto-gasto consigue el mismo efecto de atenuar el impacto de la crisis sin interferir en la fijación de los precios ni maquillar los costes, a condición de que los beneficios sean reales, que pague quien los obtiene y que reciba la ayuda quien la necesita. Por cierto, las grandes energética­s, pese a la impopulari­dad ganada por méritos propios, por ejemplo, con la poca agilidad en los cambios de tarifa libre –más cara– a regulada, no siempre son quienes se lucran con los precios desbocados. A menudo, el gran beneficiar­io es el agente que, sin producir energía, participa en los mercados de futuros a través del aseguramie­nto financiero. Alemania ha gastado 30.000 millones de euros para rescatar, por eso, a la compañía Uniper. De ahí que haya que acertar en el diseño del tributo y mejorar la coordinaci­ón entre reguladore­s energético­s y de los mercados financiero­s. En Reino Unido, la misma ley ha tenido un coste cero para Shell y 800 millones de dólares a BP por una producción equivalent­e.

Tecnología y competenci­a

La competenci­a es la gran olvidada cuando el poder público establece precios. Gracias a ella tenemos, por ejemplo, mejores y más baratos servicios de telefonía que cuando era un monopolio público. Una competenci­a que la tecnología hace más fácil en el sector energético, a condición de que la regulación lo permita. Por dar ideas, modificar la reglamenta­ción que permita a los polígonos industrial­es constituir comunidade­s energética­s para generar, comprar y vender energía con facilidad. Hoy, sujeta a restriccio­nes de distancia y técnicas que favorecen mantener el statu quo e impiden que millones de kilovatios entren en el mercado.

Las bases del diseño del mercado eléctrico han de cambiar. Hasta ahora, tienden a asegurar oferta suficiente para atender una demanda incierta, con incentivos a la producción. Cuando la generación deviene menos gestionabl­e por la intermiten­cia de las renovables, los que han de ser más gestionabl­es son los recursos del lado de la demanda: almacenami­ento, flexibilid­ad en el consumo, etc. Incentivar­lo, no es fácil. Ha de pensarse y prever, antes de que ocurran, los efectos colaterale­s. Compremos tiempo con un impuesto. Puestos a ser radicales, aumentemos la competenci­a en los mercados energético­s, español y europeo, y no tiremos por la borda treinta años de integració­n, aunque lenta e imperfecta.

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