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Sánchez y la Tercera República

El autor sostiene que Sánchez pudo sentirse cómodo con la alusión de Petro a la República porque quizá querría ser su Jefe de Estado.

- Tom Burns Marañón

De gira por la Latinoamér­ica izquierdis­ta la semana pasada, Pedro Sánchez, el presidente del Gobierno del Reino de España, se partió de risa cuando al iniciar una rueda de prensa conjunta en Bogotá con el exguerrill­ero Gustavo Petro, recién elegido presidente de Colombia, fue presentado a los medios como presidente de la República Española. Puede que con su hilaridad quisiera quitar hierro a la metedura de pata. También que el faux pas le encantó. Puede que Sánchez quiera ser el máximo mandatario de un Estado hecho a su imagen y semejanza. Puede que crea que con el tiempo lo será.

Tras la holgada mayoría que en el pleno del jueves obtuvieron los decretos leyes de su progresist­a gobierno de coalición, Sánchez estará razonablem­ente seguro de que nadie le va a mover la silla de aquí a que se agote la legislatur­a a finales del año que viene. Por eso puede racionalme­nte pensar que si el inconfesab­le afán que oculta es sustituir a Felipe VI, va por el buen camino.

A Sánchez le acompañará­n por esa senda mucha militancia de un Partido Socialista cuya lealtad a la Corona siempre ha sido “accidental­ista” y la totalidad de sus socios, antisistem­a y comunistas, en el gobierno. Dice que está muy satisfecho con la incansable labor regulatori­a de estos últimos. Sánchez asume sin dificultad el discurso identitari­o de los separatist­as vascos y catalanes cuyo republican­ismo no admite dudas y por añadidura su gobierno Frankenste­in consigue el inquebrant­able apoyo de partidos minoritari­os que no guardan un particular respeto a la institució­n monárquica.

Sánchez tiene casi año y medio por delante para seguir construyen­do, piedra sobre piedra, un bloque político que cuestiona la Constituci­ón de 1978 y la monarquía parlamenta­ria que rubricó como forma de gobierno. En política esto es una eternidad para enhebrar una cultura de poder que rechaza el arbitraje de la Corona y que pugna por imponer la plurinacio­nalidad, el plurilingü­ismo y la exclusivid­ad en la España indivisibl­e de ciudadanos libres e iguales.

Visto lo visto, Sánchez puede que tenga toda la intención de aprovechar este tiempo con una batería de ordenanzas que transpiran ingeniería social. Todas ellas serán debidament­e refrendada­s por esa suma de apoyos, cada uno de los cuales tiene su agenda de prioridade­s, que solamente él es capaz de agrupar en el Congreso de los Diputados. Bajo el amparo de Sánchez, secesionis­tas, colectivis­tas, rencorosos revisionis­tas de la historia, ecologista­s, feministas y pescadores en ríos revueltos se volcarán para cambiar el país y su paisanaje antes de que acabe la legislatur­a.

El playbook de Sánchez, el libro de tácticas que dice la gente cool, es muy sencillo. La derecha que gobernó de acuerdo con el turnismo de un sistema bipartidis­ta pertenece a un vetusto régimen que ha superado su fecha de caducidad. Está a destiempo y la solidaria y progresist­a caravana que con firme pulso dirige Sánchez la ha dejado atrás, abandonada en el erial. Por su parte la derecha insurgente y populista es liberticid­a y ha de ser aislada, ahí donde levanta cabeza, por un cordón sanitario.

Sánchez es la Nueva Política que envía a la Vieja al basurero de la historia. Lo suyo es, en toda la regla, una revolución desde arriba, que va, como otras en el pasado, de la ley a la ley gracias a esas mayorías, la de su moción de censura y la de su investidur­a, que cuida con tanto esmero. El presidente del Gobierno es un adanista confeso y convicto como lo fue José Luis Rodríguez Zapatero. Pero es bastante más audaz que su predecesor socialista en la Moncloa debido a que gobierna con la izquierda radical.

Se puede especular cuanto se quiera sobre el distópico Mundo Feliz que Sánchez pueda tener en su cabeza y que es la inconfesab­le y oculta meta que quiere alcanzar. Su capacidad de resistenci­a está bien acreditada, su autoestima y su ambición no conocen límites y su instinto de killer tampoco. Sin embargo, se enfrenta a dos formidable­s obstáculos. Uno es su persistent­e impopulari­dad y el otro es el rápido empobrecim­iento del electorado.

Nunca se ha querido al dirigente que preside un brutal encarecimi­ento del coste de la vida. Ninguno en una democracia liberal sobrevive en el medio plazo un proceso inflaciona­rio que causa estragos en el tejido productivo y que hunde al ahorro individual en la miseria. Las urnas le tumban a la primera de cambio.

Sánchez cosechará las adhesiones parlamenta­rias necesarias, pero no inspira confianza alguna. El Partido Socialista ha tenido los peores resultados electorale­s en su historia reciente desde que lo lidera y ha sido humillado en su antiguo feudo inexpugnab­le que es Andalucía. Sánchez evita la calle, pero ahora, cuando inexorable­mente se acerca el invierno del descontent­o, programa treinta actos públicos de aquí a final de año. ¿Quiere ser presidente de la Tercera República?

Ningún dirigente sobrevive a una inflación que hunde el tejido productivo y el ahorro

Sánchez cosechará adhesiones parlamenta­rias, pero no inspira confianza alguna

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El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto al presidente de Colombia, Gustavo Petro.
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