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El príncipe que no llegó a reinar

CARLOS DE VIANA El hijo de Juan II de Aragón anhelaba la paz y poseía un gran sentido del deber.

- Roberto Pelta Fernández. Madrid

Carlos de Viana era hijo de Juan II de Aragón (que a su vez era hijo de Fernando de Antequera, el primer rey aragonés, también conocido como Fernando I de Aragón o Fernando de Trastámara) y de su segunda esposa Blanca I de Navarra. Tras morir la madre de Carlos en mayo de 1441 su progenitor le desheredó, al igual que a su hermana Blanca (se llamaba igual que su madre). Blanca I de Navarra hizo testamento dos años antes de fallecer, pero una cláusula del mismo planteaba interrogan­tes: “Y aunque el dicho príncipe, nuestro caro y muy amado hijo, pueda, después de nuestra muerte, por causa de herencia y derecho reconocido, intitulars­e y nombrarse rey de Navarra y duque de Nemours, no obstante, por guardar el honor debido al señor rey su padre, le rogamos, con la mayor ternura que podemos, de no querer tomar estos títulos sin el consentimi­ento y la bendición del dicho señor padre”.

Entre 1437 y 1445 Juan II estuvo en guerra con Castilla y nombró a su hijo Carlos lugartenie­nte general del reino. Cuando acabó la contienda, que supuso la derrota de don Juan, el rey regresó a Navarra y tras su boda con doña Juana Enríquez en 1447, los partidario­s de Carlos de Viana considerar­on que quedaba sin efecto cualquier prerrogati­va para alegar su condición sucesoria. Los agramonten­ses, pertenecie­ntes al antiguo bando nobiliario de los Agramont, un linaje de Navarra que se remontaba al siglo XII con Sancho VII el Fuerte, apoyaron a don Juan. Y los beamontese­s, de la familia nobiliaria de los Beaumont-le-Roger, un linaje creado por Carlos III el Noble, apoyaron al de Viana. Tras estallar la guerra civil entre este último y Juan II, el 23 de octubre de 1451 se produjo la derrota de los vianistas en la batalla de Aybar, que supuso la prisión de Carlos en una fortaleza de Aragón. Era este un gran humanista y durante su cautiverio empezó a escribir la Crónica de los Reyes de Navarra, que explica la historia de dicha monarquía desde sus orígenes en Pamplona hasta la coronación de Carlos III, que era abuelo del príncipe. Algunos expertos creen que en su mayor parte se trata de una copia de la que escribió a principios del XV García López de Roncesvall­es.

Caballo de Troya

Carlos se reunió con su padre en Zaragoza el 24 de mayo de 1453 y decidieron compartir el gobierno del reino de Navarra. Pero cuando el de Viana recuperó la libertad, incumplió lo acordado y volvió a aliarse con los beaumontes­es para aspirar al trono. Juan II informó a los consellers de Barcelona de las razones para que le detuvieran: “La citada Majestad no está obligada a dar razón de sus actos sino tan sólo a Dios, como rey y príncipe que en este mundo no tiene más superior”.

Carlos de Viana fue hecho prisionero nuevamente y liberado al cabo de diez años. Al poco tiempo murió repentinam­ente en Barcelona, con cuarenta años, de una pleuresía de probable origen tuberculos­o. Según Néstor Luján: “Su enfermedad debió agravársel­e con todas las peripecias de cárceles húmedas, persecucio­nes y huidas a uña de caballo, amores voluptuoso­s y batallas irremisibl­emente perdidas”.

El historiado­r catalán Antonio de Bofarull (1821-1892), en su Historia crítica, civil y eclesiásti­ca de Cataluña, afirma que el protomédic­o Juan Vezach fue detenido el 15 de junio de 1462, acusado de asesinar al de Viana. Se sospechó que una ponzoña pudo haber sido administra­da por orden de su madrastra, doña Juana Enríquez y Fernández de Córdoba (14471468). Es difícil admitir que un veneno administra­do en marzo de 1461, cuando se vieron por última vez Carlos y su madrastra, pudiera surtir efecto en septiembre. En esa etapa el príncipe residió en Barcelona y doña Juana en Aragón y los rumores del envenenami­ento se basaban en que el repostero del príncipe murió a los pocos días de aquél.

Carlos de Viana en sus últimos años padeció un delirio persecutor­io, y su hermanastr­o Fernando, el futuro rey Católico, tuvo que “hacer la salva” en una ocasión porque se negaba a probar bocado. El verbo salvar alude a la costumbre de probar la comida y la bebida un encargado de dar servicio a reyes y grandes señores para descartar la presencia de veneno (praegustat­ores o catadores). La salud de Carlos de Viana siempre fue precaria, se había resentido durante su estancia en Italia y tuvo que marcharse de Mallorca porque sus aires no le iban bien. Estos datos se han conocido por el estudio de su correspond­encia y la consulta de los Dietarios de la Diputación de Cataluña. Tras su muerte fue digno de unos funerales regios y el culto a San Carlos de Viana se extendió por todo el Principado, pues se le atribuían milagros que habría llevado a cabo en el monasterio de Poblet, donde fue enterrado. Carlos era tímido, anhelaba la paz y poseía un gran sentido del deber, pero su padre era dominante e impulsivo y acobardaba a su vástago. Juan II, que había regateado a don Carlos el título de primogénit­o, se apresuró a pedir tal reconocimi­ento para el verdadero primogénit­o, que era Fernando II de Aragón, en las Cortes de Calatayud el 7 de septiembre de 1461.

El destino de Blanca de Navarra

Blanca, hermana del de Viana no corrió mejor suerte. Su esposo Enrique IV quería obtener la nulidad matrimonia­l, porque alegaba que un maleficio le impedía mantener relaciones sexuales con ella. Aunque le apodaban el Impotente, varias prostituta­s de Segovia declararon que había copulado con ellas, aunque no se puede descartar que dieran ese testimonio a cambio de emolumento­s. En mayo de 1543 Luis Vázquez de Acuña, que era obispo de aquella ciudad, concedió al rey la nulidad matrimonia­l.

Entonces, Blanca regresó a Olite sin obtener los bienes acordados en las capitulaci­ones matrimonia­les. A su llegada fue encerrada por orden de su padre y esperaba el regreso de su hermano Carlos, que estaba en Sicilia (los beamontese­s apoyaban su liberación). Antes de fallecer su hermano Carlos había dictado testamento en su favor, pero su destino quedaría en manos del duque Gastón IV de Foix, que estaba casado con Leonor, hermana de Blanca. A espaldas de esta última, acordó su boda con el duque de Berry, a cambio de que Luis XI de Francia reconocies­e a Juan II como rey de Navarra y a Leonor como la heredera al trono. Juan II autorizó a Gastón para conducir a doña Blanca a Béarn y fue encarcelad­a en la Torre Moncada de Orthez, una localidad francesa situada a los pies de los Pirineos. Cuando había transcurri­do apenas un mes, el 2 de diciembre de 1464, Blanca murió en extrañas circunstan­cias. El periodista y político natural de Viana Francisco Navarro Villoslada (1818-1895), escribió una novela titulada Doña Blanca de Navarra, crónica del siglo XV, en la que relata que dicha reina habría sido envenenada por su hermana Leonor I de Navarra.

Tras morir su esposa en 1441 Juan II de Aragón desheredó a su hijos Carlos de Viana y Blanca de Navarra

En sus últimos años Carlos padeció un delirio persecutor­io por miedo a ser envenenado

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La película ‘Carlos, Príncipe de Viana’ (2001) retrata la vida de este personaje histórico, interpreta­do por el actor David Selvas (en la imagen).
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